SI ESCUCHÁRAMOS EL ECO DE NUESTRAS NANAS
Si recordáramos
las nanas de cuando éramos bebés...
¿qué recordaríamos?
Quizás cada trance
al compás del fuelle
que sonaba dulce.
Si regresáramos
a las nanas de los tiempos de ser bebés...
¿Qué nos sentiríamos?
Quizás lo frágiles
que alcanzamos a ser
ante un mundo enorme.
Y a medida que iba agrandándose
ante nuestra necesidad de exploración
alcanzaríamos a sentirnos ínfimos
pese a no tener con nosotros la palabra exacta.
Todo ello en medio de juegos
con los que aprender a ponernos los calcetines
o el terror que las sombras producían.
Hasta el descubrir la nuestra propia,
aunque luego fuera parte del juego presente
al servirnos de estímulo.
¡Y qué decir de la primera vez
que nos reconocimos en el espejo!
La de veces que pensaríamos que era otro
el que delante de nosotros daba la brasa.
Quién no habrá pensado en cómo sería
el día si los recordara siendo adulto.
Quién no habrá pensado poder rescatarlos
sin tener que usar la tecnología.
Quién no habrá pensado en concretos días
sin que le presten los que son sus recuerdos.
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