PANDORA
Cuando abrieron esa caja le dieron un nombre. Y este era de mujer. Lo que se escondía en su interior fue el mal de su casta hacia la humanidad. Poco a poco se esparciría por los continentes; por cada río y valle. Fue disfrazado de confort y de seguridad buscando la calma. Mientras el tiempo avanzaba iría echando raíces. Todos los rincones le fueron sirviendo de huerto que daba su fruta. Y esta era salada. Se volvió en lo dulce al adquirir su significado. La memoria del conjunto lo volvió realidad al asumir la costumbre. El nombre, el nombre sería sentenciado. Atribuido a los pecados las sentencias otorgaban su imposición a modo de la advertencia. Pobre de aquel, pobre de aquel que le fue otorgado. No existía mayor castigo, y menos mayor venganza, que portarlo ante todas las miradas. Hasta el acercarse a ellos suponía el mismo castigo. Y la rabia que les dieron tenía más carnaza que el sentido de la Peste. Interiorizado, fue la normalidad algo latente bajo ese bautizo en el transcurr