LA ÚLTIMA CANCIÓN QUE GRABÓ NIRVANA

Decía querer irse lejos.

Lejos de aquí,

lejos de allí,

pero irse bastante lejos

con tal de poder respirar.


Que necesitaba nuevos aires,

nuevas gentes, nuevos rostros.

Al fin y al cabo, nuevos paisajes.


Que no era por querer sentirse bien,

ni que se sentía abrumado.

Que era por una Luna nueva ver.


Decía querer ver otro Sol.

Y no el de aquí,

y no el de allí,

pero que fuera uno nuevo

sin imponer la voluntad.


Contaba que escuchaba una canción

con la cual no se identificaba:

la última que grabara Nirvana.

Pero aún así se la ponía en bucle.


Decía que podía sentir su dolor,

además de toda la impotencia:

que percibía el sufrir de una pena.

Que quizás presagiara el desastre.


Contaba que no sentía la incorformidad

que alguna vez pudo llegar a reflejar.

Que parecía que lo daba todo por sentado.


Contaba que ya no rezumaba anarquía,

menos siquiera la rabia contenida.

Que reflejaba dejarse arrastrar por el dolor.


Dejando aquella canción de lado

contaba que quería ver las flores

que en los desiertos florecían.


También palpar el frío de algún glaciar

antes de que fueran derretidos.


Observar un volcán en erupción

sin que mediara el ficticio plasma.


Quería sentir los nuevos días

sin la rutina por estandarte.

Quería, al fin y al cabo, alzar su canto. 





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