PANDORA
Cuando abrieron esa caja
le dieron un nombre.
Y este era de mujer.
Lo que se escondía en su interior
fue el mal de su casta
hacia la humanidad.
Poco a poco se esparciría
por los continentes;
por cada río y valle.
Fue disfrazado de confort
y de seguridad
buscando la calma.
Mientras el tiempo avanzaba
iría echando raíces.
Todos los rincones
le fueron sirviendo de huerto
que daba su fruta.
Y esta era salada.
Se volvió en lo dulce
al adquirir su significado.
La memoria
del conjunto
lo volvió realidad
al asumir la costumbre.
El nombre, el nombre
sería sentenciado.
Atribuido a los pecados
las sentencias otorgaban
su imposición
a modo de la advertencia.
Pobre de aquel, pobre de aquel
que le fue otorgado.
No existía mayor castigo,
y menos mayor venganza,
que portarlo
ante todas las miradas.
Hasta el acercarse
a ellos suponía el mismo castigo.
Y la rabia
que les dieron
tenía más carnaza
que el sentido de la Peste.
Interiorizado, fue la normalidad
algo latente bajo ese bautizo
en el transcurrir de las edades.
Ni siquiera llegó a cuestionarse.
Tal era la sensación de confort
que ni se les ocurriría rebatirla.
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