El día en que la Luna bajó a la Tierra

03/VII/2019

tenor.com

Hubo un día en el que la Luna bajó a la Tierra... Igual estaba cansada de mirarla desde allí arriba, podría ser. Pero eso no lo cuentan las leyendas. O por lo menos no lo hacen ahora. Tal vez sí lo hicieron en su momento, pero lo que ahora cuentan es que miró al cielo y, con el puño cerrado y llena de rabia, le gritó al Sol que bajara y dejara de observar con aquellos aires de grandeza.

Mientras el Sol parecía estar disfrutando de la grandeza y hermosura del sillón que le acurrucaba, ella, la Luna, observó el lugar en el que se encontraba. Era una playa. Una playa que iba de izquierda a derecha, o tal vez en dirección opuesta. Mientras las olas rompían suavemente, a cinco metros de distancia, tal vez diez, crecía y avanzaba un frondoso bosque que no parecía tener fin.

Miró todo aquello y no daba crédito. No entendía aquella visión. Era muchísimo más hermosa ahora, teniéndola delante, que al mirarla desde arriba. Miró al Sol y le reclamó que bajara de su pedestal ya que, por mucho que gobernara desde su atril, nunca tendría la ínfima noción de la belleza de aquel lugar.

Decidió dirigirse al interior del bosque, pero unas criaturas salieron a su paso y la frenaron. Tenían la misma forma física que había decidido tener para explorar aquellos lugares. Eran seres bípedos que andaban erguidos para poder detectar mejor a sus posibles depredadores y, de paso, dejar libres sus extremidades superiores para poder manejar herramientas. 

Esto les había llevado millones de años, pero a ella solo le había costado un momento, instante en el cual decidió abandonar su forma esférica originaria y adoptar la que tenía. Se sorprendió de todo aquello. Miró hacia arriba y le cuestionó al del Altar si era consciente de todo aquello. Él, simplemente, se limitó a encogerse de hombros en un gesto de indiferencia...

Aquellos seres hicieron un fuego para darle la bienvenida. No sabía lo que era, pero algo le decía que era un paso muy importante para ellos. Volvió a mirar hacia arriba. Él miraba a otro lado, completamente desinteresado de lo que pasaba. Con el fuego calentaron unos alimentos en recipientes muy sencillos que ayudaban a que no se alimentaran de lo crudo. Tenían cuchillos, lanzas, arcos, palas, hondas,... todo ello lo utilizaban para la agricultura y la caza. Se quedó boquiabierta.

Pero también las utilizaban para la guerra. Y así había sucedido desde hacía seis generaciones. Estaban enfrentados contra una comunidad asentada a cuatro kilómetros de distancia. ¿O tal vez era al revés? Solo sabían que competían por el territorio, aunque por norma general se intercambiaban comida y vestimentas, maderas, piedras, conocimientos,... pero cada cierto tiempo entraban en guerra por nimiedades.

Lo más curioso de todo es que compartían la misma lengua y cultura, se cazaban entre ellos y rezaban a los mismos Dioses. Esos mismos espíritus eran los del viento, la lluvia, el fuego, la tierra,... Sabían, además, que sus ancestros siempre les guiaban y que no les exigían nada. Pero, de vez en cuando, el Dios de la Guerra les exigía un sacrificio.

No sabían por qué lo hacía, pero tenían que sacrificar a alguno de ellos o enfrentarse a sus vecinos. Y lo hacían, lo hacían a su pesar. Realizaban esos actos porque el Sol y la Luna miraban hacia otro lado. La Luna se puso a llorar mientras se tapaba la cara para que no le vieran las lágrimas. Miró hacia el Sol. Él también estaba llorando.

"Hijo mío, ¿ves lo que ha pasado? Ellos me adoran como a la Madre y a tí como al Hijo. ¿No ves lo que ha pasado? ¿No ves que la indiferencia atrajo a un suplantador que solo quiere su propio gozo? Además no ven diferencias entre nosotros, ven a la Maestra y al Alumno, a la Madre y al Hijo. Solo quieren aprender, pero no diferencian de quién. Solo quieren prosperar y amar. Solo desean no tener miedo y no vivir bajo las directrices de Ese".

Y aquellas lágrimas dieron origen a un río donde la vida crece verde, frondosa y fuerte a su alrededor.

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