El Edén tras la pantalla



Era un pueblo particular. Nadie salía de sus casas. Todos trabajan en ellas. Cada miembro de las familias disponía de su reducto particular y jamás lo abandonaba. Así era desde que nacían. Hasta el momento de fallecer. Incluso las relaciones eran llevadas a cabo a través de las diferentes plataformas de Redes Sociales.

Pero, además de esto, había otra particularidad. Y no era el hecho de relacionarse de esa manera, sino la circunstancia de que debían hacerlo con perfiles falsos. Daba igual la aplicación de la que tiraran. O si lo hacían mediante varias. Estos no podían mostrar su auténtica persona. Y tenían que cambiarlas cada día. A cada jornada tenían que ser nuevas y sin poder repetirse.

Por fortuna, o eso pensaba nuestro protagonista, una serie de algoritmos les facilitaban la tarea. Más que nada por el dolor de cabeza que podía llegar a ocasionarle el estar un día sí y otro también teniendo que buscar un «alter ego». O varios. "Benditos sean estos vericuetos que me hacen más fácil la vida", solía decirse cuando, por lo que fuera, era incapaz de crear uno nuevo.

Aunque debía andarse con ojo. Cada dos por tres aparecían solicitudes en pos de mantener alguna conversación bajo una apariencia verdadera. En sí, estos eran virus que, tras aceptarlos, se introducían en el sistema que los guardaba del mundo exterior. Y últimamente estaban siendo más habituales que de costumbre.

Pero la curiosidad le invadía. Y esta iba creciendo a medida que le llegaban más y más. Siempre provenían de la misma persona. O por lo menos eso parecía. Bajo el nombre de Brigitte iban acompañadas del siguiente título: "Abre los ojos; hay todo un mundo ahí fuera y de tí depende salir al exterior o quedarte en un mundo de ilusiones".

Al principio, las primeras veces que le llegaron, solía reírse. Inmediatamente los borraba y los destruía por completo. Era una acción muy sencilla. Y mecánica. Estaban tan acostumbrados a ello que resultaba un gesto automático. Instintivo. Sólo tenía que borrarlo y, después, eliminar el archivo. Así de fácil. Aunque pasado un tiempo algo comenzó a moverse en su interior.

No sabía si era curiosidad. O un acto de consciente imprudencia que iba creciendo más y más. Por lo que hubo un día que, tras realizar la primera acción, volvió a mandar el archivo a su lugar de origen. En concreto, a la bandeja de entrada de su correo. Dudaba. Y sudaba. No tenía claro qué era lo que le pasaba. Pero algo le decía que tenía que abrirlo. Descubrir qué era lo que quería decir el enunciado.

Fue así que le pudo la impaciencia. Y lo abrió. De repente, la imagen de una mesa de trabajo apareció frente a él. Y una mujer sonriente le saludaba efusivamente. Era morena y de pelo rizado. Y con ojos marrones. Unos labios rojos y carnosos presidían su rostro. Vio cómo pasaba sus finas manos sobre él a la par que suspiraba. "Vaya, ya era hora, ahora únicamente te falta elegir la vida que quieres".

- No voy a decirte nada de lo que hay fuera - prosiguió -. Pero dentro de poco podrás abrir la puerta y sentir por primera vez la luz del sol. Algo extraordinario verás. Pero si te es grato, o no, dependerá de tus impresiones. No me corresponde indicarte lo que tienes que hacer. La semilla está germinando. Y que llegue a buen puerto es algo dual. Pase lo que pase, los resultados de ello serán los esperados.

Al acabar de decir aquello, la conexión finalizó y la pantalla del ordenador se oscureció. Escuchó un ruido que provenía de la puerta de la estancia. Fue un «clic». Como si un pestillo hubiera cedido. Aunque dudó, se levantó de la silla y fue hacia ella. La incertidumbre se apoderó de él. ¿Debía abrirla o no? Armándose de un valor que ni siquiera sospechaba que pudiera tener, optó por la primera alternativa.

De repente, un soplo de aire acarició su rostro. E iba acompañado de una fragancia que nunca antes había sentido. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luminosidad, observó lo que era un jardín. Miles de frondosos árboles crecían mientras custodiaban un terreno lleno de flores. Los animales correteaban por él. Grandes y pequeños. Y una multitud de seres humanos le saludaban indicándole que fuera a unirse a ellos.

Sin saber por qué, cerró la puerta de golpe creando una barrera entre ese mundo y el suyo. No quería saber nada. Era demasiado hermoso. Demasiado perfecto. Y no estaba dispuesto a perder la comodidad en la que vivía. No estaba dispuesto a adentrarse en lo nuevo. A descubrir qué sucedía en su interior. Sus quehaceres diarios eran más que suficientes. No quería complicaciones.

Entonces, escuchó un pitido proveniente del ordenador. Era un mensaje que acababa de llegar. Fue hacia él. El emisor; Brigitte. "Ábrelo", mentaba su título. Aunque estuvo tentado de no hacerlo, lo hizo. De nuevo, aquella mujer apareció. "Has superado la prueba, no esperábamos otra cosa de tí. Desde ahora, dispones de la condición de ciudadano de pleno derecho. Has reconocido el valor de este mundo. De sus maravillas. No has caído en la tentación de lo nuevo, de lo ajeno. Ya puedes considerarte un ser humano".

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