El baile en la oscuridad del parque



Le hablaba cuando la noche abrigaba. Al momento en que la luz de las farolas iluminaba su piel de porcelana. Y lo hacían leyéndose los labios. Él le contaba cómo serían sus vidas desde el momento en que estuvieran juntos. Ella, con unas sonrisa de oreja a oreja, le describía la gente que durante la jornada pasó por la tienda.

Se conocían hacía seis meses atrás. Desde entonces, él pasaba por al lado del escaparate cuando iba a trabajar. Al volver también. Y cuando el ocaso estaba acercándose regresaba. Ese instante era el único en que tenía libertad con tal de poder expresarse. En el que podía ser ella misma. Y a él, eso lo fascinaba. Nunca antes hubo conocido un corazón tan puro y reluciente de esperanza.

Pero tenía miedo. Le daba pánico no saber qué hacer si querían llevar un camino normal. Ignoraba por completo qué debía realizar con tal de que tuviera papeles. Qué trámites seguir para que fuera una persona en regla. Y ella le decía que estuviera tranquilo. Que ya encontrarían el modo. Que lo mejor sería disfrutar de los momentos en que estuvieran solos acompañándose mutuamente.

Entonces tomó una decisión. La ayudaría a escapar. Marcharían donde fuera agarrados de la mano. Cogió una mochila y en ella guardó una gran piedra. Sus dimensiones eran suficientes para quebrar el cristal. Y su peso el justo que le permitiera lanzarla. Sólo tenía que esperar a que llegara la noche. No le dijo nada. Pero nada más verle aparecer supo que algo tramaba.

"Muévete a un lado", le dijo. Pero ella quedó inmóvil. Su rostro dibujaba su característica sonrisa, pero en sus ojos había pena. "¿Por qué? ¿A qué se debe esa tristeza?". Guardó silencio. Finalmente, le dio su respuesta. "Haz lo que tengas que hacer". Un ataque de felicidad recorrió su cuerpo. Sí, por fin podría sentir su piel. Oler su perfume. Aplacar el frío con su calor. No lo dudo ni por un instante. Arrojó la roca y el escaparate se hizo añicos. Ignoró la alarma que acababa de saltar. La abrazó por la cintura y la ayudó a salir.

Aunque le sorprendió la dureza de su cuerpo, fue cantando durante todo el camino. Ella estuvo en silencio. Las lágrimas surcaban su rostro. La besó en la mejilla. Y aunque le extrañó la frialdad de esta, sintió que su alma estaba siendo bendecida. La llevó a un parque. Allí, bajo la luz de la Luna y las estrellas, bailaron hasta caer al suelo por el cansancio. "¿Dónde quieres ir? ¿Qué es lo primero que quieres ver?".

Ella volvió a estar en silencio. Al final, y con el mismo introspectivo semblante que había mantenido hasta entonces, habló. "Ya vienen. Ya están aquí". Sorprendido, quiso saber de qué estaba hablando. A quién estaba refiriéndose. "Pronto lo sabrás, aunque algo en tu interior te dice que lo sabes de sobra". Nada más decir esto, cuatro personas los rodearon y tiraron al suelo. Desde ahí, mientras le esposaban estando tendido sobre el césped, vio que su cuerpo se partía. Acabó dividido en seis partes.

Comenzó a llorar. Y lo hizo igual que cuando era niño. Sólo que ahora era una persona adulta que tendría que tener la suficiente madurez con la que afrontar lo sucedido. Pero no podía. Le era imposible frenar. Se sentía tan impotente... Percibió un vacío inmenso en su estómago. Y le pareció sentir que el corazón le sangraba mientras era atravesado por multitud de espinas. Estas tenían que portar algún veneno que lo quemaba por dentro. Y este fue extendiéndose por cada centímetro de su anatomía.

Finalmente, se quedó dormido en el asiento de atrás del vehículo en el que lo llevaban. ¿A dónde? No lo sabía. No tenía ni idea. Pero escuchó la voz de ella pidiendo auxilio. Esta provenía del maletero. ¿Qué habían hecho? ¿Acaso no tenían sentimientos? ¿No la oían? Estaba gritando completamente desesperada. Lo llamaba. Lo reclamaba. ¿Qué estaban haciendo? ¿Acaso no podía ir a su lado? Él había roto el escaparate. Él había sido el causante. Ella no tenía nada que ver. ¿Es que no entendían la situación? Volvió a quedarse dormido en medio de toda la rabia que sentía.

Cuando despertó, cuatro paredes acolchadas lo rodeaban. Llevaba una camisa de fuerza con una cadena que le ataba a una de ellas. Estaba tirado sobre el suelo. Y en frente de él estaba ella. Sonreía. Parecía feliz. Toda el daño que sufrió había desaparecido. Volvía a ser pura. Angelical. Llena de esperanza. "Por fin vamos a poder estar juntos", le susurró. "Sí, ¿pero por qué no me das un abrazo?". Al escuchar esto, lloró de alegría. "Hacía tanto que estaba deseando que llegara este momento".

Entonces, su piel fue adquiriendo una tonalidad rosácea hasta volverse en un exquisito bronceado. El yeso caía al suelo como si estuviera mudando lo que no necesitaba. Una melena oscura y rizada emergió a la par que sus ojos marrones brillaban con una vitalidad que hasta entonces no había percibido. Los labios tornáronse todavía más carnosos por el rojo del carmín. Extendió el brazo y lo colocó sobre su hombro. "Tranquilo, esto te ayudará a descansar". Le puso una inyección. Y casi sin darse cuenta fue otra vez quedándose dormido.

***


* Nota: el otro día, creo que el viernes, estaba escuchando la radio. La emisora no viene a cuento. Pero en ella pusieron una canción. No la presté atención, pero sí a lo que el locutor comentaba sobre ella. Hablaba sobre un tema de Serrat; y este era "De cartón piedra"...










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