Aquel curioso cuento

30/IX/2019



Había una vez un cuento. Contaba otros cuentos de una manera curiosa: tenían principio, pero no un final. Los iba enlazando suavemente. Los unía. Lo hacía porque pensaba que, aunque no llegaran a conocerse, siempre interactuarían entre ellos.

Y no buscaba que se conocieran. Menos aún que tuvieran contacto. Sólo que vislumbraran que su unión no dependía de lugares, edades o tiempos. Todos ellos eran únicos. Todos estaban unidos aunque parecieran estar separados.

Y es que la desaparición de un cuento pondría en peligro la existencia de los demás. Les cambiaba su identidad. Incluso llegando a hacerles desaparecer.

Aquel cuento había visto demasiadas modificaciones y desapariciones a lo largo de su viaje. Era un cuento con forma de libro desgastado que en su olor y tacto reflejaba los años que había vivido.

Y no era el primero. Su labor la realizaba desde que su antecesor desapareciera en una época en que los quemaban, prohibían o metían en calabozos. Muchos fueron olvidados o vieron cambiado su significado. También serían usados en beneficio de algo o alguien en concreto.

Ese cuento vivía en una época curiosa. Veía que sus congéneres proliferaban. Cada vez eran más comunes. Pero su unión mucho más dificil.

En tiempos pasados el peligro provenía de lo antes relatado. Pero ahora, pese a su incremento, venían ausentes de contenido. Era fríos. Demasiado acelerados. Con pocas metáforas y moralejas.

Esto hacía que fueran individualistas. Que renegaran del colectivo de todos ellos. Su predecesores buscaban que lo individual y colectivo fueran de la mano. En estos días resaltaban el individualismo.

Y lo más curioso es que le recordaba a los tiempos en que lo comunitario era impuesto frente a la personalidad del cuento. Y esto no dejaba que su individualidad floreciera.

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