Depredador (1987)

21/II/2018

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Aquella selva... aquella selva era tupida y profunda. Oscura, casi sin claros de luz que pasaran por la frondosa vegetación. Y los árboles... los árboles eran enormes, de la misma forma que lo serían los gigantes de la antiguedad. Pero lo peor era el calor. Un calor sofocante que parecía haber sido sacado del mismo infierno. E iba acompañado de una humedad tal que corría el peligro de desmayarse en cualquier momento. Estaban a punto de acabarse su provisiones de agua.

Él seguía caminando. Le pesaba todo. Las botas, el fusil, el revolver, la metralleta, el cuchillo, la pesada mochila,... Trescientos metros atrás se había sentado a descansar. A beber un poco de su racionada agua. En aquel lugar no había encontrado agua potable.

Mientras observaba lo que tenía alrededor vio algo viscoso que recorría el tronco de uno de aquellos imponentes árboles. Se acercó y tocó aquello que parecía sangre. Levantó la vista y vio entonces el origen de aquel fluir. En la copa se encontraba, despellejado, un individuo. Cayó hacia atrás de la impresión. Y allí, en el suelo, encontró una chapa identificativa. Pertenecía al Sargento Erick Bergman. No pertenecía a su compañía. No lo conocía.

Siguió caminando. Se seguía oyendo el cantar de los pájaros y de los monos del lugar. Toda su compañía había perecido. ¿A manos de qué o de quién? Habían caido de uno en uno y él se dirigía al punto de encuentro. Había dado el MayDay pero no sabía si lo alcanzarían. Le restaban dos kilómetros de duro camino.

Sus compañeros habían caído de uno en uno. Siete en total. Sólo sabía que tenían que rescatar a una persona. ¿De quién y a quién? No lo sabía. Sólo era consciente de que antes de llegar a su objetivo desapareció su primer compañero. Lo hizo sin dejar rastro.

Fueron cayendo de uno en uno. Dos más también lo hicieron de la misma forma. Cuando lo hizo el cuarto se percataron de que momentos antes la jungla se quedaba muda. No había indicios sonoros de vida.

Cuando desapareció el sexto vieron la forma en que se movía la selva. De lado a lado, rápida, como si algo corriera y se llevara a su víctima. Lo vieron desaparecer. Sintieron sus gritos y el silencio posterior. El sudor fue frío cuando volvieron a oír a los animales.

Sólo quedaban dos. No se hablaban. Con la mirada decidieron volver. La señal de alarma la dieron mediante código Morse. Caminaron y entonces se produjo otra vez el silencio. Sacaron las metralletas y observaron. Nada. No se veía ni oía nada. Sólo vegetación. Y entonces vieron dos puntos amarillentos.

Una sombra. Una sombra que parecía mimetizarse con el entorno se les acercaba. Dispararon. Pero se produjo un ruido. Un ruido parecido a un desgarro. Su compañero se levantó del suelo como si levitase. Entonces fue arrastrado al interior de la vegetación y desapareció.

Aterrado, decidió caminar solo. Seguir volviendo. Hacía rato que escuchaba la fauna local. Entonces esta cesó. Se puso en guardia. Todo estaba en silencio. Sólo escuchaba su respiración y los latidos de su corazón. Notó un golpe en la cabeza y quedó inconsciente.

Cuando despertó se vio en una cueva. Estaba atado a un tronco clavado en el suelo. Enfrente de él sus siete compañeros. Todos fallecidos. Y vio la sombra. Aquella misma sombra ahora mismo se le acercaba. El mimetismo desapareció para aparecer un ser de más de dos metros y medio. Parecía que llevara rastas. Tenía un casco en la cabeza y mallas en todo el cuerpo.

Se puso frente a su cara. La acarició. Señaló sus propias armas que estaban en el suelo. Alzó sus dos enormes manos. Sus uñas parecían garras enormes. Apretó en una esquina de casco y, acto seguido, comenzó a salir un gas que precedió al momento de quitárselo.

Su rostro poseía una gran boca con cuatro colmillos enormes. Su cabeza, calva, era alargada hacia atrás y sus dos ojos eran negros. Todo su rostro hacía indicar que estaba hecho para la caza. Entonces abrió la boca dejando ver otra serie de incisivos mientras soltaba un rugido que hizo estremecer toda la selva. Entonces se puso otra vez el casco.

Volvió a señalar las armas que había en el suelo, las del soldado. Emitió una risa enlatada y gutural que parecía salida de una pesadilla. "Eres mi presa, corre", dijo. Le soltó y desapareció.



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