LA PALABRA
Nada hay más Sagrado
que el mismísimo habla.
Tanto, que se les confiere
a algunos la Voz Divina,
o ellos se la auto conceden.
Es en esos casos
cuando la avaricia
en el dominar se prende
en una especie de llama
al calentar un banquete.
Por tanto, no nos debería
extrañar que esta sea,
la palabra,
de lo primero en limitar
cuando se pretende
doblegar una sociedad.
Se frena su aprendizaje,
su riqueza,
la sabiduría que emana
de su cuerpo, el grosor
de los años trascurridos
en generaciones
que vieron la forma
en que vestía.
Y por eso mismo
también se persiguen
todas esas plasmaciones
nacidas en la escritura
o cualquier forma del arte.
El vocabulario
minúsculo vuelven
con tal de que no germinen
las ideas que fructifican
mediante el abono de este.
Visten con parafernalia
su naturaleza.
Y barruntan
cuando alguna temeraria
actitud pretende
arrancar e ir más allá.
No serán anchos los mares
en cabida
en el momento en que surge
en todo su apogeo
la sombra que tapa todo,
enfría corazones
y cubre con capa
sin la lluvia.
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