La venganza de El Pingüino

22/VI/2020

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Olvidado por el común de los mortales iba interiorizando su odio y rencor hacia todos ellos. Abandonado a su suerte en su primeros días de cuna fue arrojado a las aguas de un río mediante el cual llegó a la entrada de un pequeño zoo en el que sus habitantes habían sido también dejados a su suerte tras la quiebra económica del lugar. Malvivían y sobrevivían como podían. En ellos mismos también iba creciendo la rabia hacia los que les abandonaron. Y ahora, con la llegada de aquella cría de humano, podrían orquestar su venganza hacia todos.

Fue creciendo despacio. Primero se alimentaba mediante la papilla regurgitada a base de pescados. Después su dieta se basó en pescado crudo que él mismo pescaba con sus propias manos cuando le enseñaran los secretos de este arte. Por su cuenta aprendió a cazar animales terrestres. Esa era una pequeña ventaja que tenía. Se desenvolvía con soltura tanto en el agua como en la tierra. El éxtasis que le producía la sangre caliente de los mamíferos le adentraba en un estado de locura transitoria que provocaba pánico entre sus allegados.

Cuando se calmaba respiraba tranquilo y miraba el horizonte. Su siguiente paso sería la venganza contra los humanos que le habían abandonado. Contra todos ellos. El dolor que había padecido se lo devolvería aumentado por diez. Pero antes de ello tenía que hacer una cosa. Por las noches siempre paseaba por el lugar un hombre solitario. Lo llevaba observando desde hacía unas cuantas semanas. Antes de comenzar su plan de venganza tenía que probar la sangre de aquel pobre desdichado.

Se escondió detrás de un árbol a la espera de que pasara por allí. El hombre caminaba despacio, descuidado y tarareando una canción. Brevemente quedó hipnotizado, paralizado por la melodía. Era muy hermosa. Pero cuando se sacudió y despertó aquello sólo le hizo sentir más rabia. Saltó a su cuello intentando morderle. Instintivamente recibió un empujón que lo alejó un metro de su víctima y cayó al suelo. Respiraba de forma sonora, igual que un animal rugiente. El hombre estaba blanco por la sorpresa. Sus ojos abiertos de par en par reflejaban su estado. Se le tiró otra vez al cuello y consiguió tirarlo al suelo.

Se enzarzaron en una cruenta lucha por la supervivencia donde los golpes se intercambiaron mientras rodaban sobre el suelo. Finalmente logró poner la espalda de su víctima contra la superficie y colocar sus fuertes manos sobre sus hombros. Lanzó un grito de rabia que precedió al momento en que se lanzó contra su cuellos mordiéndole la garganta. La sangre manaba a borbotones. Era caliente y salada. Con su mano derecha golpeó su estómago, se lo abrió en canal gracias a sus afiladas uñas. Sacó sus vísceras mientras el hombre se revolvía por el dolor e iba perdiendo la consciencia. Le arrancó los ojos y se los comió. Luego saboreó su hígado. Los últimos coletazos de vida del hombre se dieron mientras degustaba su pulmón izquierdo.

Estaba bañado en sangre y le dolía todo el cuerpo debido al esfuerzo. Pero se sentía vivo, libre y con las fuerzas necesarias para comenzar su plan de venganza. Sus compañeros se acercaron al lugar para poder disfrutar del festín. En menos de diez minutos limpiaron completamente el cadáver. Sólo dejaron unos huesos impolutos, libres incluso de algún rastro de su carne interior. Les brillaban los ojos a consecuencia de la borrachera de sangre. Su plan debía de comenzar aquella misma noche.






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