Retales de un diario pandémico (y ocasional)
14/I/2021
Querido diario;
creo que la jornada de hoy la recordaré por siempre. No sé si será por lo sucedido, ya que es algo que nos atañe a todos, o debido a la sensación que acabo de tener. En todo caso... sí, estoy convencido de que esta fecha será una jornada que, posiblemente, rememoraré hasta el final de mis días.
Pero lo mejor será ir, tal y como dijo Jack el Destripador, por partes. Hacerlo, por el momento, de manera cronológica. Y dándose el caso, y si fuera conveniente, saltarse ese orden e introducir elementos en la historia.
Esta jornada ha amanecido sin precipitaciones. Los cielos estaban encapotados, pero no llovía. Hacía una temperatura agradable. No era comparable a las que hemos padecido estos días a consecuencia de la borrasca Filomena. Por cierto, no sea que lo olvide: era la sexta de ellas que podría causar problemas durante esta temporada en la que son habituales.
Por ello, por lo que he leído por ahí, tiene nombre. Parece ser que lo eligen partiendo de la letra del alfabeto que le corresponde alternando entre nombres masculinos y femeninos. A esta borrasca le tocaba de los segundos. Y todo sugiere que el Grupo Suroeste Europeo, el cual está formado por la AEMET o Agencia Estatal de Meteorología, el francés MetéoFrance y el IPMA (el Instituto Portugués del Mar y la Atmósfera), eligieron las denominaciones antes de que empezara esta época, allá por octubre.
A medida que avanzaban las horas una fina lluvia comenzó a hacer acto de presencia. Esto lo he comprobado ya en Bilbao. También un poco en el municipio del cual partimos. Y es aquí donde ha de comenzar el quid de todo este asunto.
Cerca de las 14:30 descubrimos que no podríamos salir de nuestra villa a partir de las 00:00 de mañana viernes. Entramos en los pueblos en zona roja; es decir, junto a Zornotza, Bermeo, Lekeitio, Markina, Mundaka, Muskiz, Sondika y Zamudio seremos 9 las localidades de Bizkaia que tendremos vetada la salida a no ser que esté justificado.
82.000 personas seremos las afectadas. Tenemos una tasa superior de 500 contagiados por coronavirus por cada 100.000 habitantes. Esto puede durar hasta el lunes. Se cierran bares, restaurantes, no podrá hacerse deporte en grupos y el de ámbito escolar será suspendido. Es asi que en estas circunstancias, y por motivos que no vienen a cuento, el arranque de un acto temerario e imprudente dio comenzó.
Me planté en la parada de autobuses con el propósito de ir a la capital bizkaína en el autobús que salía 10 minutos antes de las 18:00. Loco, temerario, imprudente, descerebrado,... todos esos adjetivos me venían a la cabeza mientras me iba autoconvenciendo de ello.
¿Quién me mandaría tomar la decisión de ir allí con la que estaba a punto de caer a escasas seis horas? Bueno, el mal ya estaba hecho. De una cosa sí me di cuenta. Algo sobre lo que no me había percatado las últimas veces que había cogido un autobús: podíamos entrar a través de la puerta delantera, la que da a la cabina del conductor, en vez de hacerlo por la de atrás.
Ello lo aprecié mientras íbamos saliendo del municipio y ya comenzábamos a subir las laderas de Autzagane, el puerto que está antes de llegar a Zornotza. Creo que fue la calefacción del vehículo la que hizo darme cuenta de ello.
Ya en la capital comencé el deambular por sus calles hasta llegar al punto que tenía prefijado. Una vez terminado lo que allí me había llevado, decidí darme una vuelta mientras el reconcome invadía mi interior. Iba con la mascarilla correspondiente. Disfruté del paseo dado a la par que escuchaba mi respiración y exhalaba el aire bajo ella.
El sirimiri típico de Bilbao parecía presidir sus esquinas. Era fino y persistente, pero duró poco. Lo suficiente para mojarnos mientras el ruido de mis pisadas era producido al chocar contra el suelo mojado. La ría parecía tranquila, sosegada, desinteresada por lo que ocurría en la villa que atraviesa.
La gente que por sus calles transitaba parecía ir tranquila, sin prisas. Calmada después de las fiestas que hemos dejado atrás y que nos han dejado tantos contagiados en forma de regalo. Pero imagino que éramos conscientes de que esto mismo podría suceder. Ahora toca paciencia y esperar a ver qué pasa.
El viaje de vuelta, esta vez en tren, fue llevadero. Pero duro. Aquí comienza el segundo motivo por el cual este día no lo olvidaré. En mitad del calor que había en el interior de los vagones unas acuciantes y urgentes ganas de mear hicieron súbitamente acto de presencia. Tal vez fueron las 7 cervezas y los cuatro chupitos de tequila que tomé. Pero ahí estaba esa necesidad.
A duras penas logré alcanzar la parada correspondiente y llegar a casa mientras lo hacía con paso rápido. Sólo tenía una cosa en mente. Llegar y mear. Casi me dejé la mochila en el vagón por las prisas. Creo que salí corriendo.
Al momento de pasar la tarjeta de viaje llegó el primer inconveniente. No lograba atinar a pasarla correctamente. Cuatro fueron los intentos que llevé a cabo antes de abrirse las barreras. Y estas las golpeé con fuerza por la impaciencia. No dejé que lo hicieran correctamente. El lado izquierdo de mi cadera me lo recordará durante varios días por el enorme moratón que ya está haciendo acto de presencia.
Mi caminar empezó en ese momento a ser cada vez más rápido mientras iba zigzagueando a consecuencia del alcohol que corría por mis venas. La vista iba nublándoseme poco a poco a la vez que oía los renqueantes e inconsistentes pasos que marcaba.
Pocas personas había en ese momento por la calle, pero los que por ellas rondaban tuvieron que quedarse espantados al ver a un individuo en tan lamentable estado a esas horas. Sobre todo cuando quedaba tan poco tiempo para que se pusiera en marcha el toque de queda.
Cualquiera podría imaginar que me lo hubiera saltado después de estar alternando y ahora corría con la intención de evitar la sanción correspondiente. Un dolor punzante iba formándose en mi vejiga. Era insufrible. Por unos instantes se me pasó por la cabeza mear en cualquier esquina, pero sabía que el portal estaba cerca.
Hice de tripas corazón. Y volví a incrementar el ritmo mientras sacaba las llaves de la bandolera y las guardaba en las manos. Lo hice introduciendo el dedo índice de mi mano derecha en la anilla del llavero para poder sacarlas más rápido cuando llegara.
Una vez allí comencé a buscarlas por todos los sitios imaginables. En la bandolera, los bolsillos del pantalón, de la chaqueta,... Vacié todos los rincones habidos en mi ropa. Pero no las encontraba. Mientras me rascaba la cabeza y el nerviosismo empezaba a apoderarse de mi mediante la presencia de un frío sudor (no sé si lo provocaba el pánico por no encontrarlas o la posibilidad de mearme encima), noté su metálico e impersonal tacto en mi frente.
Vaya, así que las había tenido todo el rato en mis manos. No lo pensé mucho. Traté de abrir la puerta introduciendo la llave en la cerradura a la par que daba saltitos con la intención de calmar la vejiga. No conseguía atinar. Cuatro o cinco veces lo intenté hasta poder abrirla.
Lo hice con tanta fuerza que al tirar de ella me di un golpe en la cabeza. El chichón que delata lo sucedido está rodeado de una marca roja que arde y duele. Subí las primeras escaleras a saltos, pero me tropecé y caí de bruces soltando las llaves. La luz estaba apagada. Por suerte los interruptores tienen una lucecita roja...
Reanudé la ascensión a las escaleras agarrándome en la barandilla maldiciendo. El ascensor estaba estropeado y tenía que subir ¡cinco! pisos andando en tan lamentable estado. Conseguí llegar apoyándome en la pared mientras iba quedándome sin fuelle. Cuando estaba frente a la puerta intenté apuntar bien.
Tras varios intentos pude entrar. El dolor aumentaba por momentos. Los saltitos que di fueron más pronunciados que los del portal. Por fortuna, el baño está cerca de la entrada. Sólo hay que ir recto y tirar un poco a la izquierda. Abrí la puerta del baño y bajé la tapa del váter. Tenía que desabrocharme los botones del pantalón mientras encogía mi cuerpo con la pretensión de no orinarme. Por fin pude sacar mi miembro y comenzar la tarea.
El orín salió con fuerza. Era amarillo y pestilente. Entonces me di cuenta de que no había meado en todo el tiempo que estuve por el Botxo. La orina energía con fuerza. Parecía que aquello no iba a parar nunca. El ruido de esta al impactar con el agua del retrete era atronador. Las blancas burbujas parecían ser cada vez más consistentes a la par que el aroma se hacía cada vez más insufrible.
Cuando dio la impresión de que todo aquello iba a acabar, dio comienzo una nueva oleada. Esta vez no tenía más fuerza que la anterior, pero parecía salir de forma más fluida y suave mientras alguna flatulencia se escapaba al relajarse los diferentes esfínteres. Una vez acabado bajé la tapa y tiré la cadena.
Me lavé las manos y la cara mientras todavía sentía el frío sudor y seguía doliéndome la vejiga. Fue calmándose poco a poco. Fui a la habitación y me senté delante del ordenador. Lo encendí. Estaba todavía borracho. No entiendo cómo he podido haber escrito todo esto en semejante estado. Creo que me tomaré una cerveza más e iré a dormir después de echar una «meadita».

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