Un pasaje de terror

13/XI/2019

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No es que lloviera mucho, pero lo hacía de forma intermitente en un día en el que los claros del cielo se mezclaban con esas nubes que traían aquellas cortas "chaparradas". Por ello el ambiente estaba tan húmedo y fresco. Se respiraba pureza en él y ella, a aquellas horas justo antes de que comenzara a anochecer, estaba al lado de aquel edificio que hacía tres siglos atrás había servido de morada a los señores del lugar.

La casona, imponente en su tamaño pero humilde en sus formas, no tenía ningún signo de ostentación en su construcción. Estaba completamente vacía en las dos plantas que guardaban su interior. Había sido abandonada tres siglos atrás tras la misteriosa muerte de la tercera hija de las cuatro que tenían los señores del lugar. Todo parecía indicar que había sido envenenada por los dos sirvientes que atendían la casa: la ama de llaves y el mayordomo.

No se sabe el por qué de aquella tragedia ni, en caso de haber sido ellos los que llevaron a cabo aquella acción, lo que les empujó a cometerla. Fueron señalados y quemados en una hoguera después de ser colgados de un roble de más de un siglo que había en el lugar. Luego empezó a correr el rumor que decía que había sido el mayordomo y que la ama de llaves no tenía nada que ver; pero ya era demasiado tarde.

La familia que vivía allí se trasladó a otro país sumidos en la tristeza. No querían tenían tener relación con lo que les recordara a la muchacha. A un mes de su partida, tres meses después de la ejecución, se empezó a ver la figura de una mujer que deambulaba por el lugar. De vez en cuando también la de un hombre que la observaba de lejos.

Esa era la leyenda que se contaba en el lugar. Ella estaba allí para poder comprobar lo que había de cierto en ella. Miró la casona e intentó abrir aquella inmensa y formidable puerta que custodiaba el edificio. No lo consiguió. Entonces decidió subir por las gruesas trepadoras que había hasta conseguir acceder por una de las ventanas. Le costó mucho esfuerzo, pero logró entrar.

Lo que había era un piso lleno de polvo y humedad. Las goteras empapaban un piso sin muebles en el que las escaleras de madera que iban a la planta baja parecían estar en buen estado. Descendió por ellas. Pudo ver la inmensa entrada de la casa y la puerta que no pudo abrir. Arriba parecía haber seis habitaciones. En la planta baja estaba el comedor con una enorme chimenea, la cocina y la habitación del servicio. Esta estaba dividida en dos: la del mayordomo y el ama de llaves.

Abrió aquella puerta. Estaban intactas, tal y como deberían haber estado hace tres siglos. Notó un golpe en el hombro. Se dió la vuelta y vió la cara blanquecina de un hombre alto y delgado. Sus ojos eran rojos y llenos de rabia. La señaló con el dedo.

Entonces apareció la silueta de una joven. Era hermosa. De piel morena y pelo oscuro; largo y liso. Su cara delataba pena y angustia. "¡Haz lo que tienes que hacer!", le ordenó el hombre.

La mujer agarró a la otra por el brazo derecho y la arrastró, con una velocidad sobrehumana, por las escaleras hasta la ventana por la que había entrado. La sacó y la arrastró por la fachada exterior mientras los gritos desesperados se oían y expandían por el lugar.

Profería voces guturales mezcladas con lágrimas que iba derramando mientras la golpeaba contra la pared. La arrastró hasta la puerta. La tenía agarrada por la cintura y la golpeó partiéndole la espalda. Sus gritos de desesperación se hicieron más fuertes mientras una risa endemoniada salía del interior de la casa.

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