La siesta en la que una pluma de un pajarillo enjaulado pululaba en el lugar
23/VII/2020
eldiario.es
Su cuerpo estaba tendido en aquel sofá y parecía descansar. El sonido de su respiración se oía leve, aunque de vez en cuando un sonoro ronquido hacía acto de presencia haciendo que las paredes de aquella casa temblaran por la fuerza que desprendía desde el interior de su cuerpo.
Cuando esto pasaba, este se mostraba prácticamente inalterable y su cola se movía un poco debido a los actos reflejos. Lo mismo sucedía con sus orejas. Pero esto no podía notarse por la almohada que cubría su rostro pretendiendo protegerse de la luz del Sol que entraba por la ventana abierta con las cortinas descorridas.
Aunque fuera leve el sonido de su respiración, era tal la fuerza que llevaba este inconsciente acto que una pequeña pluma proveniente de uno de los canarios que había enjaulados en el salón de estar oscilaba sobre él, de arriba abajo, acompañando el ritmo de aquella acción.
De vez en cuando se movía en ese estado de duermevela que por momentos era bastante profundo. Podía cambiar de posición, rascarse, soltar una flatulencia o estirarse un poco mientras emitía un ruidito que describía perfectamente lo placentero de aquel rato.
Se despertó en determinado momento y retiró el cojín que su cara cubría. Estaba en ese justo instante en el que el atolondramiento de después de disfrutar de aquella siesta no le dejaba reconocer el lugar en el que se hallaba. Se sentó en el sofá y notó la forma en la que la pluma iba posándose sobre su rodilla derecha. La miró de forma curiosa.
La agarró con su mano derecha y la contempló con atención. El hueco y ligero hueso que la cruzaba de lado a lado y se iba haciendo cada vez más fino hasta que llegara hasta su otro extremo. Las formas que tenían la pluma en su base para después ir aumentando en tamaño hasta poder ver cada hilera que la componía.
La dejó sobre la mesa de la sala de estar. Tal vez la enmarcara. Quedaría bastante bien si se expusiera en las paredes de aquella estancia. Fue al baño y mirose en el espejo. Aunque el resultado de la siesta fuera reparador su rostro mostraba el estado de sopor en el que se encontraba. Sus ojos estaban rojizos. Todavía estaba medio dormido. Abrió el grifo y el agua comenzó a correr.
Puso las manos debajo de él como si fueran un recipiente que contuviera el agua y se la paso por la cara. Aquello le refrescó y despertó completamente después de frotarse su tez al repetir ese gesto tres veces. Cuando se volvió a mirar en el espejo tenía otro semblante. Ahora sí, aquello parecía otra cosa. Su cara parecía volver a indicar que se encontraba despierto. Se miró atentamente. Desde el grifo seguía corriendo el agua.
Sí, su cara de gato estaba ya más avispada. Espera, ¿él era un gato? ¿Los gatos no le tienen pánico al agua? Entonces, aterrorizado por lo que había pasado, y también temeroso por volver a estar en contacto con el líquido, pegó un gran salto y se agarró fuertemente a la lámpara de tela de araña que había en el baño.
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