La historia del porro que se fumó sin darle importancia (II)
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Mientras iba caminando, y las gafas de sol protegían su vista de este, pasó al lado del centro cultural. Observó su luminosa fachada mientras encendía el porro otra vez después de apagarse. Antaño había sido un hospicio para niños abandonados. Tenía casi un siglo de antigüedad y desde que vivía en la zona le fascinaba su construcción. Dos horas después inaugurarían una exposición de cuadros. Así que siguió su camino y pasó junto a una peluquería antes de hacer lo mismo con un bar. En frente, cruzando la acera, había otro que colindaba con unas escaleras que descendían a la orilla del río que dividía la ciudad al momento que le cruzaba un puente desde donde estas nacían.
Bajó las escalinatas. Lo hizo con mucha precaución. Aunque estaban secas, resbalaban por el desgaste que el paso del tiempo producía en ellas. Además, empezaba a sentir el efecto embriagador del hachís. Por lo tanto, posando suavemente su mano derecha sobre la pared, las descendió. Llegó a un paseo que recorría el río. En concreto, su parte izquierda. Este parecía frenar un kilometro más adelante, justo cuanto otro puente pasaba sobre él. Pero no llegaría hasta allí. Su meta se ubicaba un poquito antes y la caminata prosiguió mientras dejaba atrás los bancos en los que se sentaba la gente a conversar, escuchar música o estar en silencio. También varias tabernas que daban bastante vida a la zona. Aunque había todavía más en el lado opuesto de los edificios en los que se ubicaban. Y árboles. También árboles en flor, aunque nunca supo de qué especie se trataban.
A lo lejos, a medio camino de aquella parte del recorrido, se encontraba un tercer puente. El segundo, en realidad, si se atenía a cómo estaban colocados. Puso haber pasado por debajo de él y tirar hacia el lugar en el que había quedado. Pero tenía tiempo de sobra, pues le quedaban unos 40 minutos antes de la hora fijada en su cita. Así que decidió subir otras escaleras. En cambio, estas eran nuevas y pulcras. Cuando llegó hasta la parte de arriba tiro a la izquierda, a la taberna que allí había. Desde el balconcito que tenía a modo de terraza observó a la gente agolpada en las escalinatas que acababa de ascender. Y a lo lejos, también el lugar señalado en el que había quedado. Entró, pidió un café y salió al exterior. Decidió no sentarse en las mesas. Se quedó levantado mientras miraba la ciudad a la par que tomaba la bebida y fumaba un cigarrillo. Aquella panorámica urbana siempre le había parecido maravillosa. Y podía observar un tercer puente, el penúltimo. La salida, o entrada, de este estaba a poco menos de 25 metros del lugar al que finalmente se dirigiría después.
Finalmente, decidió sentarse. Lo hizo en un rescoldo que salía de la pared que hacía las veces de taburete. Se imaginaba las ocasiones en que alguien, hace tiempo atrás, hubo pasado las horas contemplando el paisaje casi como él estaba en esos momentos. Decidió hacerse otro porro. Pero no lo iba a fumar. Lo dejaría guardado hasta que llegara la persona con la que había quedado. Así que le dio un trago al café después de verter el azucar y removerlo lentamente. A su alrededor, la gente conversaba alegremente o parecía tener la mirada distraída, tal y como estaba él mismo entonces. Tal vez algunos se recreaban sumidos en medio de los efectos del hachís, o quizás de la cerveza u otra bebida alcohólica. Se puso los cascos con tal de escuchar música e ignoró las conversaciones que había alrededor.
Una persona corría junto a su perro atado a la correa. Una pareja, una cuadrilla, un individuo solitario... Todos ellos caminaban por el paseo como si nada, aunque podría ser que tuviera mucha importancia. Más de la que imaginamos. Una pequeña motocicleta subió la cuesta a toda velocidad. Detrás de ella, un coche de policía pasaba por el lugar. Tres jóvenes se acercaron a otros tantos y empezaron a hablar con los primeros. Tras unos dimes y diretes, uno de ellos, quien llevaba un pequeño bolso orientado a mujeres, golpeó a otro y abandonaron el lugar. Nadie hizo nada. Aprovechando que subían la cuesta se acercó a ellos. ”¿Estáis bien?". "Sí, tranquilo, no pasa nada". Y volvió al lugar en el que había estado sentado mientras la gente que allí había susurraba sobre lo que acababa de pasar. Un mes después, mientras esperaba al autobús, les vería en otro pueblo, en otras circunstancias. Alguien, como quien no quiere la cosa, le dijo. "Cuidado con esos". Pasó olímpicamente de ellos y de la persona que se lo dijo.
Dio otro trago al café. Aunque de un sabor agradable, le hubiera gustado que fuera un poco más agrio. Bajo las gafas de sol continuó contemplando el lugar y a las personas que había. La patrulla volvió a pasar, y esta vez lo hizo más rápido en dirección hacia donde se dirigieron los jóvenes. Hubo un pequeño silencio. Pero la algarabía regresó apenas transcurrió medio minuto. Encendió un cigarrillo a duras penas. No hacía mucho viento. Era una leve brisa, en realidad, pero la pequeña fuerza impedía que el fuego prendiese. Tras no encontrar la posición adecuada, lo tuvo que encender cubriéndose con la sudadera. Hacía tiempo que no recurría a ese movimiento. Tal vez desde poco después del instituto. Y ya habían pasado 12 años de ello.
Apuro la bebida y el cigarro. Miró la hora en un reloj ubicado en el exterior de una farmacia. Tenía que ponerse en marcha. Aunque su lugar de destino estuviera a 5 minutos, tal vez un poco menos. Comenzó a dirigirse allá. Tropezó al bajar un escalón. Los efectos del hachís parecían estar en su punto álgido, pero se desvanecerían antes de que llegara la otra persona. Siguió caminando y volvió a pasar al lado de otro puente. Era el tercero. Y a unos 25 metros estaba el lugar en el que había quedado. Veía su puerta y los dos bancos que estaban en sus respectivos flancos. Los dos estaban libres. Le pareció curioso. Normalmente, a esa hora, solían estar ocupados. Decidió sentarse en el que estaba a la izquierda según saliera. Pero iría con calma, no tenía intención de acelerar el paso. Cuando atravesó la entrada se dirigió a la barra, la cual estaba justo enfrente. Alrededor de ella un grupo de 5 personas conversaba alegremente mientras el camarero participaba de ella. En cuanto le vio, se dirigió hacia él. Le pidió otro café. Pagó, recibió las vueltas, salió, se sentó en el banco y encendió otro cigarrillo. Quedaban cinco minutos hasta la hora convenida. Y aquella persona solía ser puntual. Tal vez en exceso.
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