El puente y la barrera formada por espíritus



A unos 200 metros de distancia pudo ver la entrada que daba paso al puente. Y este, tras atravesarlo, daba la bienvenida al diminuto pueblo. Justo en medio, y a pesar de ser una noche profunda en la que lloviznaba, notó una figura masculina. Parecía indicarle que se acercara. Por lo tanto, detuvo el coche, bajó y fue hacía él con un paso tranquilo. Sabía lo que aquello suponía. Tendría que esperar un poco.

Cuando estuvo a su vera lo reconoció. Era Armando, el viejo profesor de la zona. Había fallecido hacía 25 años. Sabía que alguien le aguardaría en aquel lugar. Pero no pensaba que fuera a ser él. Aunque, tras analizarlo un poco, tampoco debería haberle extrañado. En vida fue una de las personas más respetadas del lugar, por lo que eso habría de conservarse en el otro ámbito.

El fantasma fijó su vista en ella y la sonrió. Era su forma de decirle que su llegada era celebrada. "Tu abuela está a punto de dejar esta existencia, pero antes debes saber ciertas cosas. Hay un gran vacío en lo que conoces". Al decir esto no hubo movimiento en su rostro. Lo hizo telepáticamente. O por lo menos ella le daba ese nombre.

Entonces, Sarah notó que una gran cantidad de ellos estaban custodiando la entrada de la aldea. Y que a lo lejos una figura solitaria les observaba. "Es Marcelo. En su juventud fue novio de tu abuela. Pero murió. Está aguardando por ella. Busca estar con ella. Lo ansía. Los demás tratamos de impedirlo", comentó.

- ¿Por qué?

- Sólo te diré que es a pesar de que haciéndolo mantendremos la maldición que nos afecta.

- ¿De qué estás hablando?

- Eso te lo tiene que contar tu abuela. Marina lleva demasiado tiempo guardando su pena.

Sarah meditó. Fue sumergiéndose en sus recuerdos. Y en ellos siempre estuvieron presentes los espíritus. Según le contaron, era un don familiar. Conocía a muchas de las gentes fallecidas del pueblo. Pero nunca oyó hablar de Marcelo. "Es normal; tu abuela así lo quiso". De nuevo, se dirigía a ella de forma mental.

La joven suspiró. No estaba segura de haber interiorizado lo que iba a suceder. Ni siquiera sabiendo que podría estar en contacto con ella después de que partiera. La incertidumbre la dominaba. Pero todavía no se había hecho a la idea de tener que soportar el duelo. El dolor. Aún así, le indicó que oiría todo lo que tuviera que escuchar. "Vamos", susurró. Comenzaron a atravesar el puente. Al hacerlo, los demás fantasmas ocuparon el lugar que había a su espalda. Marcelo estaba inmóvil. Sólo observaba.

***


El olor a canela de la habitación le retrajo a su infancia. A cuando solía corretear alrededor de la cama mientras jugaban a pillar. Y en ella estaba tumbada su abuela. Irradiaba tranquilidad y felicidad, pero denotaba cansancio. A pesar de no tener ojeras, en sus ojos había desaparecido su característico brillo. "Anda, hija, siéntate a mi lado. No tengas miedo", dijo con una sonrisa natural y florida.

- Armando me ha dicho que tienes muchas cosas que contarme. Que no te queda mucho tiempo. Y eso lo puedo saber con mirarte. Sé que pasarás al otro lado en armonía.

- ¿Eso dice? Siempre ha hablado más de la cuenta. Pero sí, hay ciertos asuntos que debes conocer.

- ¿Tan grave es la cosa?

- No, no creas. Pero antes... ¿por qué no me das un abrazo? ¿Tan fría te ha vuelto la vida en la ciudad? Mira que no te educamos así...

Sarah se puso colorada por la vergüenza. Inmediatamente, fue hacia ella y la estrujó con sus brazos. Tal vez fuera la última vez que sintiera su calor. "No, por lo que calculo todavía podremos repetir este gesto más de una vez... tengo tiempo de sobra hasta que... bueno, hasta que me vaya", le reveló Marina.

- Sí, ojalá así sea...

- Así será... pero vamos al grano. ¿Por dónde quieres que empiece? ¿Qué quieres saber?

La joven trató de aclarar sus ideas. Tenía 32 años y había pasado toda su infancia allí. Al cumplir los 18 marchó a la universidad. Estudió Psicología a pesar de lo raro, e incompatible, que parecía con sus dones. Regresó a los 25. Y a los 30 volvió a partir. Fue cuando abrió su propio gabinete. Llevaba 2 años sin ir, aunque una vez por semana hablaba por teléfono con ella.

- No sé... por Marcelo, quizás.

Marina volvió a sonreír. Incluso rió. "Me lo esperaba; anda, dame un cigarrillo que los que guardo en la mesita". Lo dijo señalando el mueble. La joven accedió a su petición, aunque a regañadientes. "Sabes que no es bueno en tu estado". De nuevo, la anciana sonrió. "Tengo 82 años, no me digas lo que tengo que hacer". Aquello cogió a Sarah por sorpresa. Pero le acercó el tabaco y le ofreció fuego. "No, tranquila. No lo voy a encender. Sólo quiero tener las manos ocupadas mientras hablo". Sarah abrió los ojos de par en par. "Eres incorregible, ni en estos momentos puedes estar sin hacer de las tuyas".

- Suele pasar. Si no fuera así no sería yo.

- Tal vez tengas razón.

La mujer se llevó el cigarro a la boca y lo aspiró. "No es lo mismo, pero no tengo ganas de que el ambiente de la habitación sea irrespirable".

- Si eso te tranquiliza...

- Anda, enciende un poco más de incienso.

Cogió una piedra que también tenía guardada en la mesita. Al ponerla en una chapita que servía de cenicero, la prendió. Poco a poco, su aroma fue inundando la estancia. "¿Empezamos?", le preguntó.

- Sí, vamos allá.

***


"Nos conocimos cuando teníamos 18 años. Marcelo era un joven apuesto y fuerte. Además, era la persona más alta que había conocido jamás. Pero no era de aquí. Vivía en una aldea que está a 20 kilómetros. No la conoces, pero habrás oído hablar de ella. Ni tu abuelo ni yo te llevamos a ella. Si lo hubiéramos hecho... la maldición de la que te ha hablado Armando hubiera sido completada antes de lo previsto.

"Comenzamos a salir. Primero como conocidos. Luego nos hicimos amigos. Finalmente, y casi sin darme cuenta, me enamoré de él. Nos dimos el primer beso en un baile. Justo el mismo que sigue celebrándose los sábados por la noche. Tú has estado en él muchas veces. ¡Cómo te lo pasabas siendo una chiquilla! Pero de lo que no te dabas cuenta es que Marcelo te observaba desde lejos. Te vigilaba. Pero yo sí. Y tu madre también.

"Estuvimos saliendo medio año. El primer mes fue maravilloso. Era la persona más atenta y cariñosa que había conocido. Pero todo cambió a raíz de que... nos acostáramos. Me parecía tan cálido que no dudé en entregarme a él. Pero no sé qué se le pasaría por la cabeza. A partir de entonces comenzó a tratarme como si fuera de su propiedad.

"Primero empezó diciéndome cómo debía hablar. Y con quién. Luego pasó a menospreciar a todas mis amistades. A mi familia. Sólo existía él. Nadie más podía haber en su mundo. Como imaginarás, me rebelé. Y esto ocasionaba unas discusiones tremendas. Cuando terminaban, desaparecía durante dos días. Al volver, parecía un manso cachorrito. Me pedía perdón. Juraba que aquello no volvería a pasar. Y yo le creía. Le perdonaba. Todavía no comprendo cómo fue que accedí a vivir juntos. 

"Entonces, cada vez que esto sucedía arrancaba una nueva temporada idílica. Pero fueron durando menos en el tiempo. Y sus reacciones eran más explosivas. Me sentía culpable. No sabía cómo debía de comportarme con él. Cómo debía cumplir con todas sus expectativas. Poco a poco, y sin saber cómo, el mundo que antes tenía desapareció por completo. No había nadie más que él. Mi autoestima despareció. Acabé sintiéndome un cero a la izquierda. No sabía qué era lo que hacía mal. Tenía la sensación de que estaba defraudando a una persona que no lo merecía. Que yo tenía la culpa de todo. Me fui haciendo cada vez más pequeñita. Tanto que acabé pensado que yo era un ser miserable.

"Pero llegó el día en el que todo explotó. Tuvo su mayor, y último, ataque de ira. Fue el más grande que vi. Ni siquiera sé el porqué de que sucediera. De repente, cuando estábamos cenando, empezó a gritar. A empujar los muebles. A golpear las paredes con sus puños. Se daba cabezazos. Me agarró de los hombros diciéndome de todo. Yo sólo podía agachar la cabeza. Lloraba. Le daba la razón en todo. Yo tenía la culpa. La próxima vez lo haría mejor. Pero aquello hizo que se enfureciera más. Me empujó con tal fuerza que fui a parar al sofá. Y mientras se dirigía hacia mí con una cara completamente desfigurada por el odio tropezó con la alfombra. Perdió el equilibrio y se dio un golpe en la frente contra la esquina de la chimenea. Esto lo dejó inconsciente. Nunca vi tanta sangre. No sabía que el cuerpo de una persona pudiera contener tanta.

"Grité. Grité pidiendo auxilio mientras se desangraba. Y esta iba llenado todo el piso de la sala. Poco tardaron los vecinos en acercarse. Aunque me pareció una eternidad. Fueron hacia su cuerpo. Estaba blanco. Llamaron a una ambulancia, pero cuando los médicos llegaron no pudieron hacer nada por él. Estaba muerto. Me desmayé. Al despertar estaba en el hospital. Lo primero que dijeron fue que lo sentían. Que había perdido el niño que esperaba. Ni siquiera sabía que estaba embarazada. Aquello hizo que me hundiera aún más. ¿Cómo era posible que la vida me quitara la semilla de Marcelo? ¿Qué derecho tenía? ¿Qué motivos?

"La gente del pueblo me arropó. En especial Armando y tu abuelo. Pero por mucho que insistían en que las cosas no fueron tal y como yo las veía no les hacía caso. Me culpaba de lo sucedido. Yo era la responsable. Así fue que pasó una semana. Así fue que llegó el día del funeral de Marcelo.

"Pusieron su cadáver en una pira. Y esta sobre las aguas del río. Debía cruzar sus aguas hasta llegar al mar. Una vez sucedido esto, los espíritus que le siguieran descansarían en paz. O podrían reencarnarse. Todo dependiendo de lo que eligieran. Pero no sucedió así. La madera chocó contra uno de los arcos del puente. Y su cuerpo se hundió. Entonces le vi. A lo lejos. Vi a Marcelo. Y lo entendí. Comprendí todo. Hasta que yo no falleciera nadie del pueblo encontraría la tranquilidad en el otro ámbito. Esto sólo sucedería cuando falleciese. Desde entonces, hace que todos los cadáveres sigan su misma suerte. Y todos los espíritus que has visto están en medio. También los de tus padres y tu abuelo".

***


La mujer tomó aire. Parecía tratar de averiguar por dónde seguir. "Por favor, no me interrumpas. No digas nada". Agarró el vaso con agua que tenía sobre la mesa de noche y bebió un poco. Hizo lo mismo con el mechero que en ella había y prendió fuego al cigarrillo. Aspiró su contenido. "Lo sé, pero no digas nada, anda". Dio otro trago y lo apagó. "Bien, continuemos".

***


"Fue pasando el tiempo. Y cuatro años después me casé con tu abuelo. Nos enamoramos. Ni siquiera sé cómo superé el miedo, toda la impotencia, toda la culpabilidad que todavía sentía. Incluso sabiendo que yo no era la responsable. Pero tu abuelo era tan especial... Podía mover montañas sin proponérselo. Y sanar los corazones que estuvieran más heridos.

"Y así fue que nació tu madre. La naturaleza no pudo darnos más hijos. Esto es también fruto de la maldición. Marcelo siempre estaba presente. A lo lejos observaba. Y su ira iba aumentando a medida que pasaban los años. Más aún cuando se formó la barrera de espíritus que lo frenaban. Sí, sufrían el mal que él había creado. Pero no iban a dejar que fuera con él. Fue pasando el tiempo, tu madre crecía. El muro era cada vez más grande. Y mientras, el malestar por no saber cómo contrarrestar la maldición... también.

"Por fortuna, o gracia del destino, llegó el día en que tu madre se casara. Tu padre era una persona maravillosa... me recordaba tanto a tu abuelo. Entonces fue que naciste. Eras, y eres, una niña encantadora. Recibiste el nombre de tu abuela. De mi madre. Y ella también ha estado siempre aquí cuidándote. Protegiéndote de Marcelo. Marchó poco antes de que vinieras al mundo. No sé... tal vez fue una especie de sacrificio por su parte... nunca me lo ha dicho.

"Pero llegó la fecha fatídica. El día en que tus padres tuvieron el accidente de coche cuando tenías dos años. Se me presentaron antes de que recibiera la noticia de lo que había pasado. Por fortuna, te dejaron en casa con nosotros. No hubieras sobrevivido. Aunque lo más sorprendente es que lo hicieron en compañía. Con ellos venía el propio hijo de Marcelo. Mi hijo. Aquel que perdí. Su nombre es Sebastián. Y siempre ha estado cuidándote, aunque no lo hayas visto nunca. Es la presencia que a veces intuyes cuando estás triste. Es el que trata de levantarte. De darte ánimo como si fuera tu Ángel de la Guarda. Y de hecho lo es.

"Con ellos trajeron la forma de anular la maldición. Y era tan simple como romper con las tradiciones que nos abrazan. El dar pie a que no sean tan herméticas y cerradas. Sólo... sólo he de ser enterrada bajo tierra. Que mi cuerpo sirva de sustento a la naturaleza que nos rodea. Que la vida siga formando un ciclo sin fin, pero con un punto de vista diferente. El sentir sería el mismo, pero sus caminos otros.

"Aunque hasta que llegue mi hora todo debía seguir sin alterarse. No debía cambiar nada. Y así fue que al fallecer tu abuelo su cuerpo acabó bajo las aguas del río sin poder llegar al mar. Todo por la maldición que forjó Marcelo. Y todos los espíritus que nos acompañan están tan cansados... No sienten rencor, pero sí compromiso. Pero están desgastados. Y dentro de poco llegará momento de poner punto final a todo".

***


Tras decir esto, la anciana volvió a coger aire. Estaba tratando de recuperar fuerzas. "¿Sabes lo que tienes que hacer?", le preguntó a Sarah.

- Sí. Lo que siempre me has dicho: observar. Dejaros hacer lo que tengáis que hacer en cuanto des el último aliento.

- Bien. Pero ahora tengo que ir a dormir. Estoy cansada. Creo que la tarea que tendremos que llevar a cabo va a ser muy dura.

- Lo sé...

Con mucha delicadeza, Sarah apagó la luz y salió de la habitación. Encendió el cigarro que le cogió a su abuela y observó la barrera formada por los espíritus. A lo lejos notó la figura de Marcelo. Parecía bailar.

Una lágrima surcó el rostro de la joven. Sabía lo que acababa de suceder. Pero justo entonces le agarraron de su mano derecha. Era su abuela. "Tranquila, no le dejarán que me lleve", le susurró. En su mano izquierda sintió lo mismo. "Encantado de conocerte, hermanita". Era Sebastián. Una afable y calurosa sonrisa dibujaba su rostro. "Mañana, a esta misma hora, completaremos lo que tenemos que hacer", expresó suavemente de forma telepática. Nada más decirlo, fue en dirección al muro. Al llegar, este pareció volverse más resistente. "Yo tengo que estar en este lado de la barrera. Tranquila", le dijo su abuela mientras la apretaba un poco más fuerte.

***


A la noche siguiente, un ataúd de madera estaba bajo el cerezo más grande del lugar. En él, el cuerpo de la anciana parecía impoluto, todavía con vida. "Las flores del árbol son la misma representación de la primavera. Del renacer de la vida. Y sus frutas la máxima expresión del latir del corazón de los seres vivos", le explicó.

Con paciencia y esmero, aunque con un insufrible dolor, cerró la tapa. Después, iría echando arena encima de él hasta cubrirlo del todo. Acto seguido, la hizo compacta a base de finos golpes que daba con la pala. En cuanto terminó, dirigió su atención hacia Marcelo.

Estaba encolerizado. Trataba de ir en busca de Marina, pero el muro lo detenía una y otra vez. Sería ahí que vería a uno de los espíritus avanzando hacia él. Era Sebastián. Frenó al llegar a su lado. Marcelo se quedó inmóvil. Su hijo lo abrazo. "Este es el único gesto fraternal que obtendrás, y es demasiado teniendo en cuenta tus acciones. Ahora, vete".

El fantasma de aquel alto joven fue desapareciendo poco a poco. Parecía llorar. Y pedir perdón. "No, esta vez no funcionará. Vete", le ordenó Sebastián. Empezaron a escucharse gritos encolerizados que maldecían a todos aquellos que estaban en el lugar. "No, no tienes poder aquí. Que tu última acción sirva de testigo ante los que te van a juzgar. Vete".

Y desapareció. Una fina brisa inundó aquella zona del bosque. Transportaba flores y una agradable fragancia a canela. La barrera también comenzó a desvanecerse. Pero las gentes que la conformaban sonreían. Y cantaban. "Nos vamos, pero siempre estaremos ahí", dijo Marina mientras le tiraba un beso a Sarah. Esta volvió a llorar. Pero sus lágrimas eran de alegría. De esperanza. De amor.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA TOTALIDAD DE LOS PÁRRAFOS

Helena escribía su nombre con "h"

EL PORQUE SÍ... Y EL "POR TAMBIÉN"...