La historia del porro que se fumó sin darle importancia (VIII)



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- No tienes remedio.

La miró mientras estaba tendida en la cama con la vista en el techo. La sabana le cubría su busto, justo por la mitad de su pecho.

- ¿Y eso? -, le contestó.

- Se suponía que ibas a venir habiendo visto "Candilejas". Que íbamos a hablar sobre ella.

- Bueno, la vida del porrero profesional es bastante dura. Ni me había acordado.

- Ya, pero de que habíamos quedado sí. De eso sí te has acordado.

- Quizás tu compañía me parece más interesante aunque no tengamos un tema de conversación que hubiera sido acordado.

- Lo dicho. No tienes remedio.

Se levantó. Antes de que se pusiera la bata pudo contemplar la figura de su espalda. Era esbelta, grácil. Y su piel resplandecía de una forma curiosa por la débil luz que manaba de la lampara de mesa.

- Voy a preparar café. ¿Quieres uno?

- Si me dejas fumar uno...

Se dio la vuelta y le observó detenidamente. "¿Cómo puedes tener tanto morro?". Acto seguido, le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y le indicó que la siguiera a la cocina. Se levantó para ponerse los pantalones y el niqui. Fue descalzo. Cuando llegó la cafetera estaba en marcha y de ella comenzaba a emanar aquel inconfundible aroma. Se le acercó y la agarró por la cintura. Ella hizo la misma acción mientras miraba pensativa por la ventana. "Nos conocemos desde hace apenas un mes".

- Sí, aunque te había visto más veces en la galería.

- ¿Sabe tu amigo que tienes la costumbre de ir por allí?

- No. Estoy seguro que al enterarse diría que guardo muchas sorpresas.

- Ya. Le pasará lo mismo cuando se entere de lo nuestro.

- Puede ser. Pero tiene una extraña costumbre. No sé si será buena o mala, pero la comparto. No suele meterse en la vida de nadie. Aunque siempre esté cuidando de los que quiere. Hay cosas que no tolera. Y el que se metan en la suya no lo soporta. Así que hace lo mismo con la de los demás.

- Comprendo. A pesar de parecer un poco despistado es bastante sensato.

- Sí, tiene la sensatez que a mí me falta.

Se rieron con ganas. Tras esto, se separó de él y se dirigió a la pequeña cocina. Retiró la cafetera y sirvió la bebida en dos tazas de cerámica. Le dio uno mientras el vaho que salía de estas inundaba la estancia.

- Berta, dime una cosa. ¿No crees que nos pasamos con el paripé que hicimos el otro día delante de Eder?

- No lo sé, pero si tus escritos son tan buenos como tu actuación pasaría un buen rato.

- ¿No lo has pasado así hace poco?

Berta le miró directamente a los ojos. Por un momento pudo notar que irradiaban un pequeño arrebato de cólera. Se calmó. "Ernesto, no te pases, eso es algo que no viene a cuento".

Aunque lo disimulaba estaba verdaderamente cabreada. El que le hubiera llamado por su nombre la delataba. No solía hacerlo. Trató de buscarle las cosquillas un poco más. ”¿Nunca tienes la tentación de decir mi nombre mientras estamos en el tema?". Esta vez la mirada fue fulminante, pero cogió aire mientras parecía hacer alguna cuenta con la que tranquilizarse.

- Vale, vamos a hacer una cosa. Tomémonos el café tranquilamente y fumemos un cigarro. Luego te irás a dar una vuelta. Si quieres puedes volver en una hora, mientras preparo la cena.

- Sabes que volveré. Soy un experto redomado en ser un calzonazos.

- Sí, pero también eres un enorme cabronazo.

- Eso dicen. Pero no vas a prepararla. La voy a hacer yo cuando vuelva. Hasta quizás te traiga un regalo.

- Miedo me das con lo que acabas de decir.

- ¿Por?

- Porque creo que empiezo a conocerte un poco.

- Tranquila, voy a tratar de portarme bien. Voy a traer uno de mis reconocidos escritos.

Berta se rió. "¿En serio? ¿Vas a salir sólo a por uno de ellos? En serio, a ti se te va un poco la cabeza".

- Será cosa de los porros.

Le miró confundida. "¿Lo vas a hacer, verdad?", le preguntó.

- Que no te quepa la menor duda.

- ¿Vaa a ir ahora?

- Sí.

Comenzó a ir a la habitación con la intención de ponerse el calzado.

- ¿Sin ducharte?

- Por supuesto -, le dijo mientras se ponía las zapatillas y acto se dirigía a la puerta. "Será cosa de media hora". Y salió.

La dejó estupefacta. Había bebido el café prácticamente de trago. "¿Pero este chaval dónde tiene la cabeza?", se preguntó. Le vio andar a paso apresurado por la ventana dirigirse a la boca del metro. En cuanto entró desapareció. No daba crédito a lo que acababa de pasar. Ni siquiera se habia fumado el porro que se había hecho y que dejó en la encimera. Decidió encender la radio. Era un canal de música. Pero no prestó atención a lo que sonaba. La apagó y fue al salón. Se sentó y se quedó dormida.

Le despertó una llamada a su móvil. Era Ernesto. "Anda, ábreme. Estoy en el portal". ¿No podía tocar el timbre como todo el mundo? Entonces se acordó de que estaba estropeado. No funcionaba. A regañadientes se levantó y le abrió. Eso sí seguía en marcha. Escuchó el ascensor subiendo los cinco pisos y cómo entraba por la puerta después de dejarla lista para que entrara. Sus pisadas repicaban en el pasillo. "Ya estoy, ¿dónde he dejado el porro?".

- ¿Eso es lo único que se te ocurre decir? Lo tienes en la cocina.

- Esto me va a saber a gloria-, murmuró mientras lo encendía. "Toma, aquí tienes, puedes leerlo".

Cogió un viejo folio completamente doblado. Era una poesía. Por nada del mundo se esperaba aquello. Decía de la siguiente forma:

...

TRANSMUTACIÓN (07/V/2023)

Que tengamos cuidado
con vender nuestra alma
al Diablo, nos dicen.
Que lo que promete
es algo terrenal.
Luego viene el olvido.

Un olvido en el que se regocija
con el pasar de los tiempos,
de la Eternidad
y sus sombras
cuando sea el vencedor
de su guerra con Dios.

Ese que fue la estrella en la mañana
y también el más cercano
al de la Deidad.
Qué sorpresa
si están invertidos
esos mismos puestos.

En un plan orquestado
alteran las formas
de sus entidades.
Usan los disfraces
y se tergiversan
siendo escenificados.

El tema está,
el quid de la cuestión,
el cuándo tuvo lugar
esa transmutación
de esos papeles,

de esas formas,
en el negativo
de alguna fotografía
que no se reveló
por los intereses.

Así que tengamos
la certeza
de guardarnos
del mismo Dios
y su forma
con la piel del Diablo.

...

- Si quieres que te diga la verdad... entiendo sobre lo que hablas, pero me parece una auténtica mierda.

- Pienso lo mismo.

Comenzaron a reírse al unísono de forma escandalosa. Estas se tuvieron que oír desde la calle estando como estaban las ventanas de la cocina abiertas. Cuando se calmaron el muchacho le dijo que pasaba de cocinar.

- Me lo suponía. Me pasa lo mismo. Podemos hacernos unos sandwiches y vamos que chutamos.

- Dime una cosa.

- Qué...

- ¿Entre toda esa colección de DVDs que hay en el salón no tienes "Candilejas"?

- ¿Por qué no lo has dicho antes?

Prepararon la comida y fueron a la sala de estar. No tenía televisor, pero un cañón conectado a su ordenador hacia las veces de esta. Apagaron las luces. Comenzó la película.

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