El mutante
16/IX/2020
Miraba pasmado su rostro reflejado en el espejo de aquel pequeño cuarto de baño. Estaba blanco. Blanco debido al asombro de comprobar la forma en la que se acentuaban sus negras ojeras al contraste que ocasionaba el matiz que le daba el tono que había adquirido. Se pasó la mano por ella. De arriba a abajo. Lo hizo con el fin de comprobar que lo que veía era cierto.
Sus ojos marrones se abrieron de par en par cuando descubrió las dos membranas que salían desde detrás de sus orejas. De estas parecía provenir un aceitoso líquido que era pegajoso y al que podían adherirse los pequeños objetos de tela. Pero, al tocarlo, era suave y esponjoso entre sus dedos.
No desprendía ningún olor y las membranas, que tenían la forma de las placas de una nave espacial, podían abrirse y cerrar. Ocultarse ante la visión de los demás. Tampoco podía observarse ningún tipo de marca que las delatara ante los de ellos. Excepto para él mismo.
Se volvió a pasar la mano por la cara de la misma manera en la que lo había hecho antes. Unos surcos de lágrimas le comenzaron a acariciar sus pómulos al percatarse de que sus pupilas iban adquiriendo forma de media luna e iban tornándose a un color verde mezclado con el marrón que los caracterizaba.
Sintió un ligero picor en sus brazos. Unos lunares estaban apareciendo hasta coger la forma y dureza de las escamas. En menos de un minuto, todo su cuerpo se tornó escamoso y había perdido todo el vello corporal. También el de su testa. Sus uñas se endurecieron y adquirieron un color negruzco mientras crecían más membranas entre los dedos de sus manos y pies.
Se despojó de toda la ropa y pudo observar su cuerpo. Ahora era verde en muchas y distintas tonalidades. Mucho más fuerte y musculoso. Pero con una extraña forma que podría describirse de aerodinámica. Ya no tenía orejas ni cejas. Tampoco barba. Y donde debería estar su miembro viril había algo parecido a un pequeño caparazón que debía ser el lugar en el que se ocultaba y protegía su órgano reproductivo.
Pasó entonces sus dedos sobre sus labios. Lo hizo con el índice y corazón de su mano derecha y, de esa forma, pudo comprobar que eran bastante más suaves que antes. Su color era mucho más oscuro que el resto de su cara, la cual tenía una sombra oscura donde tendría que estar su vello facial. Abrió la boca y pudo descubrir la total desaparición de su campanilla.
Antes de eso observó que su lengua era más fina. Podía distinguirse claramente la entonces más profunda comisura que la dividía en dos. Sus dientes estaban cambiados. Tenían un color marrón asemejándose al transparente cristal. Eran mucho más anchos y cortos. Al hacer fuerza al morder se percató de que su mandíbula había aumentado en solidez.
Y su aliento. Su aliento había cambiado por completo. Desprendía cierta fragancia que recordaba a la sal que se percibe en el ambiente de una playa. Se apoyó en el lavabo y estudió atentamente su nuevo rostro. Dio unos pasos hacia atrás e hizo lo mismo con su cuerpo. No daba crédito a todo aquello que estaba pasando.
En ese momento se percató de la presencia de otras dos membranas. Eran elásticas e iban desde sus codos hasta la mitad de su torso. Podía levantar completamente los brazos y comprobar la forma en la que se extendían dándole una silueta que le recordó, en cierta medida, a una piruleta.
"Por favor", pensó, "vuelve a la normalidad". Su cuerpo fue transformándose hasta alcanzar el punto de origen. Se quedó petrificado. "¿Y si vuelves a la forma de mutante?" Su cuerpo fue, poco a poco, volviendo a adquirir aquella figura que tanto le aterraba. Y de nuevo volvió a la forma que consideraba su estado natural. Llevó a cabo aquella acción en repetidas ocasiones. Repitió todo aquello tantas veces que comenzó a sentirse mareado. Las piernas le comenzaron a fallar y temblar.
Unos repentinos y constantes calambres le recorrían el cuerpo mientras un verde y viscoso sudor recorría cada parte de su anatomía. Sintió una punzada y un inmenso dolor en el estómago que le produjeron náuseas. Le costó mucho esfuerzo vomitar y, cuando lo hizo, esta acción fue seguida de otra vomitona a la que acompañó una fuga verde fosforito de lo que supuso era su orín. Desprendía un fuerte olor a ácido.
Devolvió por tercera vez y, en esta ocasión, sus esfínteres aflojáronse hasta tal punto que las heces de su cuerpo se desparramaron dando la impresión de ser el reflejo de alguna comida que hubiera estado cortada durante semanas. Cayó de rodillas al suelo mientras el dolor que sentía le iba nublando la vista y no conseguía ver la manera en la que su cuerpo iba perdiendo todo el líquido que contenía.
Pero sí notó el iba deshacer de cada parte de su cuerpo. La manera en que desaparecía hasta ser sus ojos la última parte en existir. Y ahí, en ese instante, pudo descubrir el familiar techo de su pequeña habitación. Su diminuta cama estaba completamente deshecha y desordenada. Un profundo olor a vómito y excrementos humanos dominaba la estancia.
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