APOCALIPSIS

 12/XI/2020


Siete años han pasado ya desde que se dio oficialmente por terminada la pandemia originada por el coronavirus. El mundo que conocíamos ha cambiado de tal forma que, si lo analizamos, no encontraremos nada que se parezca a lo que dejamos atrás. Desde entonces los estados han ido desapareciendo hasta convertirse en nada. Hoy en día el poder lo ostentan las corporaciones y empresas que antaño dirigían desde las sombras. Han salido de ellas imponiendo una nueva sociedad que divide el mundo en franjas dependiendo de las distintas materias primas que se puedan obtener de ellas. Ellas mandan y han creado un mundo en el que sus inquebrantables normas han convertido al ser humano en un mero instrumento con el cual perpetuarse en el poder de manera eterna.

Tres años fueron los que transcurrieron hasta que derrocaron a los distintos gobiernos. Estos se fueron debilitando despacio, de una manera casi imperceptible hasta que llegó un punto en el que no tenían ningún margen de maniobra. Antes de ello, cuando se dio por finalizada la pandemia, se encontraron con unas sociedades desgastadas y maltratadas por la falta de perspectivas económicas y de futuro que ocasionaron los hasta cuatro confinamientos generalizados que se dieron con la intención de combatir la enfermedad. Como medida de último recurso decidieron reciclar los sectores o transformarlos. La mayoría de la gente se vio obligada a trabajar en sitios para los cuales no estaban preparados o ni siquiera pensaron que lo iban a hacer.

Esto generó otra crisis económica, ya que la adaptación al nuevo sistema fue más lenta de lo que se esperaba, por lo que el sistema volvió a quebrar y las penurias y falta de expectativas aumentaron en sobremanera. Paulatinamente, y sin que el ciudadano se percatara de ello, los partidos políticos, sindicatos, organizaciones,... fueron desapareciendo hasta que llegó un momento que los gobiernos estatales empezaron a ser dirigidos por gente que integraba las grandes corporaciones. Junto a todo ello fueron desintegrándose los estados hasta llegar al punto de desaparecer, y, con ellos, todo el intrincado sistema que los componían.

No tardaron en marcar las limitaciones de las franjas que compondrían los nuevos territorios, todos formados dependiendo de las materias primas de las que dispusieran. La gente que vivía en su interior comenzaron a ser guiados por las normas que establecían las cinco grandes corporaciones que ya estaban en el poder y se ramificaban bajo su mando. Esas normas limitaron el lenguaje, prohibieron libros, además de los contactos sociales a no ser que se trataran por relaciones laborales. Se estableció una forma única de pensamiento y se eliminó todo aquello que pudiera hacer que el individuo comenzara a pensar por sí mismo.

Se borró la historia en un tiempo récord y se reescribió. Se instauró la acusación mutua como forma de ley en la sombra. El tener el oído puesto se recompensaba para después ser castigado con la desaparición. El miedo a ser delatado y condenado a muerte se hizo tan común que se olvidó la sensación misma de él. No existían torturas, simplemente se limpiaba el cerebro. Se quemaron todos los libros. Para ello se crearon Brigadas encargadas de seguir la pista de aquellos que siguieran intactos y hacerlos desaparecer. El olvido de su existencia fue rápido. Incluso se llegó a eliminar a una familia que usó uno pensando que se trataba de un abanico.

Todo en apenas siete años. No existen apenas libros, las telenovelas ocupan las televisiones y todas las plataformas de entretenimiento. La sonrisa generaliza se mezcla con las ojeras del constante nerviosismo que ya no se siente al estar tan arraigado dentro de la psique humana. Se reeducó para sonreír y evitar el dolor, dejar de lado las emociones y las pasiones. Los lapiceros se utilizan de utensilio con el que limpiarse el cerumen de los oídos. La escritura ha sido completamente olvidada a pasar de que se haya vuelto a escribir la historia. Es un mundo sin sentimientos, donde el gris del cielo creado por la contaminación es nombrado de azul debido a la imagen que se ha interiorizado sobre él.

No hay censura porque prácticamente ya ha desaparecido cualquier acto discrepante. No llegó a haber resistencia alguna, los pocos actos de este tipo fueron a título individual y rápidamente eliminados. Internet ha evolucionado. Ahora se llama superinternet. Está totalmente controlada y dirigida en sus escasas temáticas, pero infinitas todas ellas en su contenido, el cual siempre es el mismo. La Deep Web fue borrada y, junto a ella, se eliminó toda posibilidad de confrontación con el nuevo sistema establecido. Los pocos que osan usar lo que queda de ella o de la misma internet son rápidamente eliminados.

Por tanto, no hay informáticos ajenos al sistema. Solo hay una pequeña arista creada por el mismo sistema. El que la usa, cuando tiene la fortuna de encontrarlo tras percatarse de lo que ocurre a su alrededor, sabe que, en caso de utilizarlo, tiene los minutos contados. Permite plasmar los pensamientos y denunciarlo, pero no enviarlo. Así, pues, el que lo usa sabe que no llegará a nadie y a lo que atenerse. Puede acabar y mandarlo. Pero será interceptado y la persona acabada. También, dependiendo de lo que vaya a relatar, puede que se vea interrumpido en mitad del acto.

Y todo esto en un pequeño archivo que está al alcance de todos y que se ignora por completo. Pasa por alto. El que se fija en él lo olvida rápidamente. El que le presta atención recuerda todo; puede caer fulminado ante la revelación o comenzar a relatarlo todo, si se acuerda de la forma en que se hace. Entonces, si comienza, estará ansioso por acabar y mandarlo. Una pequeña recompensa por abrir los ojos. O tal vez seguirá relatando y relatando hasta el momento en el que le frenen y desaparezca.

Puede que desespere cada vez que mire el marco de la puerta sin puerta si está esperando ese momento en el que entren a por él. Vestirán de negro, de arriba a bajo. No mostrarán el rostro. Cuatro parejas de dos. Con porras de plástico y eléctricas. Alguno, con la primera porra, le golpeará en el estómago tras entrar en la estancia de forma silenciosa y sin hacer ruido. Al ser inmovilizado le golpearán en la espalda y la planta de los pies desnudos. Un cuarto golpe de la porra de plástico le partirá los dientes y la mandíbula. Finalmente, la eléctrica le dejará inconsciente. Será arrastrado a algún lugar y desaparecerá...

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