La historia del porro que se fumó sin darle importancia (VI)


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Llevaba unos cinco minutos sentado en la cama. La cabeza le daba vueltas y estaba completamente embotado. Después de tanto tiempo fumando porros sabía que no era el efecto de todos los que se fumó el día anterior. Sino del último, el que se calzó antes ir a sobar. Y se quedó dormido prácticamente al instante. No le hizo falta que sonara el despertador con tal de levantarse. La luz que entraba por las finas rejillas de la persiana le despertó.

Cogió fuerzas y se dirigió a la cocina. Una vez allí vio los restos de toda la comida que había ingerido con tremenda gula la noche anterior. Y no era para menos. El pajarón fue tan grande que, además del plato de pasta que recalentó en el microondas, se metió entre pecho y espalda toda la bollería industrial que habían comprado. Limpió un vaso y bebió un poco de agua. Tenía una carraspera tremenda. Mientras preparaba café se dispuso a fregar los trastos. Menos mal que todavía le quedaba uno del día anterior. Después de calentarlo prácticamente se lo bebió de trago.

Encima tenía unas agujetas tremendas. Tanto andar de aquí para allá le había dejado molido. Además, en su cabezonería interior había subido los cuatro pisos andando. Ello tras recorrer la breve distancia que había desde que dejó a su acompañante hasta su casa. Lo achacaba a las duras cuestas que había. Pero otras veces había hecho el mismo recorrido y no las había sufrido. Tal vez se estaba haciendo viejo. Se rió con esa idea. Y con la de que su colega fuera a quedar el jueves con aquella mujer. Cosas más raras se habían visto, se dijo. Pero hacía tiempo, aunque le sorprendiera, que había dejado de prestar atención a esas cosas extrañas que solía hacer.

No necesitaba hacer la casa. La tenía recogida. Lo había hecho el día anterior. Así que se ducharía e iría a trabajar. Pero se lo tomaría con calma. Tenía todavía dos horas por delante antes de entrar. Así que cuando acabó de fregar los cacharros se fumó el porro que hizo justo antes de meterse en la cama. Siempre lo hacía así. Lo hizo acompañándolo de un café recién hecho. Disfrutó lentamente de los dos. Mientras miraba por la ventana de la cocina el monte que se veía a lo lejos. Esa zona de la ciudad estaba bajo sus faldas. Y disfrutaba con ello. Le despejaba del bullicio urbano pese a lo que disfrutaba de él. Muchas veces se imaginaba ascendiendo hasta su pico. Pero hasta ese momento nunca había reunido las fuerzas suficientes para ello.

Entonces encendió la radio y se sentó en el sofá del salón. Pero antes abrió la puerta del balcón con tal de dejar escapar el humo del porro. Dejó la taza con café en la mesita y se recostó. Mientras fumaba tranquilamente escuchaba las noticias. Una mujer había encontrado un boleto de lotería premiado y lo había devuelto. Pero no sabía que tenía premio. Los tejemanejes de los políticos copaban la parrilla informativa junto a alfileres en salchichas que eran dejadas en parques con el propósito de que los perros las comieran. El paro había subido y los trabajadores de diferentes empresas clamaban por mejores condiciones laborales. Un nazi golpeando a un cómico por hacer un chiste sobre su hijo. Crisis en las diferentes plataformas políticas por sus malos resultados electorales.

Después de haberse hecho una idea de cómo estaba el panorama decidió levantarse e ir a ducharse. Dejaría la puerta del balcón abierta. Ya la cerraría luego; primero tenía que airearse la estancia. Pero antes miró lo que había en el exterior. Una mujer que estaba pasando la aspiradora en la sala le vio y le saludó. Rara vez se cruzaban en la calle. Y únicamente habían intercambiado palabras en dos ocasiones. O eso creía recordar. Fue en una pequeña tienda que había en la zona. Solía bajar de vez en cuando. Y lo hacía al momento de darse cuenta de que le faltaba algo. La solía llamar "El botiquín de emergencia" porque siempre le libraba de algún apuro. Menos condones solía tener de todo. Las velas perfumadas que tenía en casa las había comprado allí.

Fue entonces al baño y se desnudó. Dejó la ropa en un cesto y abrió el agua caliente de la ducha. Cuando esta se calentó se metió debajo y, tras menos de un minuto, se enjabonó. Se dispondría después a aclararse y salió. Después de secarse se lavó los dientes. Quitó el vaho y contempló su rostro. Todavía no necesitaba afeitarse. Se puso un poco de desodorante y colonia, y fue a vestirse. Todavía tenía tiempo, pero había decidido tomarse un café y comer un pincho antes de ir a trabajar. Tenía que disminuir los efectos del porro que se acababa de firmar. Además, después de estar en la ducha se le había pasado un poco el morón. Entonces se dio cuenta de que, después de mucho tiempo, había hecho algo que se había jurado que nunca volvería a hacer.

Al imaginar aquella caída en la ducha volvió a sentir aquel inmenso dolor. Pero a lo hecho pecho, se dijo. Por lo tanto, se vistió y cogió la mochila que solía llevar al trabajo. No llevaba comida pues tenían un comedor en las oficinas. Agarró las llaves y salió de casa. Cerró la cerradura y volvió a bajar los cuatro pisos andando. Al salir del portal vio que el día estaba nublado. Pero aún así se puso las gafas de sol. Arrancó y se dirigió a la parada de autobús. Estaba a unos doscientos metros y cuando llegó el indicador marcaba que quedaba unos 5 minutos para que llegase. Tenía por delante unos 15 minutos de trayecto. También lo podía hacer andando en menos de media hora, pero decidió que ese día se lo tomaría con calma. En cuanto llegó entró, saludó al chofer y pasó la tarjeta de viaje. Se dirigió al centro del vehículo y se sentó a la izquierda, justo en un asiento que estaba libre al lado de la ventana.

Dos minutos tardaría el autobús en llegar a la siguiente parada. Allí, unas 10 personas subieron. Una mujer de unos 70 años avanzó por el pasillo y se sentó junto a él. Aunque no la escuchó porque llevaba los cascos puestos, le devolvió el saludo. Mientras escuchaba música observó el paisaje urbano hasta llegar a su lugar de destino. La mujer había bajado un poco antes y no volvió a sentarse nadie, por lo que no tuvo que pedir permiso con tal de poder salir. Una vez fuera, vio a lo lejos el bar al que iría a tomarse aquel café. A su llegada fue a la barra y le pidió también al camarero un pintxo de tortilla. Cuando se los sirvió, se dirigió a una mesa que daba a una ventana en la que podía ver el portal que daba acceso a la oficina. Allí estuvo durante unos 25 minutos. Cuando vio que sus compañeros empezaban a entrar se levantó. Salió y cruzó la acera. Una vez dentro saludó al portero y fichó. Fue al ascensor que le haría ascender hasta el tercer piso. Ya estando en su mesa se puso a trabajar.





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