En medio de una multitud reunida

03/VII/2020

Entre toda aquella multitud reunida había un individuo que observaba con atención. Desde una esquina de la plaza miraba las dos hogueras con un gesto serio y sin mostrar ninguna sensación. De unos cuarenta años, llegó al pueblo desde algún lugar remoto y se asentó en una pequeña cabaña a las afueras del pueblo. Decían que era familiar de los antiguos habitantes de la casita. Trabajaba la tierra y cuidaba de las dos vacas, cuatro ovejas y la decena de gallinas que poseía.

Rara vez hablaba. Se dedicaba a sus asuntos y cuando se adentraba en el pueblo lo hacía para ir al mercado o a misa. Rara vez iba a la taberna del pueblo y en esas contadas ocasiones se sentaba en una esquina, se tomaba dos cervezas y volvía a su hogar. También solía acudir a las reuniones en las que se discernía algo sobre la comunidad, como resultaba ser en aquella ocasión, nunca hablaba, sólo escuchaba y si le pedían su opinión alegaba que él se dedicaba a vivir tranquilamente.

Estaba en aquella esquina, con sus viejas ropas y luciendo unas barbas grises que le llegaba a la mitad del torso. Contemplaba la reunión con atención y curiosidad. Estaba apoyado contra la pared y de vez en cuando encendía una vieja pipa que solía llevar en una vieja bandolera que le colgaba del hombro. Miraba a la Iglesia y las dos hogueras. De vez en cuando peinaba sus barbas con las manos y las pasaba por su cara. Estaba impasible.

Contaban que su niñez la pasó en un pueblo a más de 200 kilómetros del lugar. Los antiguos habitantes de su casa parecía ser unos primos lejanos a quienes en su más tierna infancia había visitado en un par de ocasiones con sus progenitores. Eso creían recordar los más ancianos del lugar. Pero como él no solía comentar casi nada, y mucho menos de su vida pasada antes de llegar allí, los vecinos del lugar no le preguntaban y le dejaban vivir tranquilo.

Llegó una semana después de que unos trabajadores comenzaran a arreglar la cabaña donde vivía. Lo hizo andando, ayudándose de un grueso bastón negro, ese que decían estaba colgado de forma horizontal sobre la puerta. Dos días después, cuando un comerciante trajo los animales que poseía, fue la primera vez que se le vio por el pueblo. Fue al Ayuntamiento a terminar de arreglar los papeles y formalidades que había comenzado desde lejos, sirviéndose de distintos mensajeros que habían pasado desapercibidos a los ojos de los lugareños.

Cuando acabó en el Ayuntamiento fue a la posada con el Alcalde. Se sentaron en una mesa apartada y conversaron durante dos horas mientras comían. Esa fue la ocasión en la que más tiempo se le pudo observar hablando. Las causas y temas de la charla quedaron entre ellos dos. Después se supo que era primo lejano de los antiguos propietarios de la cabaña, un matrimonio que habían perdido a su único hijo por una enfermedad en su niñez.

La gente tenía mucho aprecio a la pareja, no sólo por esa circunstancia, sino porque, a pesar de ser tan poco habladores como él, eran atentos y siempre dispuestos a ayudar a la comunidad. Le dejaron la casa en herencia y tras fallecer la mujer tres años después que el marido, el hombre decidió trasladarse allí tras dos años de espera. Eso era lo poco que sabían sobre él y había dejado que supieran. Siempre atento y educado, vivía su día a día sin inmiscuirse en la de los demás.

tenor.com



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