La oscuridad de la cocina
Vio aquella pequeña lata tirada en el suelo y no pudo evitarlo. Le entraron unas tremendas ganas de darle una patada. Y vaya si lo hizo. Y fue con tanta fuerza que pasó al lado de una anciana que estaba apoyándose en un bastón con tal de poder caminar. "¡Niño! ¡Ten más cuidado! ¡Casi me das!", vociferó la mujer. Avergonzado, lo único que pudo hacer fue salir corriendo. Hasta su casa sólo quedaban unos 500 metros, así que arrancó con una velocidad endiablada. Poco a poco, el recuerdo de la escena empezó a provocarle risa. Pero paró en cuanto llegó al portal. Una vez allí, accionó el timbre y esperó a que su madre contestara. "Yo", dijo al momento de que preguntaran quién era. El pitido que anunciaba la apertura de la puerta sonó y entró dándole la bienvenida el frescor que en el interior había siendo la contraparte del calor que presidía la calle.
Sólo tenía que subir dos pisos. Por lo que decidió hacerlo andando dejando de lado el ascensor. Entonces, de nuevo empezó a correr deleitándose con el sonido que formaban sus pisadas mientras ascendía por las escaleras. Una vez en el rellano, vio que la puerta estaba abierta. Entró y fue directo a la cocina. Saludó. Su madre le dio un beso. "Ve a cambiarte; en cuanto te llame vienes a comer". Tras decirle esto, se dirigió a su habitación a través de un pequeño pasillo que cruzaba toda la casa. Su cuarto estaba al final de este, a la izquierda. Accionó el interruptor y, nada más estar dentro, se quitó la pesada mochila y la tiró sobre la cama. Pero no se cambió seguido de ropa, eso lo haría en cuanto le reclamaran. En lugar de ello, se puso a mirar por la ventana a la gente que caminaba en el exterior.
Pero justo en instante, quizás por las altas temperaturas que estaban soportando, no había nadie en ella. Ante ello, cogió los cascos y puso un poco de música a través de una emisora de radio formula que le había programado su tío hacía dos semanas. El aparato iba mediante "bluetooth", así que pudo tirarse en la cama sin miedo a que algún cable se quedara corto por la distancia. Agarró un tebeo de super héroes y comenzó a leerlo. Aunque acto seguido, a la par que una repetitiva sonata "tecno" sonaba en sus oídos, lo dejó y decidió volver a mirar por la ventana. Nada. No circulaba nadie. En estas, le pareció que le llamaban. Así que retiró los auriculares habidos en sus oídos y prestó más atención. "¡Pedri, a comer!", escuchó.
A continuación, y en cuanto vistió las prendas de andar por casa, colocó los cascos en la mesita de noche después de quitárselos. Salió de la habitación y avanzó por el estrecho pasillo hasta llegar a la altura del baño. Este tenía su entrada a la izquierda y después, al caminar unos cinco metros más, estaba la cocina. Iba completamente ensimismado cuando le agarraron tapándole la boca e introduciéndole a la fuerza en el aseo. Era su madre. "Cállate, también lo he oído", le dijo con unos susurros que delataban su nerviosismo. "¡A comer!", volvió a escuchar. "¿Qué? ¿Qué es lo que pasa?", preguntó el joven. "No lo sé... hay alguien en la cocina... y no es tu padre". Justo entonces, oyeron el característico ruido que hacen las llaves al introducirse en la cerradura. "Llegué, ¡qué calor hacer, por Dios!", dijo. "¡Cambiate y ven a comer, está todo listo", oyeron a la extraña voz que salía de la cocina.
Los pisadas del hombre se notaban cansadas a medida que iba a su cuarto. Este estaba después del baño, por lo que tenía que pasar delante de ellos. Con un poco de suerte, y si la fatiga no le distraía, los vería y entraría en alerta. Pero no lo hizo. Pasó de largo. "¡Qué bien huele! ¿Qué es?", preguntó en alto. "Es una sorpresa, cariño!". Aquella extraña voz era prácticamente idéntica a la de su madre. Pero en ella había algo siniestro. Y esa sensación aumentaba al saber que no era la suya. "¿Qué va a pasarle a papá?, expresó lleno de terror. "No lo sé... pero tienes que estar callado... cuando salga de la habitación saldremos detrás de él sin hacer ningún ruido, ¿has entendido?". Las palabras no salían de su garganta. Un nudo habíase formado en ella. "Sí, creo que sí", contestó al fin.
Al sentir que abandonaba el cuarto ellos hicieron lo mismo desde el baño. Vieron su delgada espalda y la figura de su marcada calvicie en su testa. Caminaba tranquilo, despreocupado. Iba en pantalones cortos con una camisa gris de tirantes, además de estar descalzo. Solía comentar que con el calor le sudaban mucho los pies. Que prefería ir así aunque pudiera resultar ser una "guarrada". Al llegar a la entrada encontró la puerta abierta. "Qué raro", le oyeron mascullar. Y es que nunca solía estar de esa forma, sobre todo con tal de evitar de que los olores se propagaran al resto de la casa. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaban detrás de él.
"¿Qué tal ha ido el día?", expresó nada más entrar en la estancia. Pero cuando ya estuvo ahí soltó un grito desgarrador. Y ellos entraron a todo correr siguiéndole. Allí, en frente de los mismos fuegos en el que colocaban las cacerolas en las que preparaban la comida, había un ser monstruoso. Su figura femenina era delgada y tenía más de dos metros de altura. Una cabellera oscura y completamente descuidada le llegaba hasta la parte posterior en la que estarían sus rodillas. Sus ropas, viejas y completamente desgastadas y raídas, emanaban un hedor insoportable. "¡Qué bien que estéis todos aquí! ¡Es hora de comer!", dijo aquella voz de una forma más horripilante que antes.
Fue entonces que se volteó y pudieron ver su rostro. Este era blanquecino, de una tonalidad grisácea que brillaba bajo la luz del lugar. Unas largas cejas negras cubrían sus ojos rodeados de unas enormes ojeras a la par que una maléfica sonrisa con unos labios oscuros ocupaba su cara de lado a lado mientras dejaba ver unos dientes carcomidos. "Bienvenidos, os presento a mi consorte. Vamos a ser vuestros anfitriones". En ese momento, unas formas masculinas hicieron acto de presencia justo tras ellos. Quitando su sexo y que llevaba el pelo corto, aquel ser era prácticamente igual a ella. "Tranquilos, sentaros, no pongáis resistencia", les pidió en un tono más grave que el de la mujer. "Nos lo vamos a pasar muy bien; incluso aprenderéis algunos trucos de cocina", señaló.
"¿Qué queréis de nosotros?", preguntó el padre. "¿No lo sabéis? Compañía. Que forméis parte de nosotros. Que seáis uno en nuestro círculo. Que nuestro hijo pueda salir a la calle...", balbuceó la fantasmagórica figura femenina. Fue entonces que un niño apareció. Era idéntico a aquellas dos figuras, aunque un poco más bajo y de la misma edad que Pedri. "Vamos a vivir muchas experiencias juntos", le susurró al oído nada más ponerse a su vera. Y con una sonrisa de oreja a oreja fue abriendo la boca hasta formar una cavidad enorme que casi alcanzaba el suelo. El infante se quedó petrificado y con una fuerza tremenda por parte del otro, este le introdujo en su cuerpo ante el incrédulo, y agonizante, silencio de sus padres. Cuando acabó, les llegó el turno a ellos por parte de sus némesis. "Ya está. Ya está todo. Muchas gracias por vuestra compañía y colaboración", señaló la figura femenina. Poco a poco, fueron adquiriendo unas formas normales y terrenales. Ya podían pasar desapercibidos. Ya podían caminar entre el resto de la gente.
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