La falta de sentimiento de “Bihar: Elegir el mañana”

El cortometraje dispone de una excelente puesta en escena que no consigue reflejar el espíritu de ideas que en él se muestran


Tal vez sea un poco brusco comentarlo de esta forma, pero el cortometraje “Bihar: Elegir el mañana” se queda en agua de borrajas. La realizadora Claudia Barral firma un trabajo muy bien cuidado, con una bella iluminación y una excelente puesta en escena. La ambientación, cargada con unos magníficos tonos grises, va en concordancia con la atmósfera de la historia distópica del guión creado por Marina del Olmo. Pero a pesar de las buenas intenciones se queda en saco roto a la hora de poder expresar todo el contenido que se puede leer entre líneas.

El pasado jueves, 30 de septiembre, fue el día elegido con la intención de presentarlo. Servía de complemento a la escultura del mexicano Rubén Orozko, la cual causó un enorme revuelo. De hecho, ver la cabeza de una niña sobre las aguas de la ría de Bilbao puede llegar a ser bastante impactante. Poco a poco se fue sabiendo que estaba inmersa dentro de uno de los proyectos de la Fundación BBK que busca concienciar sobre un futuro sostenible usando la imagen de la infante representando la volatilidad de su futuro dependiendo de las decisiones de los actuales adultos.

La trama comienza en 2030, diez años después de que fuera declarada la pandemia ocasionada por el coronavirus. Esa es la fecha en la que nació la protagonista principal, Bihar, quien a sus diez años está encarnada por Gabriella Patilla, la niña que le sirvió de inspiración al propio Orozko a la hora de dar forma a la escultura. El mundo está en quiebra. No ha podido superar las consecuencias económicas que lastra desde aquel entonces. Además, el cambio climático, aunque haya respetado en cierta medida a la capital bizkaína, está marchitando todo el planeta.

La historia se nos presenta claramente dividida en dos partes. La primera de ellas sucede cuando un sistema de marcado tinte totalitarista comienza a imponerse con todos sus matices. La población vive inmersa en un mundo lleno de datos que explican de forma constante la precariedad de la crisis del agua. El cambio climático ha hecho que la presencia de los refugiados climáticos sea ya demasiado familiar en los medios de comunicación. La educación está completamente dirigida. A los 10 años se les asigna su futuro laboral a los jóvenes y de este destino ya no pueden escapar. 

Este factor, el cual es una clara crítica al uso de la educación como método de control hacia los jóvenes mediante el adoctrinamiento, se mezcla con las medidas creadas para que la producción en un mundo globalizado sea constante. Con tal de disminuir el paro dividen las horas de trabajo para que dos personas las compartan. Por supuesto, cada uno de ellos cobrará la mitad y la edad de jubilación se extiende hasta los 78 años. Al mismo tiempo, la destrucción de los negocios familiares, los de los barrios, está en plena ebullición.

Esta primera parte da pie a prepararnos hacia la siguiente mitad del largometraje. En él, cuando Bihar ya es mayor de edad y está encarnada por la gipuzkoana Noemï Cupido, el régimen de control está ya completamente implantado a pesar de las continuas acciones de protestas que llevan a cabo muchos jóvenes. La joven es portavoz de un grupo de manifestantes que lucha por su futuro ante el despropósito y despotismo de los gobernantes. Justo en el momento de la vida en que las circunstancias le harán elegir entre sus principios o tener un hijo.

Aunque ella no lo sepa, tiene ante sí la misma disyuntiva que pudo haber tenido su madre con ella. Las mismas discusiones de esta última con su abuela (quienes están caracterizadas por Agurtzane Zubizarreta y Carmen García, respectivamente) se producirán ahora entre ella y su madre. Esta, que a pesar de no expresárselo tiene fe y confianza en Bihar, verá la manera en que le echa en cara que su generación fuera conformista y que estaban en esa situación por esa misma actitud. Lo que ignorará serán las dudas de su hija ante la imposibilidad de poder mantener al que sería su futuro vástago.

Esa futura esperanza en unos tiempos mejores sirve para mostrarnos la dictadura de la privatización de los servicios médicos. La imposibilidad de acudir a ellos empuja a la gente a los servicios clandestinos, donde, entre otras cosas, se da la posibilidad de alterar la genética del niño y así poder evitar que su futuro sea lastrado por algún mal congénito, tal y como le pasó en su momento a la propia Bihar. Todo ello, tal y como hemos comentado antes, ante el peligro que podría acarrear, tanto en la integridad física del paciente como en la posibilidad de ser arrestado.

Se trata, por lo tanto, de un cortometraje que tiene las ideas claras a la hora de qué se quiere expresar. Pero, a pesar de la esplendida labor de realización que muestran los cerca de 17 minutos que dura el trabajo, su sentimiento no queda reflejado. No se respira esa sensación de angustia que debería de manar al apoyarse en todas esas posibilidades técnicas que ha disfrutado su plasmación. No emana sentimiento, no hay ese calvario que están viviendo. Se sabe que son controlados pero no hay claustrofobia. Y es una pena, porque todo ese apoyo técnico debería dar pie a ello. 




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