"Soy la imagen a la que tantas historias han dado voz"
Le extrañó que llamaran a la puerta. Por suerte, el sonido del timbre no despertó a su hijo. Tenía apenas un mes de vida y le había costado Dios y ayuda dormirlo. ¿Quién podría ser? Beatriz tardaría una hora en llegar del trabajo y ansiaba poder descansar un poco. Estaba destrozada. Aun así, dejó a Lucas en la cuna y fue a comprobar quién la estaba reclamando. Miró por la mirilla y le pareció distinguir a la vecina de arriba. Rara vez se habían cruzado y, cuando lo hacían, le soltaba una sonrisa de oreja a oreja. Tendría unos setenta años y vivía con su marido. Los comentarios sobre ellos les tildaban de raros, aunque al mismo tiempo decían que eran muy amables en el trato. Decidió abrirle y comprobar qué era lo que quería. Quizás necesitara algo.
Al hacerlo, al abrir la puerta, la anciana iluminó su rostro trasmitiendo cordialidad. "Buenas noches. Sé que es un poco tarde, pero me preguntaba si me podrías dejar un poco de azúcar. No hemos quedado sin ella y los supermercados están cerrados".
Luisa le devolvió la sonrisa. "Por supuesto. Pero pase, no se quede en la entrada. Si quiere le puedo invitar a un café".
- Oh, gracias. ¿Pero no será mucha molestia por un poco de azúcar?
- No, tranquila. Nada de eso. Pase y siéntese. Parece un poco cansada. Le vendrá bien descansar.
- De acuerdo, hija. Pero, si no te importa, ¿podría ser té? El café me sube la tensión. Además, con las horas que son no pegaría ojo en toda la noche. Por cierto, me llamó Inés.
Justo en ese momento, Lucas comenzó a llorar. "Discúlpeme, voy a tranquilizar al niño. ¿Quiere conocerlo?".
- Sí, por favor. Me haría mucha ilusión.
Luisa abandonó la sala de estar y fue a la habitación habiendo dejado el Walkie Talkie encendido. Mediante él solían controlar los sonidos que pudiera hacer el niño. Saber si estaba despierto o no. Así que Inés pudo escuchar cómo le hablaba de forma cariñosa. "Bien, pequeño, ¿sabes qué? Tenemos visita. Vas a conocer a una vecina. Pórtate bien y se educado con ella. Es una persona mayor. Te va a gustar. Es muy maja".
Cuando regresó lo hizo con la criatura en brazos. Lo tenía cubierto con una manta y no paraba de observar lo que tenía a su alrededor. "Oh, qué cosa más bonita. Me lo comería entero. Oye, Lucas, ¿sabes que estás invitado a mi casa? Podrás venir cuando quieras. Pero antes tienes que crecer un poco". Luisa rio ante la ocurrencia, pero algo la puso en alerta. ¿Cómo sabía su nombre si no lo había dicho? Entonces recordó que estaba bordado en la manta. Lo había hecho su abuela, la madre de Beatriz.
Ante esto, se tranquilizó y le pidió que cogiera al bebé mientras preparaba el té. Tenían una cocina america, por lo que podía verla mientras sostenía al niño. No paraba de hacerle pucheros y conversar con él mientras este sonreía y no dejaba de mirarla. Cuando terminó de prepararle la bebida fue hacia la anciana y se la ofreció. Ella le devolvió la criatura. Tras medio minuto de silencio en el que parecía estar analizando la estancia, Inés le preguntó si llevaban mucho tiempo viviendo allí.
- Unos dos meses. Nos mudamos justo antes de que Lucas naciera.
- Vaya, ¿y su padre dónde está? ¿Trabajando?
- No. Tiene dos mamás. Mi pareja se llama Beatriz. Lo tuvimos mediante fecundación in vitro.
- ¡Oh, vaya! ¡Cómo cambian los tiempos! En los nuestros no oíamos hablar de estas cosas. Como mucho de amigas que vivían juntas. Y eso de tener niños... no conozco ningún caso parecido. Pero lo más importante es que crezca fuerte y sano. Que reciba mucho amor.
- Sí, eso intentamos. Pero a veces es muy complicado. ¿Ustedes tienen hijos?
- ¿Nosotros? ¿Te refieres a mi marido y a mí? No. Por lo que sea Dios no nos concedió semejante honor. Y mira que me encantan los niños. Me he tenido con conformar con los de mis familiares y amigos. Y los de los vecinos. He visto a muchos crecer. Y desaparecer por cosas de la vida.
- ¿Qué quiere decir?
- No, nada. Que, en ocasiones, y por lo que sea, se acaban yendo, ya sea por el trabajo de sus padres u otras circunstancias. ¿Os quedaréis mucho tiempo aquí?
- No lo sabemos todavía. Quizás sea algo provisional. Ya veremos cómo nos van las cosas después de la baja maternal. Pero es una zona muy bonita y agradable. No tendríamos ningún inconveniente en criarlo aquí. Creemos que sería muy feliz.
- Me encantaría verlo crecer. Es una monada. Está para comérselo. Vaya, está volviendo a quedarse dormido.
- Si, eso parece. ¿Me disculpa? Voy a llevarlo a su cuna.
Salió de la sala mientras Inés volvía a escucharla a través del aparato. En esta ocasión sólo siseaba. No dijo nada. Volvió prácticamente seguido. "Se ha quedado seco", comentó.
- ¡Oh, qué maravilla! Encima es bueno.
- Sí, pero a ver qué pasa cuando crezca. Igual se vuelve un terremoto.
- Son cosas de la edad. Cada una tiene sus fases. Y todos tenemos nuestra personalidad. No te preocupes por eso, anda. Cada cosa a su tiempo. No tengáis prisa.
- Sí, puede que tenga razón.
- Pero tampoco me hagas mucho caso. Suelo equivocarme bastante. Y gracias por el té. Está muy bueno. ¿Donde lo habéis comprado?
- En el pequeño supermercado de la esquina. Es de la marca de la cadena.
- ¿Sí? Pues me pasaré cuando vaya a hacer la compra. Lo cogeré y, de paso, también el azúcar que me acabas de dejar.
- Por favor, mujer, no. No hace falta. Si quieren pueden venir a visitarnos el próximo domingo a la tarde. No conocemos a muchos en el vecindario. A Bea le gustará la idea.
- ¿Sí? ¿Estás segura? Pero tengo que decírselo a Pedro. Más que nada para tenerle avisado. Es muy despistado. Y aun así podría olvidársele todo.
- ¿Pedro es su marido?
- Sí, tiene la misma edad que yo. Llevamos 52 años casados. Una grata Eternidad.
- Vaya, habrán vivido muchas cosas juntos.
- Buenas y malas. Sí, "en la salud y enfermedad", tal y como dijo el cura.
Se pusieron a reír con la ocurrencia. "Pero ahora tengo que ir a casa, no quiero molestarte más. Hablaré con Pedro y mañana te confirmo".
- No, tranquila. No molesta. Ha sido un rato muy agradable. Nos ha servido con tal de romper el hielo. Aunque el próximo día tendremos que empezar de nuevo.
- Sí, puede que así sea. ¿Estará también Lucas?
- Claro, por supuesto.
- Es que Pedro es muy niñero. Le va a emocionar mucho la velada. Ya veréis cuando le conozcáis. Os va a encantar. Pero tengo que volver a casa. A ver si ha comenzado a preocuparse y llama a la policía. Quizás piensa que me he perdido o algo así.
Luisa volvió a reír al escuchar esto. "No creo que sea tan exagerado. Pero cuando lo tengamos frente a frente sabremos si lo que dice es verdad". En esta ocasión fue Inés la que rio. "Vale, te confirmo mañana y nos vemos el domingo".
Tras decir esto, la anciana se levantó con una energía increíble. Parecía haber recuperado las fuerzas de su juventud sólo con beber el té y mantener esa breve conversación. "Hija, muchas gracias por todo. No hace falta que me acompañes. Quédate ahí". Acto seguido, fue hacia la puerta y, en cuanto la traspasó, se despidió con la mano.
El silencio invadió la casa. Sólo el suave respirar de Lucas a través del Walkie interrumpía la tranquilidad que había. Beatriz estaba a punto de llegar. Y ya tenía preparada la cena. Decidió sentarse en el sofá mientras escuchaba la respiración del niño. Poco a poco, y sin darse cuenta, el cansancio fue haciendo mella en ella. Se quedó dormida.
Un par de suaves golpecitos en el hombro, a la par que recibía un beso en la frente, la despertaron. "Sigues siendo la más guapa cuando estás así. ¿Qué tal está Lucas". Sus ojos verdes la miraban con dulzura. "Está bien, dormido. ¿Y el trabajo? ¿Cómo ha ido?", le preguntó.
- Bastante bien. Ha sido un día estresante, pero lo hemos sacado adelante. No ha habido ninguna movida y hay algún que otro chisme que te contaré después.
- ¿Y eso? ¿No puede ser ahora? ¡No me seas puñetera!
- ¡Pues voy a serlo! Te esperas hasta que cenemos.
Rieron, pero rápidamente bajaron el volumen. No querían despertar a Lucas. "¿Sabes? Ha estado la vecina de arriba, la anciana que vive con su marido y siempre nos sonríe", le explicó.
- ¿Sí? ¿Y que tal con ella? ¿Ya te ha dado todas las indicaciones necesarias que harán que saquemos nuestras vidas adelante? Madre de Dios, es que dejas entrar a cualquiera...
Se volvieron a reír. "Bueno, en serio, ¿qué tal con la señora?".
- Pues muy bien, la verdad. Parece muy maja. Hemos quedado en que el domingo ella y su marido vendrán a hacernos una visita. ¿Qué te parece?
Beatriz arrugó el ceño. "No sé, no la conozco. Pero si a ti te parece bien... confío en tu parecer. No es que sea muy amiga de esas cosas, sobre todo teniendo en cuenta la diferencia de edad... pero adelante... un cambio de aires siempre viene bien".
Luisa la abrazó. Y ella le devolvió el gesto con amor. Después, se besaron dulcemente. Ahí la primera apartó de forma muy lenta los labios. "Escucha. Mira cómo respira. Está dormido como un tronco. Creo que nos va a dejar cenar". Beatriz prestó atención. "Sí, eso parece. Pero antes déjame ir a echarle un vistazo".
- Claro, ve. Tomate el tiempo que quieras. Mientras, voy a ir poniendo la mesa.
Beatriz la volvió a besar y fue a la habitación. Lo hizo despacio, tratando de no hacer ningún ruido. Notó cómo movía su pecho de arriba abajo al compás de la respiración. Las lágrimas surcaron su rostro por la felicidad. De repente, algo la sobresalto. Fue una sombra que provenía de la calle. Le pareció que la formaba una de las farolas. Su figura se movía como si fuera una mano que iba alargándose y retrocediendo. Cuando el susto se le pasó fue hacia la persiana y la bajó hasta lograr que la figura desapareciese. Miró al niño. Sí, estaba dormido. Se agachó sobre él y le acarició el rostro. Entonces, le besó en la frente. Aquel gesto hizo que sonriera. Y ella también lo hizo. Abandonó la estancia y fue a la cocina. Había sido un día muy largo. Tenía mucha hambre.
Cuando llegó vio que todo estaba listo. Y un sentimiento de culpabilidad la poseyó. Estaba dejando toda la carga de Lucas sobre los hombros de Luisa. También la casa. Y encima había preparado la cena. Tenía que participar más. No podía dejarla hacer todo eso. No era justo. Sobre todo teniendo en cuenta que la que había dado a luz había sido ella. Tendrían que hacer todo entre las dos. Aquello no podía seguir así.
Pero tan pronto como dejó de lado aquellos pensamientos algo la asustó. Era el rostro de su pareja. Estaba blanco, congelado. Parecía que no podía moverse. Lo único que hacía era mirar en dirección al Walkie Talkie. Y este estaba sobre la mesa. Se acercó a ella y le acarició el rostro. "¿Qué te pasa?". Continuó callada y con la mirada fija en el aparato. Trató de decir algo, pero las palabras estaban quedándosele atoradas. "Escucha, escucha...", dijo al fin.
Lo hizo. Prestó más atención. Sí, la respiración de Lucas se oía a la perfección. ¿Qué era lo que tenía que escuchar? ¿Qué estaba tratando de decirle? De repente, le pareció oír el ruido de la persiana abriéndose. "Pensaba que eras tú", dijo Luisa en voz baja. Aquel sonido fue acelerando el ritmo, pero seguía siendo igual de bajo. Entonces, unos charrasqueos hicieron acto de presencia. Parecían pisadas. De nuevo, sólo percibieron al niño, quien comenzó a realizar sus característicos sonidos de cuando acababa de despertarse. "Hola, pequeño...". Una voz fina y sinestra apareció. "Ven con la abuela"...
Beatriz y Luisa salieron corriendo hacia la habitación. Al llegar, encontraron la puerta cerrada. Parecía tener el pasador puesto. No podían abrirla. La primera se tiró sobre ella con su hombro derecho. Lo hizo en dos ocasiones más hasta tirarla abajo. Cayó al suelo mientras su compañera saltaba sobre ella. Cuando levantó la vista vio a una anciana mujer portando en sus brazos a Lucas. "Sí, eres precioso. Estás como para comerte. Justo en el momento preciso. Jugoso y carnoso. ¡Qué maravilla! Ah, hola. No os había visto llegar. ¿Qué tal estáis?".
Era Inés. O algo que se le parecía. "¿Cómo has entrado aquí? ¿Qué estás haciendo con mi hijo?", gritó Luisa.
- Vaya, ¿todavía no lo sabes? ¿Acaso no te he dado suficientes pistas? ¿Sabéis? Se me cae la baba con Lucas. Dentro de poco pasará a ser una parte de mi. Y estoy tan ansiosa por ello.
Flotaba. Lo hacía sobre el suelo. Su melena parecía las raíces de un árbol extendiéndose por el lugar. Su semblante habíase tornado gris y maligno. Sus ojos eran rojos a la par que sus labios oscuros ocultaban una afilada dentadura. "¿Qué eres? ¿Quién eres?, bramó Beatriz. "¡Deja al niño tranquilo!", soltó a continuación para abalanzarse sobre ella y recibir un tremendo golpe que la devolvió al lugar del que arrancó.
Inés rio. Y su tono era demoníaco, gutural. "¿Yo? ¿Que qué soy yo? Soy la imagen a la que tantas historias han dado voz. Aunque sea blanqueando nuestra figura ante vosotros. Soy, somos, el temor del Ser Humano a perder su tesoro. Soy un hada que fue corrompida por vuestro odio antes de que lamentárais lo que perdisteis al expulsarnos de vuestra compañía. Nosotros cuidábamos vuestro legado. Ahora nos alimentamos de él por mucho que el romanticismo haya tratado de volver a ubicarnos en nuestro lugar. Somos la consecuencia de vuestros actos. Soy tu vecina. Soy la niñera que cuidará de Lucas. Soy la ausencia de luz en vuestro futuro, tal y como hicisteis con nosotros".
Luisa trató de que Beatriz se levantara del suelo, pero no podía. Al darse el golpe un trozo de madera le hirió en el lado izquierdo de su torso. Sangraba, pero no parecía importante. "No, eso no es nada. En un mes estará curado, puedes estar tranquila", dijo Inés.
- ¿Qué? ¿Cómo puedes decir eso con tanta frialdad? ¿Cómo te atreves? Suelta a mi hijo. ¡Suéltalo!-. La que ahora gritaba era Luisa.
De nuevo, unas guturales carcajadas llenaron la habitación. "Estoy por encima del Bien y del Mal, querida. Sólo pretendo alimentarme, al igual que hacéis vosotros. Aunque no tenga la necesidad de hacerlo de Lucas. Pero la carne de los recién nacidos es tan exquisita... No hace falta quitarles la vida. Uno sólo ha de abrir la boca y engullirlos, así de fácil. Vosotros tenéis lo que tenéis y yo tengo esto. Es mi capricho particular".
- ¡Para! ¡Inés, para!
Aquella voz autoritaria era diferente. Parecía pertenecer a un varón. Y provenía de detrás de ellas. Se dieron la vuelta y vieron una figura masculina. Estaba oscurecida por dejar a su espalda la luz del pasillo. "Para, no cometas un disparate. Deja al niño. Déjales vivir tranquilos su vida. Que se vayan del lugar, pues sería lo mejor para ellos. Pero deja al niño en paz".
El rostro de Inés perdió toda expresividad. Lo ladeo hacia la izquierda. Luego a la derecha. Parecía un gato analizando aquello que tenía enfrente. "Pedro, Pedro, Pedro... ¿no tenemos bastante con estar aquí anclados por toda la Eternidad para que ahora me vengas con moralinas hacia estos seres inferiores? ¿Tú? ¿Con todas las atrocidades que has llegado a cometer?". Su voz no transmitía emoción ninguna. Parecía neutra, muerta. "¡¿Cómo te atreves?!". Su tono se elevó de tal manera que Luisa y Beatriz tuvieron que llevarse las manos a los oídos. El rostro adquirió la forma siniestra de antes para ir paulatinamente hacia una expresión mas demoníaca.
Pero algo extraño había en todo aquello. Lucas sonreía. No lloraba. No parecía tener miedo. Incluso parecía estar jugando con los mechones del pelo de Inés. Y Pedro avanzó interponiéndose entre las tres mujeres. "¿No lo ves?", le dijo a Inés. "Todavía hay bondad en tí. ¿No ves al niño? Ellos perciben esas cosas. Todavía hay esperanza. Anda, dámelo y deja que se vayan. No tendrán problemas en ello. Pronto encontrarán un nuevo hogar. Déjales tranquilos. Anda, dámelo".
Inés miró a Lucas. Este seguía enredando sus manitas en el pelo de ella. Y esta sonrió. Las lágrimas surcaron su rostro. Fue recuperando el mismo semblante que Luisa había conocido hacía poco más de una hora. Se puso de rodillas frente a Pedro y le ofreció el niño. "No, estas cosas no hacen falta. No hace falta que te humilles. Levanta y devuélvelo tú misma".
Y lo hizo. Se puso en pie y abrazó a Lucas. "Creo que tienes razón. No merecen tanto sufrir. No necesitan pasar por lo mismo que hemos pasado nosotros. La venganza no es el camino".
Entonces, fue hacia ellas y extendió sus brazos en dirección a Luisa. "Adiós, pequeño amigo. Sé que serás una gran persona. Tienes unas madres maravillosas". Beatriz trató de saltar sobre ella, pero su pareja la detuvo. "No hagas nada; sólo mira", le dijo. Mientras Beatriz volvía con Pedro, el niño parecía despedirse con la mano. "Iros. Es lo mejor. En cuanto podáis, iros", les recomendó la mujer. "Aunque aquí también podríais ser muy felices. Los que nos vamos somos nosotros. Tomad el camino que creáis más conveniente".
Lentamente, y ya junto a su compañero, la imagen de ambos fue diluyéndose bajo un halo de luz.
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