Decían que era el árbol más grande del lugar
Más que observar el paraje, lo que hacía era sentirlo. Era Uno con Él desde el momento en que germinó de una pequeña semilla. Poco a poco, y con mucha paciencia, alcanzó unas dimensiones que le permitían otear todo lo que había alrededor sin traba alguna que lo impidiera. Y dependiendo de la estación del año, las copas de sus congéneres parecían un verde prado en flor.
Muchas veces se preguntaba el porqué de su tremendo tamaño. Por cuál sería el motivo. Sobre todo teniendo en cuenta que varios de sus hermanos habían crecido cerca suyo y no disponían de semejante volumen. Por lo tanto, y aguardando que llegara la respuesta, se armó del mismo tesón que dispuso a la hora de crecer centímetro a centímetro. Día tras día. Un mes tras otro. En todos los años que fueron transcurriendo con plenitud.
Pero aquella primavera algo le llamó la atención. Y no porque fuera la primera vez que lo presenciara. En realidad no sabía por qué le sorprendía tanto si había contemplado el mismo milagro en infinidad de ocasiones. Tantas que había perdido la cuenta. El motivo era el nido que construyeron en sus ramas dos pequeños pajarillos. Dentro de este, dos huevos pequeños con manchas marrones esperaban el momento de eclosionar. Y él, embobado, no podía dejar de observar todo el proceso de incubación. La forma en que la pareja iba y venía alternando su función.
Finalmente, dos diminutos polluelos eclosionaron a través de la cáscara. Y aunque tuvieron algo de ayuda, les costó mucho esfuerzo poder presentarse ante un mundo que les daba la bienvenida. Además de pequeños, eran enclenques y arrugados. Y llegaron con los ojos cerrados. Un extraordinario instinto de supervivencia les empujaba a pedir alimento y confortarse el uno con el otro buscando calor. Aunque sus progenitores fueran quienes les suministraban la comida y también los calentaran con sus figuras.
Fue pasando el tiempo y las dos criaturas cogieron cuerpo. Su musculatura fue desarrollándose hasta desaparecer de la vista por el florido plumaje que les cubría. Atrás quedaron los días en que parecía que iban a caerse del nido por el viento. Ahora tenían la fuerza suficiente con tal de aprovecharse de él y echar a volar. Pero antes tenían que preparar sus alas. Y estas las movían buscando acostumbrarse a ese movimiento. Fue así hasta que dirigiéronse al borde nido. No parecían muy seguros de lo que tenían que hacer, pero su naturaleza les incitaba a ello. Saltaron y comenzaron a surcar los vientos. Quizás nunca más los volviera a ver.
Aquello, pese a la ilusión que al principio le causó, hizo que fuera sumiéndose en una profunda tristeza. Y esta duró desde ese verano hasta el siguiente. Aquella primavera no hubo flores en su manto. Y las hojas no brotaron durante todos aquellos días de inmensa pena. Sus compañeros le miraban. Se preocupaban por él. Pero no les decía nada. No hablaba con ellos. Sólo se dejaba llevar. Pero, tal y como le dijo uno, "todo no dura para siempre". Y él disponía de una paciencia infinita, por lo que fue dejando transcurrir el tiempo en acciones que carecerían de sentido. Sin embargo, estas le mantuvieron a flote. Y llegó el día en que la casualidad le deparó una sorpresa.
En su tronco habíase formado un pequeño agujero. Nunca había reparado en él. Y aquello sucedió cuando una pareja de ardillas lo utilizó de madriguera. Además, eran de las que planeaban, por lo que disfrutó viéndolas ir y venir mientras hacían suyos los cielos. De esa forma logró que la pesadumbre se alejara. Incluso sentía que había fortalecido su carácter ante la adversidad. Y claro, el ciclo de la vida no es interrumpido a no ser que tenga lugar un pequeño desastre. Y como tal, ese camino dio lugar al nacer de una camada de 6 ardillitas. Esto hizo que la alegría volviera a estar presente en sus jornadas.
Las observó crecer. También jugar y pelearse. El proceso por el que aprendían su futuras herramientas de subsistencia a través de las lecciones de sus progenitores. Era algo que le alegraba el corazón, aunque sabía que ellas también partirían. Y en estas, mientras cavilaba sobre esto último, hizo un increíble hallazgo. Hasta entonces sólo había mirado a lo lejos. Fuera la dirección que fuera. Pero nunca jamás había reparado en el firmamento. Fue en una noche nublada y, a pesar de ello, podía ver la Luna y las estrellas a través de los claros que se producían. Quedó maravillado. ¿Qué eran esas cosas? Y su asombro alcanzó su cenit a medida que el día fue abriéndose paso haciendo que el Sol hiciera acto de presencia. ¿Qué era todo aquello?
Viendo su reacción, sus compañeros le explicaron lo que sucedía. Le dijeron qué era la noche y qué el día. "¿En serio no te habías percatado de ello?", le interrogaron. Él, todavía extasiado por lo que acababa de descubrir, contestó afirmativamente. "Parece que siempre he estado mirando alrededor, pero jamás llegué a levantar la mirada hacia lo que hay sobre mi copa", contestó. Tras esto, quiso saber más sobre lo que sucedía encima de él. "Todo es la suma de un todo; se retroalimentan igual que lo hacemos nosotros con lo que nos abraza". Guardó silencio mientras miraba las ardillas.
Entonces, volvió a recordar a los pajarillos y alzó la vista. Allí estaban, sobrevolándole en círculos y diciendo que querían anidar en sus ramas. Los pequeños traían consigo a sus parejas. Aquello provocó que las flores que estaban sin salir germinaran con más fuerza y vigorosidad que nunca. Volvió a ser el árbol más hermoso y grande de la zona. Y meditó sobre el sentido de todo aquello hasta llegar a una conclusión: todos eran un conjunto. No importaba el tamaño de ninguno. Ni la belleza que pudieran irradiar. En realidad, todos ellos eran Uno. Aunque fueran seres individuales. Aunque dependieran unos de los otros. Su unión era lo que les hacía ser lo que eran.
Comentarios
Publicar un comentario