La ducha que comenzó a limar el orgullo



No podía apartar la mirada de la pantalla del ordenador. A través de ella lo veía entrenando. Siempre llegando al límite. Siempre hasta desfallecer. Después, arrancaba la rutina que estaba repitiéndose desde hacía un año. Los cuidados con tal de recuperarse empezaban. Pasaba una semana en la cama. Hasta que, después de mucho insistir, Yajirobe le traía unas Habichuelas Mágicas. Entonces, y habiéndolas tomado, sanaba por completo. Y su cuerpo... este adquiría una tonalidad más robusta. Mucho más resistente.

Lo observaba ejercitarse hasta la extenuación. ¿Qué buscaba con ello? ¿Tanto ansiaba superar a Goku? ¿Tan grande era su orgullo? Y su corazón... cada vez que la veía agachaba la cabeza. Cuando le entregaba algo que se le había caído ese inclinar era aún mayor. ¿Qué escondía en su interior? ¿Por qué lloraba después de todas las veces que pasaban uno al lado del otro? Vivían en la misma casa. Era su invitado. Le había abierto sus puertas. ¿Acaso no lo notaba? ¿No lo veía? No, no era su cuerpo sudado. Era lo que su mirada irradiaba cuando lo tenía enfrente...

¡Maldición! ¿Por qué marchó a planetas lejanos queriendo buscar a Kakaroto? ¿Por qué después de discutir? ¿Qué quería decir aquello? Sobre todo la inocencia con la que trataba a Yamcha. Era como si le estuviese pidiendo perdón. Como si se disculpara por todo lo que había hecho. Por el hecho de que su corazón estuviera ocupado con la presencia de ella. Y el primero no guardaba nada en el de él. Tantas veces había ido detrás de la primera falda que aparecía delante suyo... el deporte... la fama.. eso era lo único que guardaba. O unas piernas que no estuvieran cerradas...

Siguió observándole. Terminó su rutina. Y se apoyó en la pared. En esta colocaba la cabeza. Y daba finos golpes contra ella mientras trataba de controlar su descomunal fuerza. Esa que era insuficiente si quería derrotar a Goku. El orgullo lo consumía. Él era el Príncipe de los Saiyajins. ¿Cómo podía ser que un mequetrefe lo superara? ¿Por qué una simple humana le estaba robando el corazón? Él no debía sentir esas cosas. No. Eso no podía estar sucediendo. No estaba destinado a ello. La inmortalidad y la grandeza le estaban escritas. Lloró. 

Las lágrimas de Bulma también surcaron su rostro. ¿Acaso no la veía? Lo estaba esperando día tras día. Estaba cansada de toda la superficialidad de Yamcha. Y el corazón de Vegeta guardaba tanto calor... sabía que la fidelidad estaba tatuada en él. ¿Tanto le costaba quitarse el velo y darse cuenta de que lo que rumiaba era tal y como pensaba? ¿Tanta impotencia sentía? ¿Qué era lo que había vivido hasta entonces?

Llamaron a la puerta. Rápidamente, cambió la página que aparecía en el ordenador y pasó a la que estaban los algoritmos de su último proyecto. Era su madre. Le traía un chocolate. Y pastas. "Anda, descansa", le dijo. "Respira y tómate esto; lo que tenga que pasar sucederá cuando llegue el momento". Tras dejarlo sobre la mesa, la besó en la frente. Abandonó el despacho sin decir nada más. ¿Cómo era posible que lo supiera si no había comentado nada? ¿Sería aquello un ejemplo del instinto maternal?

Apretó los puños. Lo hizo con tanta fuerza que sus propias uñas le lastimaron la piel. Un poco de sangre llegó a manar por la presión. Trató de relajarse. Y agarró uno de los cigarrillos del paquete que había sobre la mesa. Con el mechero habido encima lo encendió. Aspiró profundamente mientras analizaba sus movimientos. Lo vio abandonar la Sala de Gravedad para dirigirse al baño. Lo imaginó quitándose la ropa y abriendo la puerta que daba acceso a la ducha. No lo pudo resistir. Era ahora o nunca.

Salió y comenzó a cruzar los pasillos de la Corporación Cápsula hasta llegar donde estaba Vegeta. Dudó. ¿Debía entrar o no? ¿Era correcto lo que tenía en mente? ¿Era egoísmo? Sus sentimientos, aunque contradictorios, eran verdaderos. ¿Pensaría el Saiyajin que lo que iba a suceder era por interés? ¿Por detenerle ante la amenaza que podría suponer? Pero su corazón le decía que no sería así. Que él estaba esperando, impotente, por el mismo motivo. Que por ello no había hecho nada hasta entonces.

Contó hasta diez. Siguió el consejo que tantas veces su padre le había dado cuando era niña pretendiendo que calmara su tremendos ataques de ira. Y suavemente abrió la puerta. Esa pequeña estancia estaba llena del vaho que producía el agua caliente de la ducha. Bajo ella estaba él. Y ella fue desvistiéndose hasta quedar completamente desnuda. Nada más sujetar la manija, frenó. Suspiró. Después, la accionó. Sin decir nada, entró.

Él estaba sorprendido, pero no lo había cogido por sorpresa. Esa maldita costumbre que tenían de sentir el "ki" le previno de su llegada. Y ella, nada más estar dentro, lo primero que hizo fue alcanzar su pene erecto. Empezó a pasar las uñas por su glande. Pero la detuvo mientras le acariciaba el rostro y la besaba con fuerza. Bulma agarró la mano de él y la llevó a su vagina. "Dame calor", le dijo. Y él obedeció. Entonces, Bulma dio la vuelta y colocó la espalda contra su torso. Lo abrazó y le dirigió hacia la pared mientras sentía su miembro rozando su intimidad. "¿A qué esperas?". Fue rápido, casi instantáneo. Pero continuó hasta que los dos volvieron a llegar al orgasmo.




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