El comienzo de un largo trayecto



Concentró todo su poder. La pequeña isla comenzó a temblar. Las aguas del océano enrabietaron y unos frondosos nubarrones oscuros coparon el firmamento. Una tormenta eléctrica rugía mientras un rayó descendía desde el cielo. Fue a parar encima suyo. Integró toda la electricidad en su cuerpo y la canalizó en el dedo indicé de su mano derecha. La extendió. Soltó toda aquella energía formando un surco que cruzó las aguas indicando el nivel de sus fuerzas.

Tras esto, se sentó sobre la arena de la playa. Estaba exhausto. Sudaba. Le costaba respirar. Pero sus últimos entrenamientos habían dado sus frutos. Podía sentirse orgulloso. No había ningún enemigo que hiciera peligrar el planeta. Y a los pocos que podían retarle los tenía controlados. Lo hacía percibiendo su "ki". Estos eran Tao Pai Pai y su hermano, el maestro Tsuru. Y quizás, con el paso del tiempo, los dos alumnos que tenían bajo su cobijo. Aunque le quedaba la duda sobre qué harían si surgiera una amenaza...

Contempló la cúpula diurna. Recordó a sus dos últimos aprendices. Ox-Satán vivía en la Montaña del Fuego. No podía creer que dominara con tanta crueldad aquel lugar. Trató de ayudarlo cuando falleció su mujer, pero su corazón fue oscureciéndose por la rabia. Ni siquiera su hija Chichi lograba que frenara en su despótica actitud. Pero todavía podía redimirse. Algún milagro sucedería y la pureza de su corazón volvería a emerger. Estaba convencido de ello.

Por su parte, no percibía la energía de Son Gohan desde hacía varios años. Estaba convencido de que había fallecido. Pobre hombre, estaba tan feliz desde que había adoptado a aquel extraño niño que encontró en las tierras de Paozu... Y cuando fue allí a este no pudo localizarlo. Fue después de presentir que algo extraño sucedía que fuera en su busca. Pero no lo encontró por ningún lado. Aunque sí sintió una fuerza portentosa. Si era el chaval, sus caminos se encontrarían cuando fuera conveniente.

Suspiró. Trató de calmar su mente. Las aguas del mar acariciaban la costa de su pequeño islote con absoluta tranquilidad. El firmamento de nuevo adquirió su clara tonalidad. Decidió entrar a casa y descansar. Ponerse algún programa de clases de aerobic. Necesitaba que su cabeza estuviera distraída. Hacía poco estuvo en contacto con Karin, su antiguo maestro. Este le pidió que mantuviera la calma. Algo crucial estaba en ciernes. Sólo tenía que tener un poco de paciencia.

¿Pero qué podía ser? ¿Algún peligro? No sentía nada de ello. Ni siquiera su hermana Uranai Baba supo decirle de qué se trataba. Y él, en aquel instante, observó a los luchadores que en la morada de ella residían. Sí. Eran poderosos. Superaban los límites humanos. Pero ninguno de ellos era una amenaza. Al único al que podía temerle era Akkuman. Y ello por su capacidad de canalizar la maldad en terceros. Pero la hechicera lo mantenía a raya.

Encendió el televisor en el canal que ponían su programa favorito. Pero este había sido interrumpido por un noticiero de ultima hora. En él informaban sobre las últimas fechorías del Ejército del Lazo Rojo. Y de la forma en que estaban siendo contrarrestadas su acciones. El General Blue apareció en pantalla. Vaya, así que aquel malnacido integraba sus filas. Pero tampoco era un rival a pesar de su capacidad telequinésica. Además, la tropas del Rey de las Naciones podría acabar con ellos. Aunque habría que darles tiempo. Y lo mejor era que él no se inmiscuyera en esas cosas.

Encendió un cigarrillo mientras escuchaba lo acontecido. También abrió una lata de cerveza. Dio un trago. Tras volver a aspirar el humo algo le puso en alerta. Alguien estaba acercándose. ¿Quién podría ser? Con serenidad analizó la situación. Venía nadando. Y su energía, aunque escasa, le era sobradamente familiar. Respiró aliviado. Con dificultad por el peso de la concha enorme de tortuga que portaba sobre sus espaldas, se levantó. Fue a la puerta que daba la entrada a la vivienda y la abrió. A lo lejos distinguió la figura. Sí. Era Umigame. ¿Dónde habría estado? Hacía tanto tiempo que no sabía de ella...

El profundo conocimiento que ambos tenían el uno del otro estaba basado en la compenetración. Sólo unos pocas palabras eran necesarias con tal de comprenderse. A veces, ninguna. La vio ir acercándose lentamente. Y él fue hacia la orilla. "Me tenías preocupado", le dijo nada más llegar.

- Tuve algún problemilla por culpa de una tormenta.

- Lo sé...

- Tengo que presentarte a alguien.

- ¿A quiénes?

- A un chico y una chica. Ellos me han ayudado. Súbete a mi caparazón y te llevaré donde ellos.

- Estoy un poco cansado, pero adelante. No me vendrá mal que de me un poco el aire.

Nada más colocarse encima, esta comenzó a nadar en un absoluto silencio. No pronunciaron palabra en todo el viaje. Roshi disfrutaba de él. Observaba las aves, los peces. Las formas de las olas al moverse. Y recordó a Mutaito. Echaba de menos sus consejos. Tal vez hubiera podido decirle qué era lo que estaba a punto de acontecer. O por lo menos darle una pista. Pero siempre fue muy reservado a pesar de su afable carácter. Y su explicación hubiera sido misteriosa. Solía tener que descubrir su significado por sí mismo. Y esta situación le hacia trasladarse a aquellos días de juventud. Una sonrisa apareció en su rostro.

Cuando estaban a punto de alcanzar la costa sintió algo. Era una fuerza tremenda. Y esta escondía unas posibilidades escalofriantes. Pero bajo ella había mucho más. Estaba escondida. Era como si le dijera: "mira, este es mi poder, y estoy convencido de que alcanzaré unos niveles que nadie antes ha obtenido". Pero lo que más le sorprendió fue que esa energía era pura. No reflejaba rastro alguno de maldad. Y, al mismo tiempo, irradiaba inocencia e ingenuidad. Además, le era conocida. La había sentido en los lejanos paisajes de Paozu. ¿Qué estaba haciendo ahí?

Observó las siluetas de aquellos que Umigame le había mencionado. Pero sólo tenía ojos para aquel que emanaba semejante energía. Al ir acercándose, notó que tenía cola. Sí, ese debía ser el crío que Son Gohan adoptó. Muchas preguntas comenzaron a rondarle por la cabeza. A la par que la nostalgia afloró empujándole a revelar todo lo que sabía. Aquello que les unía. Pero algo le dijo que tendría que esperar. Que todavía no era el momento. Aún tenía que recorrer un largo camino si pretendía que fuera su mentor.

Bajó de la tortuga. Los jóvenes lo miraron perplejos. Sus corazones no podían creer lo que presenciaban. Lo que tenían delante.

- Hola, soy Muten Roshi. Umigame me ha dicho que la habéis ayudado. ¿Qué tal estáis?

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