50 años ayudando a los espíritus
05/XII/2020
vandal.elespanol.com
Cole Sear cumple sus Bodas de Oro ayudando de forma plena a los espíritus perdidos. Su infancia estuvo marcada por esa capacidad de poder comunicarse con estos entes y las dificultades que sufrió en la escuela por ello. Ya en su edad adulta, después de licenciarse en la universidad, decidió dedicarse casi por entero a conseguir que alcanzaran la paz.
21 años han pasado ya desde que se estrenara “El Sexto Sentido” (1999), aquel “biopic” que habiendo sido dirigido por el director indio-estadounidense M. Nigth Shyamala narraba el momento transcendental de Cole Sear, un chaval de nueve años que era encarnado por Haley Joel Osment y recibía ayuda por parte del psicólogo infantil Malcom Crowe (Bruce Willis). Según va avanzando el largometraje, y los dos personajes van cogiendo confianza entre ellos, Cole le confiesa que lo que le ocurre, en realidad, es que puede comunicarse con las perturbadas y sufrientes almas de aquellos fallecidos que todavía vagan por esta dimensión existencial. Basada en hechos reales, Cole es hoy en día un adulto de 73 años que sigue con su vida cotidiana después de que pasara todo el ajetreo mediático que originó el éxito que obtuvo el film.
En realidad, tanto su personaje como el del psicólogo Crowe, también el resto de personas y ánimas que son presentados en los casi 110 minutos que dura la película (107 para ser más exactos), fueron disfrazados con una imagen y nombres alternativos con la intención de preservar en el anonimato la identidad de los protagonistas. Por eso mismo, aunque sean perfectamente conocidas sus historias, sus personalidades se han mantenido en el más absoluto misterio y, por lo que parece, seguirá siendo así. Lo único que podemos comentar de Sear es que, a sus 73 años, vive la cotidianidad del día a día con total normalidad y es ajeno a los focos de los medios de comunicación, quienes respetaron los deseos de aquellos en los que se basó la película al pedir que quedaran en el anonimato. Y claro, la extraordinaria y locuaz que es esta situación pandémica también les ha afectado, viéndose obligados a tener que convivir con ella adaptándose a los tiempos que corren.
Vistas las circunstancias que rodean su vida, sólo podemos señalar que está jubilado y que presenta una salud de hierro a pesar de los achaques que dice sufrir y que parecen ser propios de su edad. Reitera que se siente bien a pesar de tiene que tomar alguna que otra medicación con las que paliar sus pequeños malestares. Su mirada es jovial y despierta, con una curiosidad tremenda ante los dos mundos que le rodean: el terrenal y el de aquellas almas perdidas con las que todavía se sigue comunicando. Estas, esas almas desorientadas, son, en su mayoría, la proyección de aquellos que, por los motivos que fuera, aunque normalmente tienen algo en común algo trágico, fortuito o traumático en el momento exacto de su deceso y no han conseguido asimilar su nuevo estado espiritual, no lo aceptan o, en los casos más extremos, no saben o ignoran lo que les ha sucedido. También hay quienes parecen querer obviar el asunto y se aferran al mundo que les era tan familiar como si de un clavo ardiendo se tratara. Lo que intenta hacer Clear es que superen ese estado ayudándolas a descubrir lo que les ha sucedido y puedan quitarse la losa que cargan sobre sus espaldas.
Se lleva dedicando a esto, casi de una forma plena, desde que tuviera 23 años, es decir, son ya 50 de experiencia los que atesora intentando socorrer a esas almas en pena. Según comenta, desde su época de cuna ya podía comunicarse con ellos. Tiene unos recuerdos fuertemente arraigados que le permiten retrotraerse a aquellos primeros días de su existencia, pero resulta ser bastante llamativo el descubrir que sólo puede rememorar esos momentos y, al igual que nos pasa al resto de los adultos, casi no conserva nada sobre aquellos que podríamos tildar de comunes en aquellos infantes de tan tempranos instantes. Nos presenta la fuerte convicción de que al principio se trataban de almas puras, divertidas, sin ningún ápice de tener algún tipo de trauma, “eran seres que parecían querer disfrutar en todo momento”. Además, le ayudaban y le servían de guía mediante sus consejos. Pero algo paso cuando tenía 8 años de edad. Aquellos bienaventurados seres desaparecieron de la noche a la mañana e hicieron acto de presencia los seres que estaban turbados. Esto le provocó un gran impacto. De estar rodeado de luz pasó a estar inmerso en la oscuridad. Comenzó a sumergirse cada vez más en un pozo, dejó de hablar, sentía miedo constantemente y sufría horribles pesadillas. Ante esto, y desconociendo las circunstancias que lo rodeaban, sus padres optaron por contratar a un psicólogo infantil.
Una infancia entre espíritus
Mientras da un paseo por un parque ubicado a las afueras de su localidad intenta ordenar sus recuerdos y relata que fue en el momento de la separación de sus padres en el que comenzó a ver las almas de aquellos que no sabían que habían fallecido; también las de los que estaban perturbados. Hasta aquel momento fue el espíritu de su abuela el que le custodiaba. Había fallecido antes de que él naciera y, en ocasiones, iba acompañado de otros halos espirituales que también le guiaban y cuidaban. Fue en aquel instante cuando comenzó a percatarse de la presencia de aquellos que no portaban luz. No sabe si siempre habían estado allí y debido a lo que aconteció en su vida consiguieron abrir la puerta que hasta entonces parecía estar cerrada a ellos. Descubrió que algunos habían sufrido una muerte traumática y, debido a eso, vagaban atormentados sin siquiera saber que podían comunicarse con él. Sin embargo, otros lo hacían con total normalidad. Todos ellos tenían dos cosas en común: la no consciencia de su estado y que no podían verse entre ellos. Todo esto provocó que comenzara a retrotraerse del mundo. Se sumergía en sus pensamientos y no quería hablar con nadie. Los “fantasmas tenebrosos”, como él los llama, hicieron acto de presencia por primera vez. Era imposible mantener una conversación con ellos y, dentro de la frustración que sentían, eran capaces de mover y lanzar objetos de la realidad terrenal, además de alterar la temperatura de pequeños espacios cerrados, los cuales quedaban inmersos en un seco y frío ambiente. Ante el “shock” que le ocasionó todo aquello y las consecuencias que trajo, su madre, la cual tenía su custodia, pensó en la posibilidad de requerir los servicios de un psicólogo infantil que le pudiera ayudar. Su padre estuvo de acuerdo. De esa forma conoció a Malcom Crowe.
La llegada del psicólogo le supuso un soplo de aire fresco. En aquel momento no sólo tenía que lidiar con el nuevo aspecto de oscuridad y tenebrosidad que se le había presentado; algunos espíritus llegaron a agredirle físicamente. También tenía que hacer frente a las burlas, vejaciones y la exclusión y maltrato físico que sufría en la escuela al ser tildado de “bicho raro”. Hasta ese instante en el que Crowe apareció no le había comentado a nadie lo que pasaba en su mundo. Afirma que su madre llegó a decir que aquella familia no iba bien en una discusión a la hora de comer en la cual le reprochaba haber cambiado de sitio objetos de su abuela. Él no le dijo que había sido ella, su abuela, la que los movió. El psicólogo, al pronto de comenzar a entablar amistad, eso sí, con un poco de dificultad al principio, fue consiguiendo que se liberara de sus miedos y se fuera explayando a pesar de las reticencias que el niño mostró al principio. Crowe, a su vez, llegó a confesar, mediante metáforas, que le recordaba a otro niño al cual no había conseguido ayudar. Fue en ese instante cuando Sear se sintió seguro y le reveló su secreto: podía ver los espíritus de los muertos, hablar con ellos, pero estos no sabían que habían fallecido. Crowe pareció recular ante la revelación, pero resultó ser que decidió seguir con todo el asunto a pesar de la desconfianza que tenía sobre el caso y el diagnóstico.
A medida que las charlas entre ellos iban tornándose cada vez más fluidas, los espíritus alegres y de luz parecieron recuperar su fuerza y estuvieron cada vez más presentes, pero las oscuras siguieron allí. Parecía que quisieran compensar el poder que adquirieron estas últimas, que estuvieran igualadas ante una, tal vez, posible batalla. Aun así, llegaron a la conclusión de que lo que necesitaban las oscuras era poder hablar con alguien y que consiguieran entender por ellas mismas su situación y qué era aquello que habían dejado pendiente en su etapa anterior. De esta forma lograron que muchas de ellas alcanzaran la paz. Finalmente, de la noche a la mañana, Crowe dejó de acudir a las citas que tenían programadas. Parecía que había logrado estar en paz con el mundo y, por decirlo de alguna manera, consiguió entender y ascendió, descubrió que había fallecido. No fue hasta años después que Sear descubriera la historia del psicólogo.
Tenía 21 años cuando alguien le dejó el recorte de un artículo de periódico sobre el asesinato de Crowe por parte de un antiguo paciente. Este había recibido su ayuda en la infancia, cuando tenía la edad de 9 años. Le acusaba de no haberle ayudado, de abandonarle. Se adentró en su casa y le disparó para después suicidarse con la misma pistola, todo ello delante de la mujer del licenciado. Parecía que el psicólogo consiguió entender su situación y, después de tantos años, decidió dejarle el recorte con el propósito de que lo supiera. Su mujer, Anna, se casó años después en segundas nupcias y tenía dos hijos. Todos los meses acudía junto a su actual marido a llevar flores al mausoleo en el que estaban enterrados sus restos.
Un nuevo comienzo
Después de la partida de Crowe, Sear consiguió llevar, más o menos, una vida que se consideraría normal en un chaval de su edad. A medida que iba comprendiendo cada vez mejor la psique de los espíritus (aunque afirma que nunca se deja de aprender sobre ello y cada paso siempre es poco), pudo ir socorriéndolos mientras él mismo iba limando sus propios miedos y conseguía avanzar en el colegio con la ayuda de sus profesores y compañeros. De ahí pasó al instituto, el cual le abrió la puerta al mundo universitario. De aquellos años guarda una gran estima a la figura de un profesor al cual atormentó mediante las confesiones de una profesora que había fallecido años atrás en un incendio ocurrido en el edificio, cuando el primero era alumno de la entidad. La fallecida, tras ver la forma en la que trataba su antiguo alumno a Sear cuando este le corrigió, le susurró que en su niñez padeció tartamudez, por lo que el chico, lleno de rabia, se lo repitió en incontables ocasiones junto a su apodo hasta que aquella situación le devolvió a la infancia en medio de aquella impotencia originada por el nerviosismo. A pesar de todo, a medida que iba avanzando el curso, fueron construyendo una fuerte amistad que duró después de su etapa universitaria. Ya en ella se licenció en una licenciatura que es mejor mantener en el anonimato.
Con 23 años, y prácticamente habiendo finalizado la carrera, decidió dedicarse por completo a ayudar a aquellas almas que lo requiriesen. Hasta ese momento lo había compaginado con las actividades académicas, deportivas, sociales,…desde entonces, y aunque después de licenciarse ejerciera la profesión elegida, se dedicó con toda la pasión a intentar conseguir que aquellas almas descubrieran su situación y pudieran alcanzar la paz. Puso especial énfasis en aquellas que, debido al contexto de su partida, se habían vuelto violentas. Esas mismas eran las que le habían agredido cuando era niño y, desde que descubrió que estas también eran “curables” cuando aceptaban su situación, volcó sus fuerzas en ellas. Muchas consiguieron descansar, pero con otras no pasó lo mismo. Esto último era algo que le preocupaba ya que podría verse, llegado el momento, con cuentas o asuntos pendientes que le obligaran a continuar en este plano existencial tras su partida. Pero, por fortuna, así lo afirma, hace cosa de unos 15 años Crowe se volvió a presentar ante él con la intención de agradecerle lo que había hecho. Le explicó que no se preocupara por ese asunto. Esto se debía a que muchas de ellas lo habían alcanzado después de su intento frustrado, ya fuera por ellos mismos o debido a que sus primeros pasos sirvieron de ayuda a otros que, como él, dedicaban su tiempo en estas acciones.
De esta forma, aquel joven siguió con su vida hasta que contó la edad de 58 años. Aunque le quedaban algunos años para poder jubilarse y ya entonces podría dedicarse en cuerpo y alma a tender su mano a aquellos que estaban perdidos, ya hacía tiempo que estaba comenzando a hacer unos hipotéticos planes de cara al momento en que pudiera dejar de lado su profesión. No podemos indicar si se casó o tuvo familia, tampoco ningún tipo de pormenor de lo que aconteció en su vida o en la de sus progenitores, tan solo lo relatado en la película y algunos pequeños esbozos que puedan ayudar a comprender la vida que ha llevado hasta este momento, pero sí ha indicado que durante algún tiempo estuvo tentado de adquirir una casa de recreo a la cual se hubiera retirado a descansar después de tantos años de trabajo. Fue en aquellos momentos en los que le asaltaron las dudas sobre lo que le sucedería tras su partida. Por fortuna, la nueva venida de Crowe le sirvió para poder aligerar sus dudas y preocupaciones. Siguió con todos sus asuntos y, tras jubilarse, opto por seguir en la localidad en la que había residido sin adquirir aquella residencia que tanto le había tentado. No se arrepiente de la decisión tomada. Ahora su vida es de lo más normal y parece estar libre de la mirada de ojos curiosos. Considera que, desde su punto de vista, lo más adecuado a la hora de llevar a cabo lo que hace es hacerlo desde la más absoluta discreción. Esto último es algo en lo que parecen estar de acuerdo sus “socios”; él llama así a todos aquellos que con sus mismas o parecidas capacidades intentan ayudar a aquellos que necesitan de otros a la hora de trascender al siguiente plano existencial.
Los otros como él
Durante estos 50 años de dedicación a esas almas perdidas ha podido conocer personalmente cerca de 20 personas que tienen unos capacidades parecidas a las suyas. Algunos de ellos, en un principio, negaron poseerlas y, de forma temporal, consiguieron aislarlas de su espectro visual y vivir ajenos a lo que era su realidad, pero, en algún momento dado, la realidad, por el motivo que fuera, les hizo entender que no podían obviar aquello que percibían. No entendían qué podrían hacer con aquellas facultades que tenían, ya sean de producto de la evolución natural o el regalo otorgado por alguna deidad con algún propósito que desconocen. Al comprender la situación, la mayoría de ellas optaban por la alternativa de socorrerlas. Otras, parece ser que las menos, ante la imposibilidad de comprender lo que pasa entran en un estado psicótico que les ocasiona una locura incurable a consecuencia de lo que ven. Este contraste hace que algunos de ellos acaben encerrados de por vida en psiquiátricos ante la imposibilidad de los psiquiatras de dar un diagnóstico a lo que les sucede y, en ocasiones, esto les empuja a quitarse la vida. Sear afirma tener la sospecha de que muchos casos que son imposibles de diagnosticar son debido a ello, pero, ante la imposibilidad de poder acceder a sus historiales médicos o conversar con ellos, él y sus “socios” ven con impotencia que no se puede hacer nada por ellos y, de esa forma, ayudarles a comprender con la intención de que sanen y, posteriormente, poder recabar información sobre lo que conocen y ampliar el conocimiento que tienen todos ellos.
Cuenta todo esto con una leve sonrisa mientras sus ojos curiosos parecen estar bañados por las lágrimas. A pesar de ello no pierde la compostura ni la sonrisa. Y ahora, en esta época que nos ha tocado vivir, la de la pandemia surgida por el coronavirus, parece que están empezando a comprender mejor el mundo que es invisible para la mayoría de nosotros. En este tiempo no ha aumentado el número de perdidos, se ha mantenido por lo que parece ser el saber de lo que ocurre, pero los que poseen la luz son cada vez más numerosos y les han revelado secretos que hasta entonces parecía que les estaba vetados o no estaban preparados para saberlos. Los contactos con ellos y entre sus “socios” han aumentado de manera considerable. No paran de intercambiarse opiniones y la nueva información que se les entrega o descubren. Durante el periodo de encierro descubrieron que los espíritus podrían comunicarse mediante las redes sociales e, incluso, podían acceder a ellas sin que el poseedor de estas las tenga activadas. Su imagen se presenta como un pequeño halo de luz, al igual que el que observaba en las fotografías de su infancia, cuando su abuela aparecía en ellas y él parecía contemplarlas. En alguna ocasión comprobó, ante su asombro, la forma en la que su ordenador se encendía solo y mediante algún programa aparecía el inconfundible destello de esos espíritus con el propósito de comunicarle algo. Pero, por ahora, parece que no puede indicar nada sobre lo nuevos hallazgos que han hecho, aunque si muestra cierto pesimismo sobre el futuro que aguarda cuando llegado el momento se de por finalizada la pandemia.
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