COLIBRÍ
Contempló ese momento de felicidad.
Lo dejó atrás,
con una sonrisa
que dibujaba su rostro.
Comenzó a caminar muy despacio,
sintiendo cada uno de sus pasos.
La dulce brisa su rostro acariciaba.
Dulce estela
de las maravillas
que en ese lugar contempló.
Todo ese silencio acompañado,
impregnado, de los dulces cantos.
Canturreo que la naturaleza
otorga de acompañante
a los que caminan
embelesados entre sus frutos,
a los que perciben su corazón
en cada criatura
que expectante se aparece
en los instantes de la jornada.
Imaginando el abrazo
de la brisa (la manera
en que lleva el polen,
hojas o criaturas
que por ella viajan),
observó un mar de colores.
Resultó ser diminuto,
frágil,… con esa belleza
inimaginable
hasta poder llegar
a visualizarla
aunque fuera un simple instante.
Un baño de luz y color
bailando con sutileza
a través de flores
firmes en el lugar
dando vitalidad
a tan cálido paraje.
Sobre su cabeza
suavemente a dar vueltas comenzó.
Y recordó entonces
la leyenda
que decía que con esa acción
llevaría los buenos deseos
hacia otros lugares.
Pero no debía atraparlo.
Siguió dando vueltas,
y luego sobre su hombro se posó.
Y le sonrió entonces.
Le miraba
con unos ojos más que curiosos.
Volvió a levantar el vuelo,
como si desease
volver a verle de nuevo.
Ignora si al final esos deseos
vieron otro lugar,
pero lo que en verdad siente
es que al recordar ese momento
tiene la certeza
de que continúa presente.
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