LA CICATRIZ DE LA ESCENA
Una cicatriz se formó
en mi corazón. Es dura,
y palpable. Muy notoria.
Fruto de la pesadumbre
nació en una gris mañana.
¿Qué fue lo que mi alma observó?
Fue una tiernísima escena…
¡Pero qué odio en ella escondía!
Aun no consigo explicarme
lo que aquello reflejaba.
Fue algo tan natural…
Aquella mujer a su vástago
dándole de mamar.
Lo primero que imaginé
fue ese puritano matiz
en la conveniencia
que se da en la discusiones
sobre si dar o no
de mamar en la calle.
En aquella escena
parecía que no existiría el odio.
Las tiernas miradas,
en especial en la madre
que olvidaba la cicatriz
que dio la experiencia,
deberían estar ausentes
de lo negativo
hacia lo diferente.
Pero así no resultó ser.
Esa escena, que parecía
rezumar el acto
de amor más puro que se conozca,
se veía interrumpida
cuando por al lado
pasaba alguien diferente.
Ya fuera por clase,
etnia o la religión.
También por la “condición” al amar.
Y lo más curioso,
y tan triste a la vez,
es que la criatura
era ya mal llamada “mestizo”.
Tan triste resultó de ver…
Entonces… ¿Qué depararían
los días del futuro
al niño si así le alimentaban?
Toda la inocencia,
ese tierno amor
destruido lentamente,
¿le podrían devolver?
Y en caso de hacerlo…
¿Cuál debería ser el precio a pagar?
En ese proceso
hasta ser otra vez…
¿Cuánto se perderá
por miedo a lo llamado “distinto”?
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