Al imaginarse a la Dama del Lago

18/VI/2020





Sumergido en aquel onírico jardín fruto de la imaginación de algún alma, estaba observando el fluir del pequeño riachuelo que abríase paso entre unas orillas cargadas con flores de vivos colores.

El olor a humedad proveniente del afluente se mezclaba con el de la hierba y tierra mojada. La madera y hojas de los árboles. También con aquellas vistosas flores que parecían dominar el majestuoso y mágico lugar.

El sonido del correr del agua estaba acompañado por el de la brisa y el cantar de los pájaros. Del zumbar de los insectos y la lejana voz de algún gran animal. También el débil, pero audible, crujido de pequeños seres vivos que corrían de aquí para allá al notar su presencia o la de otro animal; ya fuera este un depredador o no.

Se quedó maravillado al percatarse del brillante verde que producía el reflejo de las algas en las cristalinas aguas. Aquello le trajo a la memoria la banda sonora de una película. Al igual que en aquel largometraje de 1981, se imaginó a La Dama del Lago haciendo aparecer su mano desde lo profundo de las aguas ofreciéndole la legendaria espada Excalibur.

Él observaría maravillado el brillante y pulido metal con el que estaba fabricada. Tan minuciosa y cuidada sería su elaboración que vería nítidamente su reflejo mientras este era bañado por el puro verde de la naturaleza rodeándole y emanando del interior de aquella espada que le otorgaría la obligación de proteger el lugar al ser revelado el Destino que tenía escrito.



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