El día en que Freddy decidió tomarse la revancha

La segunda parte de la franquicia nos muestra el lado más tóxico, psicótico y maquiavélico del personaje

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Comentar una parte en concreto de una franquicia cinematográfica puede ser un acto bastante peligroso. Esto se debe a que pueden darse varias circunstancias en su creación. La primera es que, si nos ponemos en el caso de una trilogía, estén ya escritas de antemano. Por lo que proyección y traslado a la pantalla depende del éxito de la primera parte y corren el riesgo de no concretarse. La segunda es que la mitología que en ellas se encuentra se vaya creando después del estreno de la primera y lo antes mencionado vaya tejiéndose en cada una de ellas.

En el caso de “Pesadilla en Elm Street” (1984), Wes Craven se desatendió por completo de lo que fue su continuación. Estrenada al año siguiente, “La venganza de Freddy” supuso un antes y un después en una saga que está compuesta de 6 películas, ya que finalizó en 1991 con “La muerte de Freddy”. Y decimos que es un punto de inflexión porque la obra dirigida por Jack Sholder es más oscura que su predecesora y dispone del Freddy más turbio y enfermizo de todas ellas. A partir de ahí se convertiría en una caricatura de sí mismo al ser reorientado al público adolescente.

Nótese que no hemos incluido “La nueva pesadilla de Wes Craven” de 1994. Esto es así porque el experimento que realizó el fallecido director no incluye al propio personaje de Kruger en ella. Es más, podría decirse que hasta le sirvió de calentamiento a la hora de plasmar “Scream” en 1996. Tampoco el insulso, pero entretenido, disparate que fue “Freddy vs Jason” de 2003. El caso del remake de 2010 fue un valeroso intento de hacer explícito lo que en la original se veía de manera implícita, además de abonar las raíces de una nueva mitología en ese universo.

Mediante algunas fallas en la consistencia de la trama, “La venganza de Freddy” nos relata la historia de Jeese, un joven que se ha mudado recientemente al 1428 de la Calle Elm, en Sprinwood (Ohio). Mientras su vida adolescente camina por unos derroteros que se podrían definir de normales, comienza a sufrir horribles pesadillas. En ellas un siniestro hombre con quemaduras en todo su cuerpo se le aparece. Atemorizándolo primero, después tratará dominarlo con la intención de que ejecute sus planes, quitando del medio si es necesario a los que se interpongan en ellos.

A pesar de que fue criticada negativamente por los especialistas y los seguidores de la primera parte en el momento de su estreno, su éxito empujó a que diera comienzo la franquicia oficial. Y lo más curioso de todo esto es que hay gente que no la considera “canon” a pesar de que hay varios elementos que en las posteriores entregas usarían. Estos podrían ser los microsueños, que aparecen ya en la primera (algo que no se explica hasta el remake), el poder que ejerce sobre los sonámbulos, la posesión y su capacidad de salir al mundo exterior sin injerencias externas. Estos factores cobran gran importancia en “Los guerreros del sueño”, la tercera entrega ofrecida en 1987.

Un guión con buenas ideas

En el fondo, el problema no sería el guión escrito por David Chaskin. Este tiene buenas ideas que están muy trabajadas. El inconveniente habría sido la celeridad con la que New Line Cinema se aventuró a construir esta parte. Este, como ya hemos comentado anteriormente, es más oscuro y tétrico que el de la primera. Además, la personalidad embaucadora y manipuladoramente psicopática de Kruger alcanza su punto álgido. El matiz del asunto radicaría en esa premura, ya que con dos años de diferencia, es una simple teoría, se hubiera podido cimentar mejor las ideas en el rodaje y esto habría hecho que su montaje final no pecara por momentos de simplicidad y falta de tensión.

Sholder, bajo su labor de director, consigue crear una historia tensa, con sorprendentes y agradables giros en la trama, además de hacer una excelsa labor a la hora de mostrar lo claustrofóbica que puede llegar a ser la situación vivida por Jesse. Además, se apoya en unos magníficos efectos especiales que el equipo encargado de ellos supieron llevar a cabo con gran maestría. La falta de tiempo pudo haber sido el causante de varias escenas carentes de sentimiento y que podrían haber hecho del largometraje un trabajo verdaderamente memorable dentro del género del slasher.

Una de las mayores críticas que recibió en su momento fue que el protagonista fuera un hombre. Mark Patton fue el encargado de dar vida a Jesse, el joven al que Freddy usa con tal de llevar a cabo sus planes. El mismo Patton ha llegado ha comentar en más de una ocasión, si quieren lo pueden comprobar en el documental de 2010 “Never Sleep Again: The Elm Street Legacy”, que se convirtió en la “primera Drag Queen del Grito”. Aunque en realidad no es el héroe de la película. Siguiendo la tradición del género, ese arquetipo corresponde a una mujer. Y ello recae en Lisa, el papel que encarna la actriz Kim Myers.

Y aquí viene uno de los puntos álgidos del guión. Muchas visiones que se han dado sobre él le dan un sesgo homoerótico. En mi opinión no tiene nada de ello, aunque una las escenas principales de comienzo en un bar de ambiente. Desde mi punto de vista es la personalidad manipuladora lo que crea esas concepciones. En su ansia por dominarlo completamente, igual que lo pudiera hacer una pareja tóxica, Kruger va danzando sobre Jesse con la pretensión de que haga todo lo que él desea, por eso mismo asesina al entrenador Schneider (Marsshall Bell) y a Ron, el amigo de Jesse al que da vida Robert Rusler.

Que con el paso de los años se hayan amoldado a esas lecturas puede tratarse de una campaña de marketing con tal de aprovechar el tirón como película convertida en icono gay. De hecho, en el mismo documental admiten que en un principio no encontraron semejante analogía. Lo que se puede observar es la forma en que Fred va quitando del medio con aquellos que se interponen en su camino. El entrenador es asesinado por ser un elemento de autoridad que se interfiere entre él y Jesse mediante la disciplina, ya que es sorprendido en un bar en mitad de la noche. Rod muere por ser una de las piedras angulares, junto a Lisa, de su vida. Después de hacer lo posible por separarle en un primer momento de esta, lo despachará por ser la segunda persona más cercana de su círculo.

Jesse sólo podía ser para él

“O eres mío o no eres de nadie”, parece querer decir Kruger. Incluso, algo que viene siendo habitual en todas las películas de la saga, el nerviosismo y tensión que genera en Jesse da pie a que las relaciones con sus padres (Hope Walsh y Clu Gulager) sean cada vez más tirantes. Su maquiavélica mente no es que sólo sepa aprovechar los miedos de los jóvenes, también lo es con las debilidades y dificultades que podrían tener en su día a día con tal de sacarle provecho. Todo con el propósito de que sea su instrumento en el mundo exterior, su herramienta. Es lo que en el film notamos como la posesión. Esto, que fue otro de los centros de las malas críticas, es el reflejo de su aumento de poder hasta conseguir salir al mundo exterior a través de Jesse, cuando ya lo tiene dominado del todo.

Ese poder, esa capacidad de salir al mundo exterior a través de Jesse (y que tan bien fue usada en la siguiente película aprovechando su propio esqueleto), a pesar de ser tan fuertemente criticada, se muestra en el film como una de sus debilidades. Lo es así porque se indica que lo va perfeccionado poco a poco. También sus puntos débiles. Primero “entrena” mediante los pájaros domésticos que tienen la familia Wlash. Uno de ellos, cuando están durmiendo, mata al otro y parece sufrir una autodeflagración en medio de un ataque de histeria. Al mismo tiempo que va dominando a Jesse observamos las debilidades del poder. Estas no son otras que los lazos afectivos. Estos impiden que asesine a Christie, su hermana pequeña, y que finalmente Lisa logre liberarlo.

Y qué decir de Robert Englund. Su conocimiento del papel es tan palpable que se muestra más verosímil que en la primera película. El humor negro y retorcido es todavía más visceral. En especial en esa caótica escena de la fiesta de la piscina, donde toda su maldad, su odio y despropósito hacen que su presencia logre olvidar lo que le rodea. La manera en que se presenta a Lisa o al propio Jesse es la perfecta combinación de la maldad más manipuladora y pervertida que se puede encontrar en toda la saga. Sin remordimientos, con la venganza por lo que le hicieron siempre presente y sin ningún atisbo de arrepentimiento por los crímenes que cometió. Y disfrutando de manera orgásmica con cada uno de los nuevos. A todo ello se le suma una caracterización en el maquillaje que la única pega que presenta son ojos. Además de la acertada decisión de que no porte guantes, sino que las cuchillas salgan de su piel para recordar que el cuerpo es el de Jesse, no el de él.

En definitiva, se trata de un largometraje que si se hubiera dejado reposar otro año más hubiera tenido un mejor resultado en escena. Su tensión, quitando algunas escenas que no están logradas, es particularmente claustrofóbica, aunque no llega al nivel de la primera a pesar de ser mucho más oscura que esta. Una de los mejores giros de guión que tiene es el descubrimiento de un diario en el que se muestran los pensamientos de Nancy, la protagonista de la primera entrega. Los efectos especiales encajan a la perfección con el apartado técnico del sonido, el cual en algunos momentos estando en un fondo oscuro y sin movimiento pueden generar auténtico pánico. Asimismo, a pesar de ser tan criticada, las siguientes entregas de la saga cogen partes de ella incluso cuando el tono humorístico toma la batuta desplazando a un lado el componente psicológico de las dos primeras partes. Mientras tanto, la banda sonora acompañaba bien a la película, pero no es profunda.




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