Alicia toma el té

10/IX/2020

Podría ser que fuera una tarde de lo más normal. O puede, tal vez, que se tratara de una excepcional. El Sol asomaba a lo lejos mientras el atardecer se mezclaba con una mañana en la que las hojas perennes de los árboles creaban un manto marrón de otoño en el momento en que las gráciles flores primaverales asomaban cuando la nieve estaba presente bajo el caluroso ambiente de verano. 

Dentro de toda esa cotidianidad estaba por primera vez Alicia esperando al Sombrerero, quien estaba en la alejada estancia de al lado fabricando un abanico con el cual combatir el frío en aquel momento en el que las fuertes tormentas les regalaban un apacible momento.

Era, por lo tanto, la primera vez en la que lo esperaba. El reloj de bolsillo que le había regalado el Conejo resultaba ser un "pasado-presente" donde el tiempo daba vueltas en una línea recta que no indicaba las letras y números de las horas. También las no correspondientes fechas de un pequeño calendario de un tamaño inmenso.

Miraba el reloj saboreando el té que no se tomaba a la hora de este en ese instante en el que el desayuno merodeaba en los momentos de la cena y el aperitivo de media mañana. 

Miraba por la ventana cuadrada de forma redonda la manera en la que el abanico se construía partiendo de unos planos que ocupaban toda la estancia y cabían en el pequeño bolsillo de la chaqueta del más cuerdo entre los locos que sabían que su insanidad mental era más cuerda que la de los considerados cuerdos.

Observó atentamente su creación sabiéndose observado por los dos ojos de Alicia cuando esta no le miraba y contemplaba el horizonte. 

Salió por la puerta del lugar y traspasó otra, y otra, y otra, y así hasta llegar a la salida exterior que le adentraba en el mundo que no estaba dentro. Le mostró el abanico. Alicia lo abrió cuando ya lo estaba y sintió el frescor que venía emanando mucho antes de que recibiera ese "pasado-presente".

La dulce fragancia de fresco viento le hizo cerrar los ojos mientras le acariciaba el rostro y su inconfundible melena rubia ondeaba en dirección contraria al viento. 

Entonces despertó y se vio debajo del árbol más grande del jardín de la casa de su hermana con el inconfundible ruido de los juegos de los tres hijos de esta. Corrían mientras una enorme sonrisa les contemplaba a todos. 

Era el Gato de Cheshire, quien antes de desaparecer y volver a su mundo le preguntó si el calor del Sol era tan agradable como parecía en ese mundo mientras las alas de una mariposa pintaban el verde prado.


bbc.com


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