INTROSPECCIÓN
Pongamos que hablamos de cicatrices.
De las del alma,
de las del corazón,
de cualquiera de las que nos hacen ser
todo lo que somos
y un poquito más.
Pongamos que las iluminan luces
que las acunan
y les dan el calor
que nos irán empujando en el crecer.
Son nuestros retoños
y sus mañanas.
Y estas van amasando con dulces brillos
las palabras
que pronunciamos,
las que escribimos
y las lágrimas que hubimos derramado
alguna vez.
Y en estas la lluvia nos cubre
la cara mientras va limando
las impurezas habidas en ella.
Los venenos parece que se aclaran
sin necesitar un producto
de los que en masa se producen.
Será que lo natural se abrirá paso
con la fuerza
de lo divino
sin haber un Dios
cuyos sacerdotes dicten este mundo
que está por ver.
Hablemos, hablen de cicatrices,
y sáquenlas al exterior,
pues no hace tanto tiempo nos hacían guardarlas
por la señal del pecado y su inmoralidad.
Masculino y femenino habías de
ser en las pautas del mundo
edificado donde se disimulaban
las cicatrices en pos de la fortaleza.
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