UN DESAFORTUNADO VIAJE EN AUTOBÚS

¡Ay, Señor! Este viaje

en autobús, que dicho

sea de paso, sería bastante

corto, se ha vuelto

un Infierno. Una señora,

con un pañuelo

en la cabeza, trata de

abrir la ventana

pretendiendo respirar

aire puro,

o por lo menos,

que no sea insalubre.


A un caballero,

de los que no tienen

un corcel que corra

en algún prado,

se le atragantan

arcadas múltiples

hasta llegar

finalmente

a vomitar

hasta el primer

sorbo de leche

materna que probó.


Y el chófer,

quien pasó de

ponerse rojo

a un blanquecino

rostro

hasta alcanzar

una tonalidad

azulada,

se ha visto obligado

a aparcar

en el arcén.


Finalmente,

y tras estar todos

los pasajeros

en la parte posterior

cual sardinas en lata,

salen en tropel

en busca

del codiciado

oxígeno

negado hasta

hace un momento.


Será entonces,

ya en espacio abierto,

que los vómitos

sean común patrimonio

entre aquellas personas

que pudieron ser

la gala

de aquel trayecto

en camino

hasta llegar 

a su destino. 


Por suerte,

al cambio de

aires le siguió

una sensación

que dio

paz, pero atrás

quedó para sacar

a la rabia

por la que se buscó

al alma

causante.


Fue por un pedo.

Aquel gas pudo ser

la más apestosa

y cruel situación

que las personas

tuvieran en frente.

Pero, al final,

fue imposible

el calibrar

esa masa

repugnante

que fue causante

de aquel desatino. 


Luego, los titulares

ocuparían su espacio

con el suceso que compete.

Y lo curioso

es que parecía resultar

el contenido

de una sátira basada en

una situación real

que a la par fuera incapaz

en crédito

ante los oídos

de quienes la oyesen.

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