La historia del porro que se fumó sin darle importancia (XIII)
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La tarde del día después de Año Nuevo la pasaría en casa. Había llegado a ella después de trabajar y tenía pensado estar sin hacer nada. Bueno, eso entre comillas, ya que después de una mañana estresante tenía planeado ver "Gladiator II" y, tal y como era habitual en él, fumarse un "petilla" mientras tanto. Pero antes de ello comería y fregaría los cacharros.
Tenía bastante ganas de verla. No es que fuera partidario de la primera parte, pero sentía curiosidad por comprobar cómo Ridley Scott había hilado un proyecto que llevaba rondando casi desde que se estrenara la original. Además, no había visionado nada de él desde "Alien: Covenant" y, aunque no quedó disgustado con ella, le pareció un buen desarrollo hacia el desenlace de esa nueva trilogía a pesar de ceder el pulso hacia lo que pedían los seguidores de la franquicia.
Por lo tanto, dejó de lado todas sus suspicacias y se puso manos a la obra. Sobre todo teniendo en cuenta que "Promethus" le pareció una más que interesante forma de dar vida a un nuevo universo y que la tan cacareada "Romulus" sería el golpe final hacia el claudicar ante la demanda de un público más centrado en la acción que en los componentes filosóficos de "El Octavo pasajero" y aquel nuevo comenzar. Seguía manteniéndolo: lo de Fede Álvarez fue "mucho ruido y pocas nueces".
Así que, sin más, después de hacer todo aquello que tenía planeado, se sentó en el sofá y fue a encenderse el porro tras prender el ordenador. Le habían regalado un DVD pirata y esperaba que funcionara bien. A saber cómo lograron grabarla. Pero, en el fondo, no quería saberlo, era mejor así. Se levantó a apagar la luz del salón y, al volver a sentarse, se recostó con esmero tomándose todo el tiempo del mundo. Se había preparado un cacao caliente, y pensaba disfrutarlo mientras veía la película.
***
Lo primero que le sorprendió fue la grandilocuencia con la que empezaba el largometraje. Aquel pequeño resumen dejó su lugar a una batalla impresionante, pero algo le pasó por la cabeza. "¿En serio? ¿En serio va a ser toda la película una especie de copia y pega de la primera?". Pues sí, a medida que avanzaba su sensación se fue haciendo cada vez más profunda. Además, aquel guión era frío y superficial, como si estuviera metido con calzador.
Y lo mismo pasaba con los personajes. No tenían personalidad y las actuaciones, a excepción de la realizada por Pedro Pascal aún siendo renqueante, no eran creíbles. La palma se la llevaban aquellos que continuaban su historia desde la anterior. Connie Nielsen y Derek Jacobi resultaban ser una parodia de sí mismos. Igual que las narradas intrigas palaciegas con unos títeres antagonistas personificados en los emperadores Geta y Caracalla (Joseph Quinn y Fred Hechinger).
Por momentos, aquello le recordaba a "El último gran héroe" que tuvo de estrella a Arnold Schwarzenegger. Las escenas de acción daban pie a ello. Y es que no le encontraba ningún sentido. Lucius, el hijo del hispano Máximo, se le quedaba grande a Paul Mescal. O quizás es que hubiera encogido. Pero es que ni siquiera Denzel Washington daba la talla. Era como verle en una ambientación sucedida en el Bronx en plena época romana. ¿Cuántos años llevaría el de Nueva York haciendo el mismo papel? ¿En serio había recibido tantas alabanzas? Sólo le faltaba decir "hermano" o pedir que le explicaran las cosas como a un niño de cinco años.
Eso, o que de repente aparecieran Sylvester Stallone y Jean-Claude Van Damme con bazocas bajo el brazo dispuestos a acabar con rinocerontes, tigres y buques mientras Samuel L. Jackson soltaba algún "mother fucker" en un cameo que le hiciera tomar un vino con Denzel mientras admiraba la increíble tela morada de las cortinas de palacio. Pero nada de eso sucedió y, por momentos, maldecía también un doblaje en castellano que le pareció soso y sin vitalidad alguna.
La cosa prosiguió de esa manera hasta el final. O por lo menos su impresión. Pero es que el desenlace tampoco tenía sentido. En más de un momento tuvo la intención de apagar el ordenador y dejarlo como estaba. Pero se tragó sus más de dos horas por puro orgullo. No estaba dispuesto a dejarlo a medias. Y aquel final fue lo que más le defraudó. ¿Cómo era posible que el sueño americano estuviera representado? ¿Cómo era posible que su ansia de libertad se enfrentara a una perversión de él mismo? No, aquello no tenía pies ni cabeza. Menos aún la facilidad con la que se resuelve el problema. Lo fácil que vuelven a hermanarse dos bandos enfrentados. No daba crédito a lo que estaba contemplando.
***
Así fue que, tras acabar y apagar el ordenador, se recostó en el sofá. Se llevó las manos a la cabeza a la par que miraba el techo en un claro gesto de incredulidad. "¿Tanto para esto?", se preguntó. Después, se echó hacia delante mirando el aparato que acababa de cerrar. Se pasó la mano derecha por el rostro y resopló. Tenía la garganta reseca, así que cogió la botella de litro y medio llena de agua que tenía debajo de la mesa. La abrió y dio varios tragos. No salía de su asombro. "¿Pero esto qué ha sido?", y río. Río porque acababa de recordar la anécdota de Matías Prats gritando aquello de "¿Pero esto qué es?". Pensó que serían cosas del subconsciente. "Qué cosas, joder".
En aquel momento vio el libro de "Historias Del Kronen". No lo había tocado desde que estuvo con su colega de aventuras, pero no tenía intención de hacerlo. Por lo menos ese día, ya lo leería un poco al siguiente. Asqueado, decidió poner un poco de música. Así que volvió a encender el ordenador; también los altavoces que tenía en la sala. Iban con "Bluetooth", por lo que tardarían poco en conectarse entre sí ambas "herramientas tecnológicas". Volvió a reír cuando tuvo esa ocurrencia en cuanto a los términos. ¿Qué pondría? Estaba nostálgico, por lo que se decantó por un clásico. El "Heaven and Hell" de Black Sabbath estaría bien. Mezclaba de una forma grandiosa lo épico de Ronnie James Dio con la oscuridad, y más teniendo en cuenta que fue su primer trabajo con ellos. Salió al mercado en 1980. "Tuvo que haber sido la ostia haber vivido su publicación ", se dijo.
Cuando la música empezaba a sonar empezó a hacerse un peta. Siguiendo su costumbre, sería de marihuana y tenía la intención de que le durase toda la tarde. La última parte la fumaría después de cenar. Pero cuando ya empezaban a sonar los primeros acordes del segundo corte del álbum, "Children of the Sea", notó que llamaban al teléfono. No reconocía el número, y eso le pareció extraño. Pero le invadió la curiosidad, por lo que bajó el volumen, descolgó y preguntó quién era.
***
Una voz femenina se oyó al otro lado del aparato.
- Oye, pipiolo, soy Berta. Que estoy con este. Estamos en el bar en el que estuvisteis el otro día. Baja a tomarte algo.
- ¿Este puñetero te ha dado mi número?
- ¿Quién va a ser si no? Anda, date prisa, que aunque esto no vaya a moverse el ambiente puede quedarse frío.
- ¿En serio me vais a hacer bajar? ¡Pero si hace un frío que pela!
- Ey, que nadie te está obligando. Bueno, sí. Tienes 20 minutos. Si no vienes hemos decidido que iremos a tu casa a llamarte.
- ¡Pero bueno! ¡Parecéis niños chicos!
- ¡Déjate de remilgos y mueve el culo, que mañana no trabajas!
- Joder, pero nada de liadas. Si es que al final me dejáis convencer a la mínima.
- Te prometo que estaremos formales.
- Vale, dame los 20 minutos. Ahora voy.
- Aquí estaremos. ¡Chaíto!
- Hasta ahora.
Tan pronto como dijo esas ultimas palabras Berta colgó. No lo podía creer. Menos aún el hecho de dejarse arrastrar. Miró el ordenador. No sabía qué hacer. Bueno, sí, el primer paso sería apagarlo, y con ello la música. Pero en vez de ello la puso un poco más alta. Fue al baño a lavarse los dientes y un poco la cara. Tenía los ojos rojos por el morón, pero logró disimularlo un poco. Acto seguido, se echó un poco de desodorante y se cambio de ropa. Unos pantalones vaqueros, una sudadera, la chaqueta gorda y las botas de montaña serían su vestimenta.
Antes de salir fue a por la riñonera y la revisó con tal de que estuviera todo. La cartera con dinero, una pequeña libreta y su correspondiente bolígrafo, la placa de jachís, papel, tabaco y mechero. Las llaves las tenía en la cerradura, así que no había ningún problema en que se las olvidara. Antes de agarrar también las gafas de sol apagó el ordenador. Seguía siendo un invierno soleado, por lo que le vendrían bien hasta su lugar de destino. Se dirigió a la entrada y sacó las llaves. Abrió la puerta y salió. Una vez en el exterior la cerró.
Justo ahí se acordó del peta que tenía a medio fumar. Bueno, no pasaba nada. Lo dejaría. Si no lo calzaba a la vuelta lo haría al día siguiente. Y eso sería lo mejor. Así que llegó al ascensor y accionó el botón con tal de llamarlo. En cinco minutos estaría con ellos, justo en el momento señalado. Aunque imaginó que no sería mala idea si llegaba con un poco de retraso. Pero no iba a ser malo. Y rió ante esa posible situación.
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