La historia del porro que se fumó sin darle importancia (XIV)
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Berta estaba tumbada a su costado. Podía ver perfectamente la forma de su espalda mientras dormía. Lo hacía con un suave respirar mientras sus muslos acariciaban el flanco derecho de su cadera. Pero sentía un dolor inmenso en la sien. Y este se reflejaba mediante punzadas. Así que toda la lujuria que hace unas horas habían vivido dejó paso a los efectos que unos excesivos "txupitos" producen.
Ella dormía plácidamente. Aunque de vez en cuando dejaba escapar un suave ronquido. La fina luz que atravesaba las rendijas de la persiana provocaban que su hombro derecho se iluminara. Pero no pudo apreciar nada más de aquella belleza tendida a su vera. Tenía que levantarse. Las náuseas le revolvían el estómago, por lo que fue corriendo al baño. Una vez allí estuvo vomitando durante casi un cuarto de hora. Cuando acabó se lavó los dientes. Aquella era su casa, pero miró el cepillo que ella tenía guardado. "Bien, lo mejor es que se sienta cómoda". Acto seguido, fue a la cama y trató de dormir.
Eran poco más de las siete de la mañana. E incluso después de haber ido al baño todo le seguía dando vueltas. Trató de calmarse respirando suavemente mientras miraba el tejado. Aspiraba y expiraba despacio, como si estuviera haciendo un ejercicio de meditación. Se fijó en las diferentes figuras que producían las sombras que había en la habitación. Un león, un dragón, una cara sonriente, un pájaro,... Y así, poco a poco, fue quedándose dormido.
***
Cuando volvió a despertarse cogió el móvil y vio que eran casi la una y media del mediodía. Berta seguía dormida, y casi en la misma posición de antes. Apenas se había movido. Dejó otra vez el teléfono y recordó la ingente cantidad de "txupitos" que por la noche habían bebido. Su compañero de aventuras fue un poco más listo que ellos. Al encontrarse con otros conocidos se tomó una cerveza más y marchó a casa. Seguramente en aquellos instantes ya llevaría bastante tiempo levantado. Y sin sufrir los efectos devastadores de la resaca. Pero a él ya le había desaparecido el tamborileo que hace unas horas sufría en la cabeza. Sólo le quedaba un tremendo malestar en el cuerpo. Poco a poco, se levantó y fue al baño mientras ella seguía en la cama.
Al llegar al aseo abrió la ventana y subió un poco la persiana. Lo justo para que las rendijas estuvieran desplegadas. Se sentó en el inodoro con tal intención de defecar. Lo que allí echó parecía un experimento mal avenido. Por un momento llegó a darse asco a sí mismo. No había forma de soportarlo. Cuando acabó, tiro de la cadena y rocío la estancia con ambientador. Esperaba que todo aquello disipara antes de que Berta se levantara. Fue directo a la cocina y preparó café. Tenía bastante del día anterior, así que lo guardó en la nevera dejándolo en un vaso sidrero. El que iba a hacer tendría que ser bastante cargado. Si ella quería uno más ligero podía tirar del otro.
Después de tomarlo fue a la ducha. El clima seguía cargado, por lo que volvió a accionar el ambientador. "Espero no colocarme con esto", pensó. Abrió el agua y dejó que corriera hasta que esta estuviera caliente. Cuando estuvo lista se metió dejando que cubriera su cuerpo desnudo. Medio minuto después la paró y se enjabonó. Al terminar realizó la misma acción de antes y se quitó todo el jabón. Cuando salió, se secó y quitó el baho habido en el espejo. Se puso la ropa de andar por casa, tiró otra vez de perfume y fue a la cocina a beberse otro café. Por si las moscas, lo acompañó con una aspirina.
En estas, con cara somnolienta y visiblemente afectada por el alcohol de la noche, Berta entró a la cocina. Llevaba un niqui suyo. Este le quedaba grande y casi le llegaba a las rodillas. Pero no dejaba ver la ropa interior.
- Buenos días, pipiolo. Menudo jaleo haces cuando te levantas. ¿Me invitas a un café?
- Y tu despertar no parece peligroso. Sí, pero está bastante cargado. Si lo quieres más ligero, el de ayer está en la nevera.
- Me quedo con el cargado. Además, está caliente y recién hecho. ¿Tienes una aspirina?
- Sí, están debajo del microondas.
- Gracias.
Cogió la medicina y se la llevó a la boca. La tragó con la ayuda de un sorbo de la bebida. "¿Puedo usar tu ducha?", le preguntó.
- Claro, sin ningún problema.
- ¿Quieres comer aquí o salimos fuera?
- Pues si no te importa me gustaría que fuera aquí. Tengo comida en la nevera. Además, así se nos pasa la caraja y estaremos más cómodos.
- De acuerdo, por mi parte no tengo ningún inconveniente. Voy a la ducha. Por cierto, ¿qué crees que estará haciendo este?
- Ni idea. Fue bastante listo al irse a casa. Se ha librado de un pequeño dolor de cabeza.
- La verdad es que es de palabra. Dijo que se iría rápido y lo hizo.
- Ya, no suele dejarse liar. Somos de personalidad débil.
- No te quejes, que te lo pasaste bien.
- Sí, así fue.
- Bueno, voy a ello. ¿Me esperas?
- Desde luego, no me voy a mover.
***
Tras acabar la cerveza se despidió de toda la tropa y salió del bar. En su entrada, encendió un cigarrillo antes de tirar a la izquierda en dirección al puente que tenía que atravesar. Eran las 11 de la noche, así que a esas horas, y siendo el día que era, la calle estaba abarrotada. Tuvo que ir esquivando gente unos 200 metros hasta llegar al final de la travesía. Una vez allí, cruzó el paso de peatones y sobrepasó la construcción. En su extremo final había otra zona en la que se juntaban aquellos que iban de fiesta. Pero volvió a girar a la izquierda dejándolos atrás mientras ascendía poco a poco aquella suave cuesta.
Al llegar al portal fue a sacar las llaves. Se llevó un susto tremendo: por un momento no las encontraba. Estaban debajo de la libreta, la cual no le había permitido localizarlas. Al entrar fue directo al ascensor. Este estaba ahí, así que sólo tuvo que apretar el botón de su piso. Estaba cansadísimo. Por fortuna, al día siguiente no trabajaba, así que al llegar a casa fue directo a la sala de estar. Ahí estaba el porro a medio fumar que había dejado. También la botella de agua. Dio varios tragos y encendió el peta mientras se tiraba en el sofá. Miró la hora. Las 11 y cuarto. Acabaría lo que estaba fumando e iría a lavarse los dientes. De ahí a la cama. No tenía hambre. Ya desayunaría al levantarse.
***
No hizo falta que sonara el despertador. La luz diurna asomaba en la habitación a través de las persianas. Miró la hora en el móvil. Eran poco más de las 9. Se estiró y, tras levantarse, fue a la cocina. Vertió café en una taza de cerámica que le habían regalado tiempo atrás. La guardaba como oro en paño. Calentó la bebida en el microondas mientras encendida un cigarrillo y ponía la radio. En ella sonaba música, pero no la prestó atención. Era U2, aunque siguió a lo suyo. Por suerte, no tenía nada que fregar. Así que cogió varias galletas y las metió en la bebida tras haberla mezclado con leche. No tiró nada de azúcar. Al acabar, fue al baño. Se lavó los dientes y se dio una ducha.
Una vez terminado, decidió ir a comprar el pan. También el periódico. Cuando lo hizo se tomó un café mientras leía las páginas de otro diferente al que había cogido. Lo hacía bajo una de las ventanas del local. Desde ahí podía ver el recorrido de vuelta que había hecho la noche anterior. Estuvo tentado de mandarles un mensaje, pero algo le decía que seguirían dormidos. Incluso que se habían pasado un poco, por no decir bastante, con la bebida. Bueno, que hicieran lo que quisieran. Ya quedarían otro día. Por su parte, había pensado limpiar un poco la casa y acabar ciertas cosas del trabajo. Tenía toda la jornada por delante. Y hoy sí que no estaba dispuesto a sufrir injerencia alguna. Al terminar, salió del bar, encendió un cigarro y marchó tranquilamente a casa. Haría lo que tenía que hacer, comería y se pondría manos a la obra.
***
Eran las cinco de la tarde y, después de comer, parecía que Berta había recuperado todas sus energías. Estaba fresca como una rosa. Insistía en que fueran a dar una vuelta, pero él todavía se sentía un poco indispuesto. "Dame media hora, anda", le dijo.
- Te la doy, pero que sepas que eres un flojo. Cualquiera diría que no tienes la edad que tienes.
- Ya, estaré en mis días...
- ¿En tus días? Lo que tienes es una cara de espanto... Voy a hacerte una manzanilla, con eso fijo que logras calmar un poco el cuerpo.
- No creo que me haga falta. Fijo que en cuanto me de un poco el aire se me pasa...
- ¡Serás flojo! Mira, haz lo que quieras, pero la manzanilla te la vas a tomar y después vamos a ir a la calle a que te de un poco el aire.
- Bufffff, menos mal. Pensé que me ibas hacer ver "Candilejas"...
- Pues tenía esa intención, pero es mejor que salgamos. No estás como para estar todo el día en casa, y mucho menos para ver la película. Espérate aquí, que voy a hacerte la manzanilla...
- Aquí espero...
- ¡Cabrito!
- Gracias....
Volvió a los cinco minutos con una taza humeante. "Ha sido la primera que he encontrado a mano".
- Está bien, eso es lo de menos.
- Bébela tranquilo, reposa cinco minutos y vístete.
- ¡Señor, sí señor!
- ¡Ni señor ni ostias! ¡Movimiento! ¿Nunca te han dicho que hay que ser hombre de noche y de día? ¡Pues arrea!
- Ya voy, ya voy...
Bebió la manzanilla con tranquilidad. Mientras tanto, ella fue al baño y se acicaló un poco. En su bolso llevaba algo de maquillaje y perfume, por lo que en un momento estuvo lista para salir. "Venga, pipiolo, lleva la taza a la cocina y vístete", soltó desde el cuartito.
- Oye, que estoy en mi casa,- le contestó al pasar por al lado.
- Ya, y lo cojonudo es que siendo así tenga que estar de esta manera.
- No sé de dónde sacas toda esa energía.
- Me recargué con la que me diste anoche.
- Osea, que has drenado la mía.
- ¿Y te quejas?
- ¿Quejarme? ¡Qué va!
- Ya me parecía, algo era ello. Anda, vístete.
- ¡A sus órdenes!
- Tampoco te pases.
- Vale, vale, que era broma...
Cogió unos pantalones vaqueros y se los puso. Al agarrar el desodorante que tenía en la habitación vertió un poco en las axilas. Hizo lo mismo con la colonia que le habían regalado por Navidad, pero esta la tiró en su cuello. Después, tras ponerse un niqui viejo, le llegó el turno a la camisa y la sudadera con choto. También las botas de montaña que acababa de comprar un mes atrás. Una chaqueta que simulaba ser de cuero fue su último complemento contra el frío de aquel invierno. Por si acaso, agarró las gagas de sol aunque apenas quedaría una hora en la que este reluciría. "¿Qué quieres hacer"?, le preguntó a Berta.
- Demos una vuelta por el paseo. Tomemos algo y vayamos a mi casa. Quiero enseñarte algo.
- ¿De qué se trata?
- Cuando estemos allí lo verás.
- Bueno, pero que la vuelta no sea demasiado larga.
- No seas tiquismiquis y coge la llaves, no sea que te las vayas a olvidar.
- Tranquila, las tengo metidas en la bandolera. Menos mal que lo has dicho, porque casi me olvido de cogerla.
- Madre mía, menuda cabeza.
- Ya, venga, salgamos. Llévame a ese sitio tan misterioso.
- Si estás hablando de mi casa eres un exagerado.
- Sí, pero es por darle un toque de suspense al asunto.
- Venga, vámonos.
Abrió la puerta y ella salió primero. Cuando la cerró bajaron andando. Vivía en un primero y pasaron al lado de la ventana que daba al patio. Uno de los vecinos tenía puesta la música, pero no le prestaron atención. Cuando llegaron al portón que daba a la calle encontraron que no estaba cerrado. "Vaya, a ver si se nos va a meter alguna visita indeseada".
- No digas tonterías - comentó Berta - , ¿quién iba a hacerlo? Además, no tienes nada de valor.
- Cualquiera, a saber.
Una vez en el exterior contemplaron lo soleada que estaba siendo la jornada.
- Qué pena que quede una hora escasa de luz.
- Vaya, resulta que ahora la tiquismiquis eres tú.
- Venga, tiremos.
Comenzaron a andar sin ninguna preocupación mientras iban uno al lado del otro. A su alrededor, la gente camina sin prestarles atencion. A lo lejos, una patrulla de municipales tenía parado en coche. La pareja estaba en el exterior mientras conversaba con alguien. "Parece que están teniendo unas fiestas entretenidas", soltó Berta.
- Ya vendrán días más tranquilos.
- Sí, venga, vamos. ¿El paseo estaba girando ahí a la derecha, verdad?
- Sí.
Al llegar siguieron en la misma dirección de la corriente del río. Este seguía atravesando la ciudad como si el tiempo no hiciera mella en él. Como si fuera un observador neutral a todos los cambios que habían sucedido a través de los siglos de su historia. Había estado antes que ella fuera construida y, posiblemente, ahí seguiría cuando esta desapareciese.
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