EL VACÍO
Mirar los recuerdos.
Echar la vista atrás.
Mediante ellos deleitarse,
sobre todo con los buenos.
Y esos, los oscuros,
tenerles estima
ya que también forman parte
de eso que nos ha formado.
Tal vez sea equilibrio,
o alguna balanza
en la que hay que decantarse
por alguno de sus lados.
Yo elijo los buenos,
pues son la morada
que de protección sirve
cuando el clima está revuelto.
Pero si nos ponemos a pensar
solo por un instante,
un par de minutos
a lo sumo,
en todo aquello que podría pasar
si un día desapareciesen…
menudo agujero
tan profundo.
El no poder reconocer caras,
tampoco nuestro semblante.
¿Qué sería todo eso?
¡Qué agujero!
Ni siquiera de nuestra presencia
alcanzar a ser conscientes.
¿Cómo debe serlo?
¿Habrá sueños?
Así las horas
se tornan en superfluo
sin existencia.
Sentir ese miedo
mientras estos se van.
Y no saber qué se hizo ayer
o apenas hace un momento.
Se abre un triste velo
que hace su travesía
de una manera incansable
sin dedicarse un respiro.
Se dan espejismos
entre las lágrimas
de aquellos que están presentes.
Aparece un fogonazo
igual que una estrella
que está terminando
de iluminar los confines
de lo que está a su alrededor.
Saber lo que algún día habrá de llegar
a la par que ese desgaste
está diluyendo
el recuerdo
del nombre de lo que lo genera.
Sentir siempre un retroceder
hasta que esto mismo
es un vacío.
Incluso los cuentos de la cuna
serían algo indescifrable,
si es que todavía hay algo
de nosotros
dentro de esa agridulce coraza
que antes llegó a ser tan fuerte
y se fue tornando
una prisión.
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