UNA TRISTE HISTORIA
Estuvo un día sin escribir
(sin plasmar, reflejar, redactar,...
elijan el término que deseen...)
y su mundo se le echó encima;
incluidas las finas paredes
de su oscilante cuarto
y las calles que solía transitar.
Al principio sintió
algo parecido al síndrome de abstinencia.
Tal vez ese ejercicio fuera una droga.
Pero a medida que fue pasando el tiempo
se fue acostumbrando a la comodidad
de nada cuestionarse
y a la liberación de no dejar salir
sus sentimientos más arraigados,
los escondidos también.
El motivo, el porqué de ello
fue el cansancio: de escuchar
que todo aquello era inútil,
que nada lograría con ello
y que únicamente se hacía daño
así mismo ante tanta exposición
que lo alejaba de la gente normal;
de aquello que se llamaba vulgo.
Y se fue volviendo un ser frío
carente de autoestima,
de cualquier empatía hacia sí
o al que se le llama prójimo.
Se transformó en alguien taciturno
al que no afloraban sentimientos
en las desgracias ni por las alegrías
que suele deparar este mundo.
Se volvió un ser vivo
que parecido a una planta moverse solía.
Y tal vez se asemejase a las sombras:
por los meses dependiendo de los cuerpos
con los que van adquiriendo sus formas,
que les hacen moverse
pues asimilaron que no dan más de sí
al estar dentro de un laberinto
que de él mismo se esconde.
Y así dejaría de escribir,
y no se lo volvería a plantear.
Ni cuando más lo necesitase.
Borraría ese acto de su memoria,
del fino tacto de sus pieles.
Lo sacó de su corazón,
y de lo más profundo de su alma.
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