En el salón tras su jornada de trabajo
Llegó a casa. Sólo quería descansar. Tumbarse en el sofá y beber una cerveza mientras picaba algo estando la televisión puesta sin prestarle atención. Fue a la sala y tiró los bártulos del trabajo sin darles importancia. Ansiaba deshacerse de ellos. Dejar atrás el estrés del día recorriendo cada vivienda en la que había estado haciendo realidad cada sueño de los niños que solicitaron su presencia. En total, fueron más de 200 en aquella jornada. Y, viendo la cantidad de dientes que recogió, calculó que podría sacarse una buena "pasta". Al fin y al cabo, era una pequeña maldición el tener que venderlos después por su peso. "Gajes del oficio", elucubraba tratando de darse ánimos.
Pero en cuanto cayó sobre el sofá notó algo extraño. En la mesita que tenía frente a él había una nota escrita a mano. Y parecía estarlo por las dos caras. ¿Cómo llegó ahí? ¿Quién la mandaba? El nerviosismo fue haciéndose presente en su cuerpo. Trató de tener calma la mente. Pensar con claridad. Pero no podía dejar de mirar lo que había a su alrededor. Todo parecía normal. Nada estaba cambiado. Pero al prestar un poco más de atención percibió un extraño olor en la estancia. ¿Qué significaba aquello? Le recordaba a la naftalina que solía usarse en los muebles con tal de salvaguardar la ropa de las polillas. Pero era más denso. Y más fuerte también. Sacando fuerzas de entre su febril estado, estiró su tembloroso brazo y agarró el escrito. Estaba doblado por la mitad. Y al ponerlo firme abrió los ojos de par en par. Se quedó en "shock". Daba la impresión de que suu caligrafía pertenecía a un chaval joven. Respiró, y aunque deseaba no averiguar qué decía, comenzó a leerla.
"Querido Ratoncito Pérez:
"Me ha costado, pero al fin te he encontrado. Llevo detrás tuyo casi medio año. No sabes la de argucias que he tenido que tramar con tal de localizarte. Pero estate tranquilo, para empezar has de saber qué es lo que pretendo con esta misiva. Aunque quizás te lo imagines. Has hecho añicos la inocencia de muchos de mis compañeros. Aunque, a decir verdad, lo que les pase me trae sin cuidado. Lo primero es lo primero. Y, en este caso, es lo que me toca directamente. Así que lo mejor es que vayamos al grano.
"Hace seis meses te dejé un diente bajo la almohada. Era uno de mis caninos de leche. Y siendo más concreto, el derecho de la parte superior de mi dentadura. Me hizo una ilusión tremenda cuando, al fin, se desprendió. Es más, lo mimé de tal forma que llegué a afilarlo. También lo barnicé. Quería que pareciera el de un lobo. Imaginé que te alegraría verlo de esa forma. Tan bien cuidado y trabajado. Además, estando así podrías sacar un poco más de dinero. Sé que no sólo obtienes beneficios por el peso, también con la imagen de nuestros dientes. Los rumores suelen circular bastante rápido en el colegio. Tenemos un equipo de informadores que funciona a la perfección.
"Bueno, pero a lo que íbamos. Sólo me dejaste 10 míseros euros. Es algo que considero bastante traicionero por tu parte. Más que nada porque habría alcanzado los 400. No sé, tal vez tacharte de embaucador y usurero sea halagarte. Además de que esto sólo indica las malas prácticas que llevas a cabo. Curioso, sobre todo teniendo en cuenta el buen nombre que tienes entre aquellos que son de mi generación. Más sabiendo que llegas a "currar" los 365 días del año. No voy a pedirte que actúes como Olentzero, Los Reyes Magos o todos aquellos que únicamente lo hacen una vez por calendario. Me refiero a que no hace falta que inviertas un fortunón como hacen ellos. Su actividad es estacionaria. La tuya constante. Pero te has comportado como un auténtico estafador.
"Sé que todo esto me conllevará un tremendo castigo. Tal vez mis padres me impongan una pena hasta que cumpla los 18 años. Quizás hasta que llegue a la treintena. Pero no te vas a salir con la tuya. Lo más fácil sería manchar tu nombre y hacer que tu buena reputación desapareciera. Dejarla por los suelos. Pero no te mereces ni eso. Con un poco de esfuerzo y voluntad podrías recuperarla. Pero visto lo visto, y sobre teniendo en cuenta que llevas actuando así casi dos décadas, te será impuesta una pena que será recordada a modo de advertencia por todos aquellos que te sigan en el oficio. Si es que se le puede llamar así. ¿Jugar con las ilusiones de los más pequeños lo consideras un trabajo?
"Como ya te habrás dado cuenta, sé (sabemos) dónde está tu casa. No me acostado mucho encontrarla. Vas dejando pistas bastante nítidas. Será que la confortabilidad de la vida que llevas te ha hecho que bajes la guardia. Y alguno de los pasantes con los que te relacionas te han delatado. Dicen que eres bastante turbio en los negocios. Pero eso es lo de menos. Están quemados. Y a cambio de unas cuantas chuches han accedido a facilitarnos tu localización. Lo que ha sido difícil ha sido entrar en tu casa. Pero no por el simple acto de adentrarnos. Lo fue por el tratar de que no notaras que estuvimos ahí hasta que vieras esta carta. Y, por cierto, también hemos instalado unas pequeñas cámaras para ver tu reacción. Tienes que tener por seguro que en estos momentos estoy disfrutando de lo lindo mientras veo tu pasmada cara".
¿Qué? ¿Cómo? ¡Aquello ya era demasiado! ¡Aquella broma tenía que acabar! El pequeño ratón dejó el sofá y fijó su mirar en la lámpara colgante que había en el centro de la estancia. Sí, allí había un diminuto objetivo. "Pequeños cabrones, me las vais a pagar", pensó mientras trataba que su rostro no reflejara el odio que sentía. ¿Dónde estaría la otra cámara? Puso su atención en el televisor. En la parte superior, justo en el centro, la encontró otro. "Malditos, ¿cómo se atreven?", barruntó. Continuó aparentando serenidad y volvió a sentarse en el sofá. Tenía que acabar de leer la nota.
"Es sólo un ejercicio de imaginación. Pero mientras escribo esto, y recreo cómo estarías actuando, he llegado a la conclusión de que habrás encontrado los pequeños aparatitos. Esto tiene que ser muy divertido. Más incluso que tu sensación de satisfacción al ver mi impoluto colmillo. Fijo que te pusiste a bailar en cuanto saliste del cuarto. O fuiste a un bar a tomarte un trago. Bueno, pero eso ya no importa. Lo esencial es lo que ahora ha de venir. Y eso sí que lo voy a disfrutar.
"Atentamente;
"un fiel seguidor tuyo".
Dejó la carta sobre la mesa después de partirla en dos. "¡Que te jodan!", gritó el ratón. Lo hizo con una endiablada furia mientras la baba surcaba su rostro desde su boca. Dio una patada a la mesa. Después hizo lo mismo con el sofá. Fue a la cocina y rompió todo el menaje que encontró a su paso. Pero algo le detuvo. Escuchó un ruido en la sala. Volvió a ella y notó que el televisor estaba encendido. En su pantalla, un niño de unos ocho años mostraba una sonrisa de oreja a oreja. "Anda, relájate. Vuelve a sentarte en el sofá", dijo. O más bien ordenó.
El roedor, viéndose superado por la situación, obedeció.
- ¿Qué crees que es lo que tengo que hacer contigo?-, le preguntó aquel chaval con una mirada que irradiaba odio.
El ratón optó por guardar silencio. No sabía qué decir, aunque por la cabeza le rondaban muchas cosas.
- ¿Vas a estar callado? ¿No vas a decir nada? Bien, entonces sólo me queda poner en marcha la siguiente parte de mi obra maestra.
Fue ahí que escuchó un seco chasquido que parecía cortar el ambiente de la habitación. De repente, el ratón se vio volando a través de ella y cayendo mediante un tremendo golpe sobre el piso. Al fondo, podía distinguir la cercenada parte inferior de su anatomía. Estaba desangrándose y no paraba de moverse mediante tics nerviosos. A la derecha de su seccionado tronco observó el sofá. Estaba doblado a la mitad y de él sobresalía el inconfundible muelle de una trampa para ratones. El condenado crío había transformado el mueble en una de ellas. Quiso gritar, pero no pudo a pesar del indescriptible dolor que sufría. Cada vez sentía más frío y la vista iba nublándosele. Fue perdiendo el sentido a la par que, de fondo, escuchaba la maléfica risa del niño.
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