IRRADIAR...

La luz que irradiamos

es tan personal, 

tan intrínsecamente nuestra,

que resulta verdaderamente 


majestuoso el hecho

de que florezcan,

que manen luz al encenderlas

como si de velas se tratasen.


Les sirve de abono 

lo que sienten,

lo que viven...

mientras se consume la cera

que a modo de combustible


va formando el fuego

en la cumbre

de ese monte...

la cima que es iluminada

por los trocitos de lo latente.


Lo que late, lo que se respira,

es el oxígeno que permite

que la pequeña llama baile despacio 

o lo forme rugiendo, excitada

por el compás de los vientos que leen

las finísimas marcas que van surgiendo.


Y también está presente una dualidad,

pues no existe algo completamente blanco

o que la oscuridad le bañe del todo.

O quizás sí, que exista una única cara.


Aunque en el fondo, podría ser la situación

lo que, realmente, empuje a la hora de tomar

una actitud, una manera en el actuar

que, incluso, podría ser casi un equilibrio.

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