Rozalén, Reincidentes y la imposición del silencio

La colaboración entre la albaceteña y Fernando Madina es una tesis sobre el uso del silencio como herramienta a la hora de subyugar a las personas


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Tiene el silencio un componente de sobriedad, romanticismo, misticidad e, incluso, aunque parezca profundamente incoherente, de nihilismo que orienta a la persona que disfruta de él hacia el conocimiento, la organización de pensamientos y sumergirse en uno mismo. Se trata de algo muy apreciado por muchas personas. El poder escuchar el fino vacío de la noche, el relajante estruendo de una tormenta, el mecer de las olas,…

Pero a lo largo de la historia ese mismo concepto ha sido un arma arrojadiza usada con el propósito  de alimentar el miedo, imponer posturas, subyugar a personas,...Por eso mismo puede resultar llamativo que ese mismo factor, el del silencio, una dos temas que podrían parecer completamente ajenos, pero que se retroalimentan desde sus bases y tienen mucho que ver en los patrones actuacionales que los construyen; en las consecuencias que acarrearon y acarrean.

El silencio como punto de unión en dos temas que abrazan a la albaceteña Rozalén y los sevillanos Reincidentes. Una artista que se engloba dentro de eso que se ha llamado el mundo del cantautor y un grupo que se autodefine de “roqueros”. Su unión se debe a la imperante necesidad que hay en evitar el silencio que surge estrepitosamente en lo que rodea a lo referido sobre las heridas sin cerrar que hay en torno a la Guerra Civil Española y la violencia de género.

Dos temas que parecerían estar en las antípodas, pero que se unen en eso mismo que se ha comentado anteriormente. Por un lado en el silencio impuesto después de la Guerra por miedo a lo que podría pasar, a las represalias del Bando Ganador. Y el miedo, el silencio que empequeñece a las víctimas de la violencia de género por su subyugación ante esa figura que las maniata, las caricaturiza, las hace sentirse nada, les lleva a la muerte,… eso que estaba tan institucionalizado en viejos tiempos, que fue alimento del mismo franquismo y que dura hasta nuestros días.

¡Ay, Dolores!

Para ello se valen de dos canciones que podríamos decir que se han convertido en clásicos de ambos. Por un lado tenemos “¡Ay, Dolores!”, el canto que el grupo comandado por Fernado Madina compuso denunciando la violencia de género que fue incluido en su noveno disco, “¿Y ahora qué?” (BGM Ariola / RCA), y que viera la luz en el año 2000. Se trata de una cruda canción de “rock callejero” que mezcla en sus letras la voz del narrador con una breve visión en primera persona. En ella se cuenta la forma en que Dolores, la protagonista con un  nombre propio que en realidad es el de todas, va hundiéndose mientras la vida se le escapa entre “sus dedos” por el “silencio de la sociedad” que cierra los ojos ante la tortura psicológica y y física a la que está siendo sometida por su pareja.

Él es un borracho empedernido que la ve como un simple objeto que le sirve de utensilio y sobre el que puede descargar su rabia mientras la va convirtiendo en un mero esclavo que no puede siquiera contestar mientras aguanta el desprecio y el insulto. Es un contundente alegato hacia su emancipación, hacia la libertad, a que pueda disfrutar de ella misma (de su propio cuerpo) sin los tabús y trabas que impone la sociedad, a que se aleje de aquel que le ha cortado las alas, pero que sepa que, pese a todo ello, puede volar.

Y volviendo otra vez al tema del silencio. Que no podamos escuchar algo no quiere decir que no haya ruido, que esté vacío de contenido o que no encontremos una lengua presente. En la página de Youtube del grupo podemos contemplar un video interpretado en lenguaje de signos. Su edición corrió a cargo de los alumnos de “Comunicación en LSE aplicada a a Servicios Sociales con Perspectiva de Género del AEGI" de Cádiz. En él podemos observar la manera que van interpretando la canción mediante la Lengua de Signos. Se nos van presentando sus protagonistas, siendo ellas y ellos la misma Dolores gritándole a un mundo que no quiere oír y que no le entiende ya que es incapaz de comunicarse con ella a no ser que sea de esa manera.

En este caso el silencio que la encierra es aún mayor si cabe. Encerrada, incapaz de poder gritar al mundo lo que está padeciendo, todavía más aislada y a merced de alguien que constantemente la menospreciará achacando su “inutilidad” a su condición, ya sea por causas naturales o derivadas por algún motivo. Claustrofobia mezclada con un sentimiento de estar encerrada en la Caverna de Platón sin nadie que le diga lo que pasa en el exterior. Una trampa en la docilidad y miseria de la que se puede aprovechar perfectamente ese que se dice llamar su pareja. Un simple documento audiovisual cargado de luz natural, que invita a salir a la calle y a cortar esos hilos que la mantienen encerrada en el “hogar”.

La versión que hacen de ello se trata de una triste joya musical en la que la rabia de Rozalén se muestra a la perfección en una voz que se entrecorta a medida que van avanzado las líneas de la historia. Madina escapa de sus registros ásperos dejando paso a una tonalidad limpia que se antoja incluso más clara en sus intenciones que en la original. El envoltorio acústico que le otorgan es sublime, con una finas percusiones que dan cuerpo a la par que marcan el ritmo. A ello se le une unas bellísimas líneas de guitarra acústica que emanan una angustia que llega al estómago y corazón.

El envoltorio es un videoclip en el que interactúan ellos dos con imágenes de manifestaciones, recortes de periódicos, una mujer cantando en lenguaje de signos. El silencio siempre presente. Ese silencio a evitar, el cual es cómplice de todo ello y que hay que erradicar. El tiempo corre despacio, estancando la vida ante la manera en que Dolores sufre los celos, la cotidianidad del transcurso de los días esperando que llegue el momento de los desprecios, de los “palos”, la tortura en la mente… el paso del tiempo con el mismo “silencio de la sociedad” que él mismo representa; de su propio fracaso y el mundo que postuló esas actitudes. El despertar hacia ella misma, el descubrir que no existen Príncipes Azules y que ese ruido silenciado se puede cambiar por el volar que la libertad otorga tras empezar a poder a vivir.

Hermosa, bella, sublime. Llena de rabia en apenas 3 minutos y medio. Tiene tanta rabia, tanta frustración escondida, que se puede llegar a observar un gesto de completa impotencia en la propia Rozalen al final de su interpretación. Una señal incontestable del cariño puesto en todo este proyecto. Es tal la belleza que por momentos parece que la canción se queda hasta corta en cuanto a su duración, pero el resultado es palpable. Consiguen dar una visión completamente diferente a la canción original. El mensaje esta ahí, es el mismo, pero el envoltorio que le confieren es tan espectacular que incluso supera a la original.

La rabia de esta, enfundada en el rock callejero mezclado con punk es directa, sin ningún tipo de rodeo y solamente es adornada por el grupo de cuerdas que la embellece y los coros que sirven de moraleja. De esta manera, en este limpio acústico, logran embellecer de melancolía toda esa impotencia que transmite la letra de la canción. El éxito de este nuevo formato es que logran conservar esa visceralidad de la original con un cuerpo completamente diferente.

Tan distinto es que incluso se puede llegar a pensar que se trata de otro tema, una composición de la albaceteña en colaboración de Fernando Madina. Eso, y las increíbles ilustraciones de Virginia P. Ogalla, hacen del videoclip dirigido por Kiko Romero una auténtica maravilla. A esto hay que sumarle las imágenes del estudio. Grabadas por Carlos Márquez, muestran una sorprendente espontaneidad por parte de los dos cantantes. Y la producción, a cargo de Ismael Guijarro, es pulcra y muy bien cuidada.

Justo...

¿Y qué podríamos sobre “Justo”? En primer lugar habría que señalar que es el cuarto corte del tercer trabajo de estudio de Rozalén, “Cuando el río suena…” (Sony Music Spain). Este disco, que vio la luz en septiembre de 2017, le sirvió a la albaceteña a la hora de afianzarse en el panorama musical. Con un álbum que mezcla maravillosamente lo que podríamos llamar el espíritu del cantautor con el pop, realiza un viaje interior en el que se sumerge en su propia vida y grita contra contra la violencia de género y el deliberadamente olvido que hay en torno a la Guerra Civil Española. Y justo con ello, discúlpenme la redundancia, es lo que pretende denunciar mediante “Justo”.

En ella no solo narra la historia de este joven (su propio tío abuelo) que fue llamado a luchar por el bando republicano en 1938. Canta también las circunstancias que rodearon su vida antes de partir, la espera de noticias por sus allegados mientras estaba portando el arma y lo que aconteció después de su muerte. Todo ello en un pequeño pueblo de la Sierra del Segura (Jaén) en el que, tal y como se dice comúnmente, se ´conocería todo el mundo. Algo que, por cierto, supo aprovechar “a la perfección” la ramificación del futuro Régimen a la hora de implantar el clima de sumisión con tal de cimentar ese idílico mundo de supuesta tradición cristiana que pretendió.

Y es que el tema de la canción no trata únicamente sobre la muerte de Justo. Se trata de un excelso análisis del clima subyugador que se vivió en la España franquista y que perdura hasta nuestros días. No se trata del hecho de que no se quiera revisar lo sucedido durante la Guerra y los años posteriores a su final oficial. Se trata de mucho más que eso. Se trata de esa tendencia a pasar página dejándolo todo  en el pasado tal y como está amparándose en el paradigma del espíritu de supuesta concordia y trabajo grupal que originó la Constitución que nos rige. Se trata de que muchos de esos mismos que ondean esa bandera miran hacia otro lado y, al mismo tiempo, exigen que, por ejemplo, en el caso de las víctimas de ETA, sean ellos mismos los poseedores del sentimiento de estos y que no haya más alternativa a la hora de afrontar lo sucedido que tal y como ellos dicen que debe de ser. Pero esto es simplemente una opinión.

No se trata del dolor que expresa la canción de la propia Rozalén, o de la madre del propio Justo cuando le dan la noticia de que este ha fallecido. Es mucho más. Se trata de la denuncia por cómo mataron a la cultura, cómo la exterminaron mediante un genocidio que solo permitía las aristas que mercaba el Régimen. Se trata del “es lo que hay”, del “tienes que dejar las cosas como están”, del “lo pasado pasado es”. Incluso del silencio que se origina en un turbio clima por expresar las propias opiniones por miedo a las represalias. Ya sea por las torturas, la amenaza de la cárcel o la imposibilidad de encontrar un trabajo con el cual sostener a una familia. Para ello dieron fuerza, fortificaron el sistema del “que dirán”, el chivatismo comunitario, la meritocracia hacia los pilares del régimen.

El trasfondo de la canción es el silencio que se imponía mediante la previa amenaza de las consecuencias habidas por salirse de los establecido. El ninguneo hacia el que pensara diferente y el obsequio al confidente y cómplice. En medio de todo este camino esta la intimidación y su consecuente baja estima personal de aquel que lo padecía. Algo que, si lo miran con atención, se ve reflejado también en las víctimas de violencia de género o aquellas que personas que hoy en día, en su día a día, se ven obligados a callar por miedo a las represalias que puedan sufrir ante lo que podría contar sobre las condiciones laborales en alguna empresa o lo que les obligaban a hacer.

Incluso en la vida social, cuando por determinada situación se ven obligadas a callar por lo que le pudiera pasar, ya sea por el posible descrédito social o las influencias de poder. Aquí entraría el llamado San Benito, esa fama o aura que le rodea a una persona y que puede suponer, si no el fin, un lastre que le dificultará, por decirlo de manera dulce, el resto de sus días. Incluso por una ideología o “tendencia sexual”. Resulta curioso que aquellos que actúan de esa manera no suelan reconocer la semejante naturalidad de sus actitudes en cuanto a las similitudes, mientras que los autoidentificados como fascistas parecen vanagloriarse y expresar libremente su ideología.

Rozalén, con tal de expresar todo ello, se vale de una voz desgarrada que combina con una dulce y llorosa voz. Los ritmos de percusión recuerdan el sonido de las balas que en el frente se podrían encontrar. Todo ello mezclado con la esperanza que por momentos rezuman los instrumentos de metal que adornan el fondo del cuerpo del tema. Sola, acompañada de su guitarra, va desgranando durante poco más de 4 minutos una historia de dolor, de nostalgia, rabia y esperanza. Un acordeón que da comienzo mientras expresa la “conformidad” habida en los años posteriores a la muerte de Justo, de tantos otros, y que da comienzo a la historia del joven que fue enrolado en la “Quinta del Biberón” movilizada por el Presidente Republicano Azaña. El dolor desgarrador de la madre tras recibir las nuevas de su muerte, la extraña anécdota sobre el día a día entre los fallecimientos en el frente explicando la forma en que su compañero se queda con parte de sus pertenencias tras su partida. Un alegato por seguir buscando a aquellos que hoy en día siguen desaparecidos.

De brillante se podría describir este viaje a su interior sobre lo sucedido y el clima que se vivía y que perdura, como una enfermedad que se extiende por el cuerpo, en estos tiempos. Y su otra visión, la de ese otro cuerpo tan cercano a si hubiera sido una tema de los propios “Reincidentes”, es en esta ocasión un grito visceral que es la propia reencarnación de la absoluta desesperación. El primer paso lo da Madina, quien en esta ocasión sí tira de esos recursos vocales que le confirieron su imagen. Acompañado está de una Rozalén con un registro agrio, áspero y que deja salir a relucir toda la rabia contenida sin ningún tipo de metáfora que en esta ocasión pudiera limarla.

Cuerpo, dureza y contundencia. Así se presenta esta versión que en su videoclip viene acompañada de las ilustraciones de Antonio Hernández Palacios. El historietista madrileño, que falleció en el 2000 en la villa que le vio nacer, puso su impronta en un trabajo cuya dirección artística corrió a cargo de Kike Bas. La editorial Ponent Mom fue la que prestó sus dibujos extraídos de sus trabajos dedicados a la Guerra Civil “Eloy, uno entre muchos”, “Río Manzanares”, “1936: Euskadi en llamas” y “Gorka Gudari”. Todos ellos fueron publicados en 1979 bajo el auspicio de la editorial gasteiztarra Ikusager.

Quiéreme niña,

quiéreme niña,

quiéreme siempre.


Quiéreme tanto,

quiéreme tanto

como te quiero.


A cambio de esto,

yo te daré...


La caña dulce,

la dulce caña

y el buen café.


La caña dulce,

la dulce caña

y el buen café.

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