SPAULDING Y EL MAQUILLAJE
Ese maquillaje
adornando el disfraz
de la inquina sutil
no se puede quitar.
Tal es su pesaje
que siempre ha de lastrar
la maquinaria útil
hacia la apariencia.
Lo que debajo se esconde
no guarda algún contenido
más allá de la apreciación
entre lo que está visible.
En él quedan resguardados
sentimientos estériles
con los que las imágenes
ofrecen un envoltorio.
Así lo comprendió
Spaulding cuando comprobó
la trampa que suponían los lujos
entre la decadencia de la ostentación.
Su más que enfermiza y maniática obsesión
no izaba al punto de comparación
desde la base del mundo
que había a su alrededor.
Y es que aquel tan miserable museo
no era más que el frágil
reflejo de las avaricias
entre la naturaleza de lo decadente.
La sociedad en el que el producto
con el máximo fluir
es el río de las sentidas
en cotización en el Mercado de Valores.
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