Una ordinaria, pero titánica, lucha

04/IX/2018




Estaba desesperado. Unos sudores fríos le recorrían todo el cuerpo. Un cuerpo al que le dolían hasta las uñas de los dedos pequeños de los pinreles. Y estaba en mitad de la calle.

Aceleró el paso. Pero tuvo que aligerarlo e intentar relajarse. Respiró hondo y claqueó un poco los pies sobre el suelo. El sudor frío y el malestar seguían presentes. Miró hacia la izquierda. Luego a la derecha. Estaba a punto de claudicar. Aún así, decidió seguir adelante.

Continuó su caminar acelerándo cada vez más. Hasta llegar al punto de empezar a trotar y comenzar a correr cada vez más rápido. O raudo y veloz.

Justo antes de franquear la primera barrera que le impedía llegar a su objetivo sacó las llaves. Esta acción fue tan rápida, y torpe, que se le cayeron.

"¡Me cagüen Dios", exclamó a los cuatro vientos. Una mujer que pasaba por allí abrió los ojos de par en par y le comentó que se tranquilizara. Que no pasaba nada.

"¡Ay, señora! Si estuviera en mi lugar... habría dicho lo mismo. Muchas gracias de todas formas". Esto fue lo que le contestó antes de lograr abrir la puerta, dar un portazo y subir las escaleras de tres en tres. Parecía que su vida le iba en ello.

Justo antes de llegar al portón que custodiaba su morada tropezó y cayó al suelo. "¡Me cagüen Dios!", gritó repitiendo un ciclo inconsciente. Aunque, en esta ocasión, fue con un volumen mayor que la vez anterior.

Trató de meter las llaves en la cerradura. Pero los nervios no le permitían atinar. Desesperado, lo volvió a intentar aunque el sudor frío y el malestar general aumentara en su intensidad. Daba saltos de angustia.

Dolor, sentía mucho dolor.

Cuando consiguió penetrar en el apartamento cruzó el pasillo como alma que lleva el diablo. Lo hizo tan rápido que al llegar a aquella puerta la abrió tan violentamente que se dió con ella en toda la cara. Había olvidado que la única forma en que se abría era hacia fuera en vez de al interior.

El "Me cagüen Dios!" que soltó debió de oírse a dos kilómetros a la redonda. Herido en su orgullo, aquel sudor frío le atormentaba cada vez más. Se adentró en el baño. Fue despojándose torpe, y nerviosamente, de las prendas inferiores para acto seguido sentarse en el retrete.

La lucha que contra su cuerpo vino después sólo podría describirse como una lucha de Titanes. De Gladiadores en la arena del circo romano. Era una Lucha a vida o muerte. Finalmente y, sin saber cómo, salió victorioso de aquella lid.

Pero en el momento crucial, en el de retirar los restos de los vencedores y vencidos, descubrió que no había hecho la compra. No había papel.

"¡ME CAGÜEN DIOS, ME CAGÜEN DIOS, ME CAGÜEN DIOS!"...

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