¿Cómo fue que llegó allí?




Trataba de mantener la calma mientras la observaba aquella criatura arropada hasta la testa. Sentía escalofríos ante la curiosa mirada que la escudriñaba de arriba abajo. "No quiero ir a dormir, podemos jugar un rato", comentó la niña. Por su parte, no podía dejar de fijarse en aquel rizado peinado. Le recordaba al de las viejas muñecas de las que tanto había escuchado hablar a su madre. "No, tienes que ir a dormir, es hora de descansar", dijo. Y no sabía por qué. Quizás fuera algo natural, lo que suelen llamar "instinto maternal".

- Estás un poco nerviosa. ¿Por qué no vemos algo en la tele? Que sea de risa; eso te relajará y podrás dormir bien.

Esto que acababa de decir esa criatura la cogió por sorpresa. Nunca imaginó que alguien que parecía tener apenas unos cinco años pudiera razonar de semejante manera. "No, te lo vuelvo a decir; tienes que ir a descansar. Mañana va a ser un día largo y tienes que dormir". Fue lo único que logró soltar mientras escudriñaba a aquel ser metido en la cama.

¿Cómo era posible que hubiera llegado hasta allí? Después de salir de trabajar fue a tomar un café. Serían unos treinta minutos que aprovechó con tal de leer un libro que tenía aparcado desde hacía meses. Su lectura la reenganchó con la trama, y a punto estuvo de perder la noción del tiempo. Pero tenía que regresar a casa. Ultimar unos pequeños detalles de la tarea que debía realizar al día siguiente. Así que partió con paso tranquilo. El trayecto duraba casi una hora. Y le sirvió con tal de despejarse y aclarar las ideas.

Al llegar al portal introdujo las llaves en la cerradura adentrándose en él. Nada más hacerlo, el portero le dio la bienvenida comunicándole que habían dejado una nota hacia su persona. No esperaba nada semejante. "¿Quién la envía?", le preguntó. "No lo sé, la trajo un chaval diciendo que te la diera nada más llegaras", contestó mientras tendía la mano teniendo esta un sobre. "Ok, gracias por entregármelo. Que tengas un buen día", le deseo mientras se dirigía al ascensor.

En cuanto lo alcanzó, y estuvo dentro, abrió la carta. "Cuídala y se paciente con ella. Es muy buena", expresaba el escrito. No llevaba firma alguna, por lo que no podía saber quién la había enviado. "¿Pero qué clase de broma es esta?", barruntó mientras el aparato subía y subía los pisos hasta llegar hasta aquel en el que estaba su vivienda. En cuanto el paso abrió, lo traspasó para después caminar unos diez metros en línea recta. Allí, en el portón ubicado a la izquierda, estaba su hogar.

Volvió a sacar las llaves que había guardado en el pequeño bolso que llevaba. Tras abrir la puerta, entró. Pero nada más hacerlo notó algo raro. El ambiente era diferente. Estaba cargado y rezumaba una extraña fragancia. Nunca jamás la había percibido. Imaginó que algo de lo que tenía en la nevera podría estar caducado. Fue hacia ella y miró su contenido. Sin embargo, todo estaba correcto y no salía ningún mal olor de dentro. ¿Qué podía significar todo aquello?.

Instantáneamente, se zafó de toda esa sensación y decidió dirigirse a la habitación. Una vez allí, dejó el bolso y la mochila en una esquina habiéndolas tirado sin siquiera prestar atención al interior de la estancia. Tras esto, fue directa al baño. Necesitaba darse una ducha con urgencia, sentirse limpia tras una larga jornada de arduo trabajo. Por lo tanto, se despojó de las ropas y entró en la pequeña ducha. Accionó el agua caliente y estuvo bajo ella unos cinco minutos antes de enjabonarse para estar después el mismo tiempo tras aclarar todo el jabón que rodeaba su cuerpo.

Al terminar, y viendo que el espejo de aquel pequeño cuarto estaba cubierto por el baho, agarró el secador. Lo pasó por su superficie pretendiendo eliminarlo y, acto seguido, lo usó en su natural menester eliminando la humedad de su cabello. A continuación, secó todo su cuerpo con una suave toalla que le habían regalado un mes atrás. Se cepilló el pelo y fue a la habitación para ponerse la ropa de andar por casa. Lo hizo completamente desnuda. Total, en aquellos momentos estaba sola. ¿Quién iba a verla? Nada más adentrarse, cogió las prendas y se las puso. Fue entonces que vio a la pequeña niña. Estaba metida en la cama. Y las sabanas le cubrían hasta la cabeza, por lo que no distinguía el resto de su cuerpo.

Blanca. Su tez adquirió un tono blancuzco mientras observaba a aquella chiquilla que la observaba con una sonrisa de oreja a oreja. Y aunque parecía inocente, sentía que algo no marchaba bien. Y no era por el simple hecho de encontrarla allí. Algo turbio y siniestro había en toda la escena. Mientras pensaba esto mismo notó que la piel se le erizaba en medio de un punzante dolor de estómago por un pánico que iba creciendo. "Te han dicho que seas paciente y que me cuides. ¿Quieres jugar a algo?", comentó la infante en voz baja y calmada.

Entonces, dio un pequeño salto hacia atrás. Un frío sudor comenzó a recorrer su cuerpo. No alcanzaba a decir nada. No sabía cómo responder. Estaba completamente paralizada. Lo único que pudo hacer, y fue un acto instintivo, fue pasarse la mano derecha sobre su rostro. Y pellizcarse pretendiendo despertarse de lo que consideraba un mal suelo . Pero no estaba en un estado de letargo. "¿Cómo te llamas?", fue lo único que acertó a preguntar.

- Inés.

- Vaya, es un nombre muy bonito. Dime, ¿por qué estás aquí?

- No lo sé. Mi mamá me ha dicho que mañana por la mañana vendrá a buscarme. Y que no tengo que tener miedo porque me vas a cuidar como si fueras ella.

- ¿Sí? ¿Y quién es tu mamá?

- Se llama Lucía...

¿Lucía? Trató de recordar, pero no conocía a ninguna Lucía.... sólo... sólo le venía a la cabeza una chica que se llamara de esa manera. Fue en tiempos de la universidad. Pero había fallecido en un accidente tráfico... y decían que en el siniestro también lo hizo su hija... estaba aprovechando un programa de estudios orientado a madres solteras... y solamente habían cruzado palabra en un par de ocasiones. La primera vez fue al hacer la matrícula. La otra sucedió en los baños. Estaba llorando. Repetía una y otra vez que aquello no era justo. Pero no le prestó atención. Meó y la dejó estando a lágrima viva. "Esto no va contigo, aléjate de aquí", pensó en aquel momento.

- ¿Y cuantos años tiene tu mamá?

- 31...

No, aquello no podía ser verdad. Tenía la misma edad que ella. Y, por lo tanto, la misma que Lucía si siguiera con vida... Trató de mantener la compostura. De tranquilizarse y respirar a pesar del bombeo cada vez más anárquico de su corazón.

- Dime una cosa, pequeña, ¿por qué te ha dejado aquí? ¿No te ha dicho nada más?

- No, sólo que aquí estaría protegida porque eres una persona de alma pura.

Aquello le produjo unas tremendas náuseas. ¿Un alma pura? ¿Cómo podía serlo si dejó a su suerte a una persona que estaba debatiéndose entre la miseria de la vida y lo que esta estaba haciéndole? Tragó saliva. Trató de coger aire y volvió a pellizcarse. "¿Y qué fue lo que le ha hecho llegar a semejante conclusión?".

- No lo sé, pero decía que todo el mundo tiene derecho a la redención. Sobre todo tú. Más que nadie, tú, repetía una y otra vez.

La madurez que aquella chiquilla mostraba la volvió a dejar perpleja. Más aún cuando calculó que, en caso de estar viva, y ser la hija de Lucia... tendría 15 años. "Esto no tiene sentido", farfulló por lo bajini.

- Quizás sea así... pero tendríamos que jugar a algo. ¿Qué te gusta hacer?

- Lo mejor será que vayamos a dormir. Mañana hablaré con tu madre.

- No quiero ir a dormir, podemos jugar un rato.

- No, tienes que ir a dormir, es hora de descansar.

- Estás un poco nerviosa. ¿Por qué no vemos algo en la tele? Que sea de risa, eso te relajará y podrás dormir bien.

- No, te lo vuelvo a decir; tienes que ir a descansar. Mañana va a ser un día largo y tienes que dormir.

La niña guardó silencio. Sólo miraba la pared que tenía enfrente con un rostro carente de vitalidad. Aun así, se acercó a ella, la besó en la frente con dulzura y le acondicionó las sábanas con la intención de que no pasara frío por la noche. "¿Y no me puedes contar un cuento? Eso hará que dormir me sea más fácil", soltó la criatura girando la cabeza en un acto que hizo que clavara su mirada directamente en sus ojos.

- No. Es hora de dormir. Tu mamá lo hubiera querido así.

Esto le hizo sentirse culpable. El remordimiento hizo mella al haber usado el chantaje emocional. Lo consideraba hacer trampas. A la par que sería algo sucio hacia la inocencia de alguien de tan temprana edad, si es que esa era la que tenía. La cría pataleó brevemente en señal de protesta, aunque pareció resignarse.

- Vale, pero deja la luz encendida, por favor.

- De acuerdo. Eso sí puedo hacerlo. Si así te encuentras más tranquila...

En cuanto dijo esto se apresuró a abandonar la estancia. Lo hizo despacio, aparentando tranquilidad. Pero el pánico la subyugaba. Las manos le temblaban cuando fue a abrir la puerta pensando dejarla detrás. Tal era su impaciencia que accionó el interruptor y la iluminación de la habitación desapareció por completo. Ni siquiera se dio cuenta de haber hecho el gesto. Respiró. Y una vez fuera, apoyó su espalda contra la pared llevándose la mano a la boca frenando el acto de respirar. Sudaba y su corazón parecía ir a mil. "¿Qué es todo esto? ¿Qué está pasado?", pensó mientras no podía controlar ninguna parte de su cuerpo por el temblor que estaba sufriendo ante un miedo demencial.

Optó ir a la sala. Lo haría despacio. Sin prisa. Y, una vez allí, escaparía aunque no llevara las llaves consigo. Al día siguiente llamaría al cerrajero, pero ahora tenía que salir e ir a casa de alguien que la protegiese. ¿Dónde? No lo sabía, pero tenía que darse prisa.

Escuchó un sonido detrás de ella. Parecían pisadas, aunque resultaban bastante extrañas. En medio de aquel pánico pudo discernir que no provenían de dos piernas. "Te dije que dejaras la luz encendida. ¿Por qué lo has hecho? Me has dejado sola. Tengo miedo".

Se dio la vuelta. Frente a ella estaba Inés. Pero sólo reconoció su rostro con aquel peinado rizado propio de las muñecas antiguas. Su mirada irradiaba maldad. Su boca dejaba ver una afilada dentadura que estaba bañada por su propia sangre. Y su cuerpo... este parecía el de una araña de proporciones gigantescas.

Cayó al suelo y comenzó a arrastrarse hacia atrás mientras estaba en completo silencio. Sus gritos estaban ahogándose. La niña... aquella criatura fue acercándose poco a poco. Lo hacía en silencio, pero podía notar el rascar de sus patas arácnidas contra el piso. "Esther, sólo quiero jugar", soltó con una disimulada voz gutural. Mientras avanzaba, una sombra apareció detrás de ella. Y era prácticamente idéntica. Aunque le doblaba en tamaño. Su cara era la de Lucía, aquella joven que ignoró hacía tantos años. "Sólo tenías que cuidarla. Hacer que pasara una noche tranquila. Con ello habrías logrado la redención. ¿Sabes qué va a suceder ahora? Vendrás con nosotras. Pero no te preocupes. Eres bienvenida".







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