Sobre "Jumanji" y la ausencia de papel higiénico

21/VII/2020


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Había conseguido sobrevivir con soltura, aunque no sin ciertas limitaciones y dificultades en aquel extraño mundo salido de un juego de mesa al cual fue introducido por un golpe del azar cuando tiró los dados en aquella jugada. Desde entonces tuvo que aprender a valerse por sí mismo. A evitar las salvajes fieras que pululaban por el lugar. A repeler los gigantescos mosquitos, las arenas movedizas. A despistar al lunático cazador. A dormir a la intemperie antes de familiarizarse con la construcción. A la falta de papel higiénico cuando estaba descompuesto. Esto último fue muy corriente hasta que su cuerpo se acostumbró a su nueva dieta y estilo de vida.

Con el paso del tiempo no sólo aprendió escabullirse del cazador. También consiguió que sus habilidades le permitieran seguir sus pasos a hurtadillas y dedicarse pícaramente a gastarle bromas pesadas y robarle sus provisiones. Hubo una vez que le echó resina en el agua que portaba en la cantimplora. La resina pertenecía a una planta que era venenosa para muchos animales, pero a ellos dos les provocaba fuertes fiebres. Mientras el cazador estuvo convaleciente durante una semana entre altas calenturas y alucinaciones, él se dedicó a esquilmar sus provisiones alimenticias y atesorar parte de su armamento por si algún día se viera en la necesidad de utilizarlo.

Construyó una más que decente chabola que logró disimular mediante la frondosa vegetación que había en aquellos parajes. Quitando la ausencia de papel higiénico, lo que más le molestaba eran las fuertes temporadas de lluvia. Nunca consiguió acostumbrarse a ellas. Tampoco se le olvidó las veces que se confundió de hojas y padeció una terrible irritación por la ausencia de papel higiénico. Pero era lo de menos. Poco a poco se fue amoldando a la situación y pudo sobrevivir de manera cómoda y apacible.

De vez en cuando también observaba, siempre de lejos, a la tribu aquella que parecía tan peligrosa, además de ser caníbales. Le extrañaba su comportamiento. No era salvaje. Resultaban estar muy bien organizados y su vida, aparentemente, era muy relajada. Sus cantos ceremoniales eran muy bellos. Sus galas también; hasta el momento en el que sacrificaban a alguien de otro clan y se alimentaban de él. En esos momentos, aunque se comportaran de forma tranquila y paciente, era cuando se dejaba sentir su verdadero peligro. No por sus actos. Sino por la forma apacible y ceremoniosa en la que los realizaban: siempre acompañados con bellas canciones bajo las relajantes llamas de las antorchas.

Sólo usaban los tambores cuando iban a la guerra. Sus sacrificados pertenecían al bando perdedor que había actuado con valentía en el combate. Daba igual que fueran hombres o mujeres, niños o ancianos. Lo que tenían en común era eso: su heroicidad en el combate. Ese día le pareció oír los tambores, pero pararon rápido. Luego volvieron a sonar. Eran distintos, no tenían el compás habitual. Parecía el 'toc toc' de la llamada a una puerta, pero con un volumen atronador. Se oía cada vez con más fuerza. De repente cesó y apareció un enorme remolino en frente de él.

Se quedó boquiabierto. Nunca había visto nada igual. Aunque le vinieron a la memoria las imágenes de viejas fotografías en las que se observaban tornados y huracanes. Iba creciendo poco a poco. Se asustó, no sabía cómo reaccionar. Seguía creciendo. Algo parecido a un brazo salió de él y le introdujo en su interior. Estaba dando vueltas en círculos mientras veía todo borroso pues no conseguía enfocar su visión en nada a consecuencia de la velocidad. Se estaba mareando.

Su estómago empequeñecía mientras sus oídos le pitaban causándole un terrible dolor. Parecía que el remolino empezaba a remitir en fuerza de forma pausada. Así fue que se vio tendido en el suelo de madera del desván de una casa. Los ojos de unos chavales, una niña y un niño, le miraban atentamente. No sabía quiénes eran, pero si reconoció el lugar. Era el desván de su antigua casa, en la que se crió. Se levantó tambaleándose por el mareo y notó las caras asustadas de los infantes. "¿Hay papel higiénico?", les preguntó.

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