"Lo hecho hecho está", dijeron
Observó la cabeza decapitada. Su estático gesto en una perdida mirada. "¿Todavía puedes sentir algo?", le preguntó. Nada, no hubo respuesta. "Ojalá sólo hayas sentido la décima parte de lo que he sufrido este último año", dijo mientras respiraba deleitándose con el olor de la sangre. "Mucho prometer y desapareciste nada más haber yacido, pero eso fue lo de menos; lo peor vendría después", le susurró dulcemente.
Y lo hizo con el mismo tono del único día en que se acostaron. Como si siguiera abrazándole frente al fuego de la chimenea de aquella vieja chabola. Como si las mantas les tapasen mientras apoyaban sus cabezas una contra la otra. Él le contó sus planes de futuro. Ella imaginaba los mañanas en su compañia. Al lado de uno de los caballeros que llamaban "Lobos" por su férrea palabra, un estricto código ético y la fiel camaradería. Le relataba historias de sus batallas y de cómo construiría una granja en la que podrían tener hijos y verlos crecer.
Pero llegó el amanecer. Y con este una claridad que la despertaba de forma dulce y pausada. Se había dormido escuchándole. Fue abriendo los ojos poco a poco. Disfrutando de cómo iban acostumbrándose a la claridad. De repente, su corazón dio un vuelco. Su "Lobo" no estaba allí. "Bueno, quizás ha tenido que contestar a la llamada de la naturaleza". Se acurrucó hasta volver a quedarse dormida. Pasó el tiempo y, de nuevo, un tremendo malestar le recorrió el cuerpo. Estaba ausente. ¿Dónde podría haberse metido?
Se levantó de la improvisada cama sobre el piso de la vivienda. El fuego hacía tiempo que desapareció. Sólo quedaban encendidos un par de pequeños trozos de madera. Tenía frío pese a que el Sol pegaba con fuerza en una jornada completamente despejada. Cogió la ropa con tal de vestirse y decidió ir a la caballeriza. Un escalofrío le recorría de parte a parte. ¿Y si se hubiera ido? ¿Y si la hubiera dejado atrás con la intención de no volver a saber nada de ella? ¿Dónde quedarían todas sus promesas? ¿Por qué las habría hecho si no iba a cumplirlas? Su pálpito fue volviéndose realidad, aunque no daba crédito a lo que no veía. No estaba su caballo. Ni ninguna de sus pertenencias. Ni en la casa ni en el establo. Su "Lobo" se esfumó.
Cayó al suelo. Al principio no podía llorar, pero en cuanto lo hizo no paró durante horas y horas. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo iba a explicárselo a su abuela? Lo mejor sería guardar en silencio lo sucedido. Bastante había sufrido la mujer con tal de tener que sacarla adelante. Sus padres murieron cuando apenas tenía dos años. Fue cosa de la peste. Por fortuna, a ella no la afectó. Desde entonces, su "yaya", así la llamaba desde un profundo cariño y respeto, se encargó de ella. Tuvo que volver a trabajar como una mula hasta que alcanzó los 10 años. Fue entonces que comenzaría a aportar en casa. Trabajó en el campo. Tejiendo. Cocinando. Hasta tuvo que dejar la escuela, aunque aquella mujer continuó educándola con esmero. Y a los 16, mientras estaba recogiendo madera para la casa, fue que conoció a su "Lobo.
No sabía de dónde salió. Sólo que apareció junto a ella cargado de troncos y preguntándole si necesitaba ayuda. Aunque reticente en un principio, aceptó. Ese joven de 25 años le hablaba de forma muy fina. Como si fuera un verdadero caballero de alguna corte que desconociera. De hecho, le comentó que provenía de tierras lejanas y que estaba allí en una misión diplomática. "¿Siendo tan joven?", dudo en su interior. Quizás, y eso lo rumió una y otra vez, tendría que haberle hecho caso a esa impresión. Pero era tan amable y educado... "¡Cómo iba a saber que pasaría esto!", le dijo entre lágrimas a su "yaya" después de confesarle todo. Fue cuando habían transcurrido cuatro meses desde su marcha. Justo en el momento de tener la certeza de que estaba embarazada.
"Bueno, pues habrá que hacer que sea feliz. No le des más vueltas; lo hecho hecho está", expresó la anciana mientras un par de lágrimas surcaban su arrugado rostro y la besaba en la cabeza. "Lo importante es que crezca fuerte y sano; saldremos adelante", continuó. Después de decir esto, se sumergieron en un prologado abrazo. "Ahora ve a dormir; a partir de mañana comenzaremos una nueva vida. Todos, pues desde este momento ya está con nosotros". La hizo caso. Y esta la siguió. Nada más introducirse entre las sábanas la arropó y volvió a besarla, en esta ocasión en la mejilla. "Anda, ya que te has quitado todo el peso que llevabas debes descansar". Volvió a darle otro beso en el rostro y apagó la vela que iluminaba la estancia soplándola suavemente. Y por primera vez en mucho tiempo, durmió sin sobresaltos. Y aunque no los recordó, supo que tuvo unos dulces sueños.
Fue pasando el tiempo y finalmente rompió aguas. Estaba en la cocina preparando la comida mientras su abuela tejía un pequeño jersey para el niño. Nada más suceder, la agarró de la cintura y la llevó a la habitación. "Estate tranquila, trata de respirar profundamente", le susurró mientras salía despacio de la casa y llamaba a la vecina. Esta era una reconocida parturienta. Decían que podía hacer milagros hasta en los alumbramientos más complicados. Y ella, a pasar de que trataba de decirse que todo iba bien, tenía la sensación de que algo raro sucedía con el bebé. Cuando la mujer llegó la examinó. Y aunque trató de disimularlo, algo en su rostro hizo que la obligaran a revelar su impresión. "Creo... creo que el cordón umbilical está alrededor del cuello de la criatura... está asfixiándose".
La muchacha no sabía qué hacer. ¿Qué sucedería? "Tú empuja,... empuja cuando te lo diga y haz caso a mis instrucciones", expresó la fémina con rabia y determinación. Así estuvieron un total de cuatro horas, pero a ella le pareció una eternidad. Sólo quería... sólo soñaba con poder escuchar los llantos del bebé y tenerlo en sus brazos. Pero cuando finalmente acabó... el niño estaba muerto. Asfixiado. La joven no pudo llorar. Ni siquiera cuando le pusieron aquel pequeño cuerpo inerte sobre ella. ¿Cómo podía haber ocurrido? Era perfecto, tenía cada parte de su diminuta figura justo en el lugar que tenía que estar. Tampoco pudo llamarle por el nombre que le dio: Jasón. ¿Por qué había optado por él? Lo hubo escuchado en el pasado y le gustó. Pero ya no importaba. No tenía significado alguno. Pasó a ser una cicatriz que nunca estaría curada del todo.
Durante el entierro estuvo en completo silencio. No dijo nada. Y esto fue prolongándose durante seis meses. Con su "yaya" se comunicaba mediante gestos, y estos eran pocos. La mujer, quizás con toda la paciencia que le habían concedido los años, nunca la regañó. Nunca le echó nada en cara. Sólo quería verla recuperar. Aunque supiera que eso nunca sucedería del todo. Incluso a sabiendas que su nieta nunca volvería a ser la misma. Y volvió a cargar el peso de la casa sobre sus espaldas a pesar del desgaste físico de su edad. Y así, mes tras mes, los días avanzaron hasta que llegó el invierno.
En una de las noches más frías que recordaban llamaron a la puerta. La chavala siguió inmutable. Parecía de piedra. La anciana la miró con ojos llenos de dulzura y comprensión. "Tranquila, ya voy yo a ver quién es". Tras decirle esto, fue levantándose con mucha paciencia del taburete en el que estaba sentada y fue a la entrada. "¿Quién es?", preguntó. Al principio no dijeron nada. Pero después de volver a interrogar a aquel que estaba al otro lado este contestó. "Un viejo amigo de la familia que viene a saldar una vieja deuda". La mujer guardó silencio mientras miraba a su nieta. Algo en ella parecía haberse activado. "Cerdo", la escuchó decir en voz baja.
Quizás por intuición, o porque sabía que ese momento tarde o temprano tenía que pasar, concluyó la identidad de aquel hombre. Incluso sin haberlo visto nunca. Decidió abrirle la puerta tratando de aparcar el odio que sentía por primera vez desde que todo hubiera comenzado. Al hacerlo, un apuesto joven ataviado con una exquisitas prendas de abrigo apareció. "Vaya, así que tú eres el famoso "Lobo" del que tanto ha hablado mi hija", comentó. "¿Hija? ¿Pero sus padres no habían muerto?", dijo con un indisimulado desdén. "Sí, al igual que tu hijo. El corazón no conoce de sustantivos", arremetió con una mirada que hizo que aquel que tenía delante simulara arrepentirse al momento.
"Lo sé, me han llegado noticias de ello; ¿puedo hablar con su nieta?", solicitó sin rodeo alguno. "Si por mi fuera morirías congelado esta misma noche, pero la última palabra la tiene ella", le reprochó. La muchacha alzó la mirada con tal de clavarla en él. Una extraña sonrisa apareció en su rostro blanco y cargado de unas oscuras ojeras. "Sí, ¿por qué no? Siempre tuviste una conversación maravillosa. Estoy deseando volver a ser la protagonista de ellas", expresó. Su "Lobo" no sabía cómo reaccionar. "¿En serio quieres hablar? ¿Después de lo que hice sin darte ninguna explicación?". No daba crédito a lo que acababa de escuchar. "Sí, lo hecho hecho está. Por favor, siéntate delante mío, justo en ese taburete que hay ahí".
La anciana tampoco esperaba aquella reacción. Aunque sonrió al notar que había recurrido a las mismas palabras que ella misma usó cuando le contó lo que sucedía. El "Lobo", aquel joven que resultaba ser tan apuesto y seguro de sí mismo, se dirigió con cautela al lugar indicado. Presentaba una pequeña cojera en su pierna izquierda. Era algo que antes no sufría, y la muchacha lo notó al instante. "Me caí del caballo en un combate de lanzas", reveló nada más apreciar que la muchacha no apartaba la vista de la muestra de su incapacidad. "Ya veo, sigues buscando méritos con tal de agrandar tu fama", advirtió. "Sí, pero no he venido aquí por eso. Quiero recompensarte por lo que te he hecho, pero me gustaría que me explicaras tú misma la historia. Quiero oírla con tus palabras". Al escuchar esto, de la joven comenzó a brotar una risa nerviosa e hiriente. "De acuerdo, si es lo que quieres"...
Comenzó a relatar lo vivido y sufrido. Lo ansiado y desperdiciado. Cada sentimiento que durante todo aquel tiempo sintió. Desde el momento en el que le conoció hasta en el que lo amó. Cómo la desesperación ocupó su corazón sin que dejara paso al odio al presentir que volverían a encontrarse y sucedería lo que acababa de ocurrir. Detalló que solamente lamentaba no haber podido sentir los acelerados latidos del corazón de Jasón. Aunque también incluía sus lloros. Y le confesó que le llenó de orgullo que se le pareciera tanto. "Erais casi idénticos; parecía una hermosa miniatura tuya". Esto hizo que su "Lobo" comenzara a llorar suplicándole su perdón.
"No hace falta, no tienes que hacerlo. Lo hecho hecho está. Pero si he de pedirte algo será que me dejes coger tu espada igual que la vez que nos conocimos". El joven sonrió. "Lo recuerdo; tu rostro estaba enrojecido por el esfuerzo... y eso hacía que tu belleza fuera una teofanía". Al oír esto, la chavala le devolvió la sonrisa. Era magnética e hipnotizadora. "¿Me dejas la espada?", volvió a insistir. Sin pensárselo, su "Lobo" la desenvainó y se la entregó. Ella pasó los dedos de su mano derecha por el filo y la empuñadura. Esta no tenía ningún detalle decorativo. Además, le volvió a resultar muy ligera. "También es resistente y robusta", expresó el chaval mientras ella volvía a emitir esa radiante sonrisa al instante de estar levantándose. Entonces, con un fulminante gesto a la par que él seguía sentado, le cortó la cabeza. "Te quiero mucho, mi dulce Lobo".
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