La historia del león y el anciano sentado en el banco
Cuando solía ir a aquella parte del parque tenía la costumbre de siempre acomodarse en el mismo banco. Le tenía cariño, aunque creía no saber el motivo. Además, al estar al lado de aquella laguna artificial, y bajo la sombra de un inmenso árbol, le otorgaba la paz que ansiaba en medio de un agradable frescor. Pero aquel día estaba ocupado. En él, un hombre de unos 80 años parecía contemplar las aves que nadaban tranquilamente sobre las aguas.
En un principio decidió buscar otro recodo en el que pasar el rato. Pero no vio ningun otro asiento libre. Así que, aunque lamentándose por su suerte, fue acercándose hacia él. En cuanto llegó le preguntó a aquel individuo si podía sentarse. Incluso hacerle un poco de compañía. "Por supuesto, faltaría más", le contestó mientras hacía un gesto con la mano que le invitaba a ocupar un hueco a su vera. Y así fue que comenzó a mirar el paisaje con el "simple" propósito de admirarlo.
Cuando, más o menos, había pasado un cuarto de hora, el hombre comenzó a hablarle. "¿Sabes? No suelo conversar con extraños. Es algo que tengo interiorizado desde que era niño. Y mucho ha llovido desde entonces. Pero me gustaría contarte un cuento que escuché hace mucho tiempo".
El joven, quien no llegaba a los treinta, se quedó estupefacto. No esperaba nada parecido. Pensaba que pasarían el rato sin dirigirse la palabra y que, finalmente, alguno de los dos dejaría atrás el asiento. Dubitativo, aunque también lleno de curiosidad, le indicó que no le importaba. Que escuchar una buena historia siempre era algo agradable. "¿Estás seguro?", le cuestionó el anciano. "Sí, por favor, adelante".
- Bien, pues vamos allá. Espero que sea de tu agrado y no resultarte un estorbo.
- No, por favor, comience.
- De acuerdo. Cuenta la leyenda de un león. Y este era un animal del desierto. Resultaba ser un ejemplar impresionante y en plena juventud. Tenía toda la vida por delante y acababa de comenzar a forjar su camino. Ya disponía en su poder todo un enorme territorio y esperaba agrandarlo con el paso de las semanas y meses. Pero siempre había tenido un problema. Una circunstancia que le frenaba. Y es que sentía miedo de avanzar pese a que sabía que aquello era lo que tenía que hacer.
"Resultó que una vez se adentró demasiado en una zona que era más árida de lo habitual. O por lo menos si nos atenemos a lo que tenía por costumbre. No sabía por qué lo hizo. Ni cómo le dio por ello. Pero, sin siquiera pretenderlo, estaba en un lugar completamente desconocido. Fueron pasando las horas y llegó el mediodía. Hacía un calor sofocante. Mucho más que en otras ocasiones. Y tenía sed. Mucha, pero muchísima sed.
"Entonces, como si el azar y el destino hubieran decidido aunarse con tal de echarle una mano, notó que a lo lejos había un oasis. Cansado, pero tirando de su poderosa fuerza física y voluntad pese al miedo que en múltiples ocasiones le detenía, arrancó hacia él. Fue poco a poco, sin prisa ni pausa. Y cuando llegó apreció que había un lago de aguas cristalinas. Su frescor y aroma hicieron que su sed incrementara. Así que... aceleró el paso.
"Mientras iba acercándose sus ansias por beber aumentaban a medida que sus fosas nasales iban siendo ocupadas por los matices del líquido primordial. La boca la tenía cada vez más pastosa y sólo deseaba ingerirla hasta reventar. Hasta no poder más. Tan obsesionado estaba con esa vital acción que dejó de preocuparse por lo que había alrededor suyo. Obvió todos los olores, ruidos, movimientos,... Todos ellos los pasó por alto. Finalmente, y habiendo llegado a la orilla, no podía creer lo que veía.
"Allí se encontraba presente otro león. Su porte era hermoso, dominante y poderoso. Y al igual que él, parecía estar cansado y llevar bastante tiempo sin beber. El vello de su piel y melena lo reflejaban. Lo observó fijamente, pero este no le apartó la mirada. Le mostró su formidable dentadura y aquel le devolvió la jugada. Pensativo, lo volvió a analizar de arriba abajo. Ese congénere era de su misma edad y estaba saludable pese al cansancio. Lo mejor era evitar una confrontación, por lo que dio media vuelta y fue a buscar una zona más segura mientras esperaba que se marchara.
"Cuando encontró una pequeña cueva entró en ella. Era fresca y acogedora. Además, podía observar el lago desde la lejanía. Parecía que el otro león había desaparecido. Pero, aún así, optó por aguardar la llegada del anochecer. La temperatura del exterior habría descendido y bebería con tranquilidad. Y quizás, con un poco de suerte, hasta cazaría una presa con la que llenarse el estómago. Incluso imaginó el olor de los ñus y búfalos antes de abalanzarse sobre ellos.
"Sería que al llegar el momento elegido salió con cautela. No quería llevarse otra desagradable sorpresa. Marchó despacio hasta las aguas, pero no encontró ningún otro animal que llevarse a la boca. Confiaría en que, por lo menos, hubiera cocodrilos y, aunque la lucha fuera titánica, atraparlos después de beber hasta la saciedad. Pero el silencio era absoluto. Hasta los insectos resultaban estar mudos. ¿Qué podía significar aquello? Armándose de valor, continúo hasta su objetivo. Pero otra vez notó la presencia de su pariente. Y está vez ni siquiera se atrevió a desafiarlo. Salió de allí con la máxima velocidad que su enorme cuerpo le permitía.
"Regresó a la cueva. Aunque en esta ocasión, y antes de entrar, inspeccionó todos los alrededores. También cada rincón habido en su interior. No estaba con ganas de llevarse otro sobresalto. Y menos que aquella bestia hubiera estado allí mientras estaba ausente. Y parecía que no habíase acercado. No había ningún rastro de él y todo estaba en calma.
"Se sentía cansado. Decidió tumbarse con tal de relajarse y dormir. Pero la sed le estaba devorando. A duras penas pudo dormir con aquellas pastosas fauces. Así estuvo hasta que la Luna le saludó desde lo más alto del firmamento. Ese tenía que ser el momento indicado para salir. Nada podría despojarle de su idea.. Y en caso de ser así... le haría frente.
"Por suerte, el astro de la noche y sus acompañantes las estrellas iluminaban ese lance al presidir un despejado firmamento. Reinició su andadura mientras iba maldiciendo al otro león. No sabía por qué, pero necesitaba descargar toda la ira que tenía acumulada. Fue entonces atravesando el desértico paraje hasta acostumbrarse al frío ambiente que hacía en aquellas horas. Caminó y caminó hasta llegar a 100 metros de la zona húmeda. Después a 50. Luego a 25, 10, 5... hasta llegar de nuevo a la orilla y... ¡lo volvió a ver!
"Emitió un rugido infernal que pudo oírse más allá de lo que su imaginación alcanzara. Encolerizado, se lanzó con una iracunda furia sobre el otro. Cayó al agua y comenzó una brutal batalla. Daba zarpazos a diestro y siniestro. También mordiscos e intentaba agarrarle del cuello. Pero, de repente, notó que todos sus golpes acababan en el aire. Estaba dando palos de ciego. Su rival no aparecía por ninguna parte.
"Trató de calmarse. Respirar. Coger aire. Entonces, cuando las aguas comenzaron a apaciguarse, vio su reflejo en ellas. Y lo compendió todo. Aquel león había sido él mismo todo el rato".
Tras acabar de decir esto, el anciano sacó un paquete de tabaco que tenía en el bolsillo izquierdo de su camisa. Sacó dos cigarrillos. Y uno de ellos se lo ofreció al joven a la par que se lo encendía con un mechero. Lo miró fijamente. Y esa mirada era compasiva, amable, tierna. Emanaba comprensión hacia la impresión que en el chaval había causado. "¿Sabes de qué trata la historia?", le interrogó. "Imagino que de los miedos que nos impiden avanzar".
Nada más decir aquello, una sonrisa apareció en el rostro de aquel viejo hombre. Y el casi treintañero le devolvió el gesto. Sería ahí que pudo apreciar la forma en que su cara iba rejuveneciéndose hasta ir volviéndose la suya propia mientras alcanzaba su edad actual. "Nos veremos el día de mañana, hasta luego", le dijeron aquellos atributos tan familiares. No pudo decir nada. Ni abrir la boca. Enmudeció. Y lo hizo todavía más a medida que esa figura humana desaparecía paulatinamente.
*Nota: este relato está basado en una fábula narrada por Tatiana Ballesteros...
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