La historia del porro que se fumó sin darle importancia (IX)
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Parecía disfrutar del paisaje urbano. Estaba sentado en una terraza mientras contemplaba el fluir de las aguas del río. Lo hacía bajo aquellas gafas de sol en compañía de un café y un "peta" que tenía apagado en un cenicero. Pero, en realidad, estaba dando una disimulada cabezadita después del ajetreado día anterior. De repente, le tocaron en el hombro y dio un pequeño salto en la silla.
- Despierta. Sé que estás dormido. ¿Qué has estado haciendo? No me digas que al final quedaste con aquella mujer.
- Sí. Tiene una conversación interesante. No sabía que el mundo del arte pudiera llegar a ser tan fascinante. Hubo demasiados porros...
- Ya veo... Y después de salir de trabajar te has venido aquí a dormir la mona.
- Pues sí. Además, imaginaba que te pasarías por aquí.
- Ya... ¿Quieres una café? Voy a pedirme uno y a fumar un poco. Hay que darle un poco de alegría al cuerpo.
"Venga", comentó para después beber de trago lo que quedaba del suyo y darle la taza con tal de que lo llevara a la barra. "No tardes".
- Las cosas que hay que aguantar...
Una vez en el bar pidió dos cafés con leche en vaso. "¿Los queréis fríos o templados?", le comentó el camarero. "Da igual, que sean los dos con hielo, ponlos como quieras". El chaval se puso a la faena con mucho mimo. El ruido de la cafetera inundaba el lugar mientras miraba por la ventana a su compañero. Daba la impresión de que había vuelto a dormirse. Estaba seguro de ello. Así que le esperaría otro buen susto cuando llevara las bebidas. Cuando el chico se las entregó pagó en efectivo. Le dio las vueltas y salió.
- ¡Despierta, Bella Durmiente!
- ¡Pedazo cabronazo! ¿No tienes otra cosa mejor que hacer?
- Anda, toma, a ver si te espabilas un poco.
- Vale, pero estate callado unos cinco minutos. Que cuando empiezas a hablar no paras.
Le miró con cara de pocos amigos.
- Voy a por el periódico. A ver si hay algo de leer.
- Eso, que la paz reine un ratito.
Volvió a entrar en el bar. Cogió uno de los diarios que había en la barra. Cualquiera de ellos. Fue a la mesa, se sentó y se puso a mirar el paisaje antes de abrir las hojas. "Hace un día cojonudo", comentó.
- Anda, estate callado durante cinco minutitos.
Tras decirle esto empezó a pasar las páginas. Cuando llegó hacia la décima dejó de mirarlo. Había una noticia que le interesaba. Antes de leerla empezó a hacerse un porro. Ni siquiera le preguntó si iba a querer. Sabía de sobra la respuesta. Tras acabarlo lo prendió. Y la leyó con atención. Al acabarlo le pasó el peta con un pequeño toque en el hombro. Lo cogió sin decirle nada. De vez en cuando, se solían conocer bastante bien. "El mundo está patas arriba", soltó al dar la primera calada que acompañó con una trago al café.
- Y lo dice quien está todo el día en las nubes. Menos mal que eres bastante competente en el trabajo.
- Eso no me corresponde decirlo.
- Ya te lo digo yo.
- Bien, entonces toma esto y déjame un ratito más tranquilo. Avísame cuando acabes de leer.
- Buffff, si fuera así no te avisaría nunca.
- Ya sabes a lo que me refiero.
- Podrías coger algún periódico de vez en cuando.
- Ese día llegará cuando tenga que tocar. Hasta entonces tengo cosas más importantes en mente.
- ¿Al final viste "Candilejas"?
- Sí y no. No llegué a acabarla. Sigo teniéndola pendiente. ¿No habíamos quedado en que me avisarías cuando acabases?
- Dame unos 10 minutos.
- Los que necesites. Voy a cambiar el agua al canario.
Se levantó y se dirigió al bar. Al volver lo hizo con un vaso de agua en cuyo interior había hielo. "De vez en cuando hay que refrescar el cuerpo, sobre todo cuando duele por todas partes".
- Será por todo el ejercicio que haces.
- Sí, será por eso.
Cerró el periódico y puso el plato del café sobre él. "¿Damos una vuelta?", le preguntó.
- He quedado en media hora.
- Vaya. No quiero saber qué vas a hacer. Alguna maldad de las tuyas.
- Sí, lo más seguro es que sea eso.
- Lo dicho. No quiero saber nada.
- Ok, pero tengo que pasar por el estanco. ¿Me acompañas?
- Venga. Me queda de camino a casa. De paso, haré también unas compritas.
Se levantó, cogió la cacharrería y la metió en el bar junto al periódico. Lo dejó todo en la barra. Salió y se pusieron en marcha. Fueron bajando unas escaleras hasta llegar un puente que atravesaron. Tras cruzar el paso de cebra que estaba a su vera giraron hacia la derecha. En dirección recta cruzaron unos pórticos hasta que en una bocacalle, a la izquierda, encontraron el estanco al que se dirigían. Hicieron todo el trayecto en silencio. Tampoco les hacía falta hablar. De vez en cuando se conocían bastante bien.
Al salir habiendo dejado a su acompañante en el interior del establecimiento se encontró con Berta.
- ¡Vaya, menuda sorpresa! ¿Qué haces aquí?
- ¿Tu querido colega de desventuras no te ha dicho nada?
Se quedó mirándola fijamente durante un rato.
- Tampoco hacía falta que me dijera nada. Es algo que no me incumbe. Tenía que llegar su momento y ese parece que era hoy.
- Qué interesante. Tienes bien olfato.
- No sé si será así. Pero hicisteis un buen teatro.
- Gracias.
Estaban en la esquina de la puerta del estanco. Por lo tanto, en cuanto salió, y aprovechando que no les veía, Eder le propinó una cachetada en la coronilla. "¡Joder!", soltó. "¿Hacía falta llegar a este punto? ¡Ahora sé lo que sentían los personajes de «7 Vidas» ante las tobas de la Sole!".
Después de que el ataque de risa arreciara, Berta le tiró de la oreja. "¡Lo siguiente será que veas «Candilejas» de una vez y no te quedes dormido!".
- ¿Fue por eso? ¡Menudo porreta de mierda estás hecho! -, le soltó Eder. "¿Tienes la oportunidad de ver la película y te quedas dormido?"
- Encima en compañía -, comentó Berta.
Al verse acorralado dio un paso hacia atrás. "¡Bueno, ya! ¡Dejad de tocarme las pelotas! ¿Queréis ir a tomar algo o vais a seguir con esta alianza que no sabéis ni vosotros mismos cómo la habéis firmado?".
Berta miró a Eder. "Creo que estará de acuerdo conmigo en que lo dejemos para otro día, ¿no es así?".
- Pues mira, sí. Estoy de acuerdo. Así te sigue leyendo la cartilla. Ya estaremos otro día, cuando tengas la cabeza más centrada.
Se quedó blanco. "¿Eso vais a hacer? ¡Apenas os habéis conocido y ya estáis confabulando en mi contra!".
- Tampoco es para tanto. Ya tendremos tiempo otro día de quedar de forma más tranquila.
- Sí -, comentó Eder. "A veces este tipo de maldades son las más interesantes". Berta se volvió a reír de buena gana. "Es que te lo has buscado, chaval", le indicó.
- Bueno, vale. ¿Dónde quieres ir?
Berta observó la calle detenidamente. "Vamos por ahí. Ya llegaremos a algún sitio. ¿No es eso lo que soléis hacer? Pues hoy te toca con una persona distinta".
Se rieron los tres y se despidieron. Tomaron un camino distinto. Dos de ellos no sabían dónde acabarían. El tercero fue directo a su casa.
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