¿Qué fue de Elisabeth?
Las lágrimas surcaron su rostro. Despertó tras ver en sueños a su mujer. Le decía que estaba bien. Que no se preocupara. Pero hacía dos meses que había desaparecido. Sólo le dejó una nota. "Volveré pronto. Cuida de Alan. Os quiero", decía el texto escrito con su inconfundible letra. Decidió ir al ordenador y contemplar las fotos que tenían juntos. Pero antes debía mirar cómo dormía el crío. Fue a su habitación. Y sin entrar en ella le observó de lejos. Respiraba tranquilo. Y parecía hacerlo en paz a pesar del sufrir que arrastraba desde que su madre no estaba.
¿Por qué lo había hecho? ¿Qué le llevó a tomar semejante decisión? Las cosas entre ellos estaban bien. Había calor, comprensión, pasión, entendimiento... Y esto lo hacían sin cruzar una sola palabra. Una simple mirada, o un gesto, les valía con tal de comprenderse, de complementarse. Nunca, nunca se arrepintió de empezar con ella. Incluso cuando supo que estaba embarazada de otro al momento de empezar a salir. Justo de cuatro meses. Y al nacer el niño se sintió la persona más dichosa del mundo. Aquel era su bebé. Aquel era su hijo. Le pesara a quien le pesase. Habían sido cinco años de inmensa felicidad...
No podía dejar de llorar mientras iba al cuarto en el que tenía su escritorio. Su oficina particular, pues trabajaba desde casa. Lo decidió con tal de poder conciliar mejor la vida familiar. Las lágrimas casi no le dejaban ver. Y notaba su rostro irritado por el roce de estas. Tenía que dejar de hacerlo. Tenía que dejar de hacerlo por Alan. No podía notar que pasó la noche de semejante manera. Debía guardar la alegría en su corazón. Que tuviera la esperanza de que si no era mañana sería al día siguiente que su madre regresara. Tenían tantas cosas de las que hablar... tantos asuntos pendientes por completar... tarde o temprano podrían hacerlo. Pero hasta entonces debía ser fuerte. Aunque sólo fuera por el niño.
En cuanto se sentó frente al ordenador trató de recuperar la compostura. Sabía que lo que iba a ver no le iba a hacer ningún bien. Que su ánimo iba a volver a torcerse. Aun así, lo encendió y esperó pacientemente a que cargara. Una vez lo hizo, fue a la carpeta en la que guardaba las fotos y vídeos que tenían juntos. Pinchó en la que estaba titulada como "Boda". Aunque en realidad nunca se casaron. Hicieron una comida con los padres y hermanos de ambos. Alan, quien por aquel entonces sólo tenía dos años, no paraba de correr de aquí para allá. Era la representación de la felicidad pura. De nuevo, comenzó a llorar. Aunque trató de frenar. Y lo logró. Después, fue a la del quinto cumpleaños del crío. Sólo estaban ellos en un pequeño restaurante. Los camareros les sacaron las fotografías con toda la amabilidad del mundo. Fue una velada muy agradable, aunque notaba a Elisabeth un poco distante.
Una semana después vio la nota. Y con ella llegó su desaparición. No entendía nada. Si por lo menos se hubiera dado cuenta de los pequeños detalles que indicaban que algo raro pasaba... tal vez pudiera haber evitado todo ello. O, como mínimo, tener una explicación de lo sucedido. Del porqué hizo lo que hizo. De repente, sonó su teléfono móvil. Lo ignoró. No tenía ganas de hablar con nadie. Y menos a aquellas horas de la noche. Sólo quería sumergirse en los recuerdos y naufragar en la melancolía. Aunque luego tuviera que hacer de tripas corazón y tirar de toda su fuerza de voluntad con tal de que Alan no lo notase. Entonces, observó que había una carpeta nueva. Él no la había creado. "Para Cristian", decía.
Comenzó a temblar. ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué Elisabeth iba a crear una después de haberle dejado la nota? Casi no podía manejar el ratón del ordenador por la impresión. Sintió una punzada en todo su brazo izquierdo. Trató de respirar. De calmarse. De sosegarse. Tuvo que levantarse de la silla y comenzó a dar vueltas por la habitación mientras se daba pequeños golpes en la cabeza. ¿Qué era todo aquello? ¿Qué podría haber en el interior? Finalmente, cuando recuperó un poco la compostura, volvió a la silla y decidió abrir el archivo. Tras hacerlo, descubrió que en su interior había un vídeo.
No sabía qué hacer. Algo le decía que no debía darle al "Play". Que lo que allí había no le iba a gustar. Volvió a sonar el teléfono. Y de nuevo lo ignoró. Otra vez cogió aire. Pero ahora con tal de armarse de valor. Arrancó el documento. Ante él, una encapuchada persona hizo acto de presencia. Llevándose el dedo índice de su mano derecha a la boca hacía un gesto de silencio. De que se callara. Comenzó a sudar. Y este era frío. Sintió pánico. Temor. El estómago pareció movérsele y el corazón pararse cuando aquel individuo desapareció de la imagen y dio paso a la figura de Elisabeth. Estaba maniatada en una silla y llevaba los ojos vendados. Entre titubeos, comenzó a hablar.
"Hola, Cristian.
"Creo que esta va a ser la última vez que voy a hablarte. Te pido que cuides de Alan. Que cuides de tí. No sé cómo lo harás, pero sí que saldrás adelante.
"No van a pedirte ningún rescate. No sé quién es la persona que está conmigo en esta habitación. No me ha hecho nada. Me ha tratado bien. Pero mis horas están contadas. ¿Por qué lo hace? No me ha dirigido la palabra en las cuatro horas que llevo con él. Sólo te puedo decir que me obligó a escribirte la nota que supongo habrás leído".
Detuvo el vídeo. ¿Cuatro horas? ¿Eso quería decir que era del mismo día en que desapareció? ¿Qué significaba todo eso? No podía llorar. La rabia le invadía. La impotencia estaba adueñándose de él. Sólo pudo volver a darle al "Play".
"Quizás todo esto tenga que ver con algo del pasado. Tal vez no tenga nada de relación. Me he despertado en este lugar después de que me durmiera con algún tipo de gas. Al despertarme me ha enseñado una carta en la que decía que podía decirte todo lo que quisiera. Que tenía que despedirme de ti y de Alan.
"No puedo llorar. Es un efecto secundario del gas. Creo que el final está cerca. Sé que harás lo que tengas que hacer. Aunque tardes meses en ver este vídeo. Él mismo lo ha metido en tu ordenador. No me preguntes cómo lo ha hecho, no tengo ni idea. Sólo sé que soy incapaz de sentir pena, dolor, miedo o angustia. Estoy totalmente paralizada. Me ha dicho que no sufriré nada. Aunque mi final será un poco grotesco".
Elisabeth comenzó a reír. Y su risa no era real, sino más bien completamente artificial. Le recordó a la de un payaso que sobreactúa. "Recuerda que os quiero. He sido muy feliz a vuestro lado. Siento que las cosas vayan a terminar de esta forma".
Entonces, el individuo se acercó a ella y, de nuevo, le indicó que callara con el mismo gesto de antes. Aunque en esta ocasión fue con la mano izquierda porque en la diestra portaba un cuchillo de grandes dimensiones. Lo acercó a su garganta y apretó hasta clavar prácticamente toda su hoja en ella. Fue seccionándola de lado a lado mientras la sangre fluía a borbotones y Elisabeth trataba de respirar. Pero su rostro no reflejaba dolor alguno. Sólo intentaba respirar igual que un pez fuera del agua. Y no transmitía ningún síntoma de que estuviera sufriendo.
Todavía quedaban dos minutos de video. Alan vomitó. Cayó al suelo dándose un fuerte golpe en la cabeza. Esto le provocó una herida. No era grande, pero sangraba en abundancia. No podía moverse. Se quedó tendido en el suelo sin poder reaccionar. No entendía nada. No podía llorar. Ni gritar. Ni desahogar su rabia de forma alguna. Fue quedándose inconsciente poco a poco. Sabía lo que le estaba pasando. Cuando se desmayó una única lágrima cubría su rostro desde su ojo izquierdo.
Sonó el teléfono. No le hizo caso. ¿Dónde estaba? Aquella no era su cama. ¿Y Elisabeth? ¿Había vuelto a casa después de trabajar? La cabeza le daba vueltas. Sentía un enorme dolor en ella. Pero no era una jaqueca normal. Aquella sensación no estaba ubicada en la zona correspondiente de la sien. Se llevó la mano derecha al lugar del que provenía el malestar y notó algo caliente. Era sangre. ¿Qué había pasado? ¿Por qué estaba tirado sobre el piso de su despacho? Poco a poco, comenzó a recordar.
El teléfono. Otra vez llamaban. Miró el número. No lo reconocía. ¿Quién podría ser? Pero esta vez contestó. "Hola, ¿es usted Cristian Montañez?", preguntaron desde el otro lado. "Sí". Un silencio presidió cada segundo al ir volviéndose estos una eternidad. "Le llamamos desde la Policía, ¿es usted el marido de Elisabeth Lago?". Otro silencio. "Sí", logró decir al fin. "Hemos localizado un cuerpo que podría ser el de su esposa. Necesitamos que lo identifique. En cinco minutos llegará una patrulla a su hogar". Cogió aire. "¿Qué va a pasar con mi hijo?", fue lo único que acertó a decir. "Estese tranquilo; nos encargaremos de él. Tendrán todo el apoyo que necesiten".
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